viernes, 20 de octubre de 2017

Guillermo

                                             Aportación para la segunda edición de relatos
                                                              "TINTERO DE ORO"


                                                                  Guillermo



     Según la leyenda que corría por el lugar, Guillermo fue el muchacho más aguerrido del campamento, sin embargo, el señor Herman III, director del curso de verano del colegio suizo donde los padres del muchacho decidieron enviarlo, opinaba que entre aguerrido y gamberro existía más que una sutil diferencia semántica. 
     El señor Herman hablaba casi sin despegar los labios, en voz baja y farfullando frases tan retorcidas que Guille no tenía que consultar su diccionario para saber que "el dire" lo estaba insultando, eso sí, con educación máxima. No se fiaba nada de él, con los labios apretados pronunciaba un haga usted el favor, y con los ojos un porque lo mando yo y punto. Claro que el chico era experto en detectar el sarcasmo, venía entrenado de su casa con el “tête à tête” o rifirafe habitual de su familia, pues aunque su padre era español y su madre de la dichosa Helvetia, cuando la pareja discutía solía hacerlo en la lengua materna.
     La entrada al salón la presidía un enorme retrato del fundador del ilustre colegio, el señor Herman I. Igualito a su nieto, el mismo gesto rancio, similar porte, parecía una paloma de buche inflado por culpa del historiado nudo de la abultada corbata de seda blanca, clavada en ella un alfiler  de rubí heredado por Herman III quien solía lucirlo en acontecimientos importantes del centro escolar. 
     Cada vez que se entraba en la sala era obligado saludar al retrato con una leve inclinación. Algunos de los alumnos hacían una reverencia tan profunda  ante el señor director difunto que casi rozaban el suelo con sus cabezas para beneplácito del señor director vivo.
     Guille no saludaba, al principio por despistado, luego porque no le daba la gana. Como castigo ejemplar se le prohibió concursar en el juego de maquetas. Su montaña helvética no participaría en el concurso de “La mejor montaña suiza del curso del verano 2017”. Ni el de la chocolatada "La mejor chocolatada suiza del curso del verano 2017”. Sin embargo, cuando el director se enteró de la maestría del chico en el tiro con arco, lo animó a participar en el concurso de “Flecha del verano 2017”. 
     Cuando le tocó su turno el día del concurso, Guille se colocó en la línea de tiro, los pies ligeramente separados para lograr un buen equilibrio. Su talante era serio y concentrado. 
     El señor Herman se frotaba las manos, había visto practicar al muchacho, y  sin ninguna duda, lograrían hacerse con el ansiado trofeo que siempre conseguía arrebatarle el prestigioso colegio rival. 
     Guille levantó la mano del arco situándola lo más arriba que pudo sin perder de vista la diana; asió la cuerda con los dedos índice, anular y corazón; apuntó manteniendo la tensión en los músculos de la espalda, luego la soltó sin abrir casi los dedos y dejó que la cuerda hiciera su trabajo. Su mano se desplazó hacia atrás rozando su cuello y mandíbula en una dirección opuesta a la trayectoria de la flecha. 
     Todo el mundo permanecía expectante. El director aguantó la respiración.
     Mantuvo la misma postura mientras la flecha volaba por encima de la diana, sobrevolando la mesa de los gruyeres y emmenthales,  las cubetas de plata de chocolate fundido… rauda y certera entró por la puerta principal abierta de par en par, clavándose en el puente de la nariz del insigne fundador Herman I. 
     A Guille le hubiera gustado mucho hacer diana en mitad de su frente, pero en fin, nadie es perfecto. 
     Soltó todos los pertrechos a los pies del atónito director: el arco, las palas, el carcaj y la correa, se disculpó con un cuanto lo siento señor Herman, otro año será… y dándose la vuelta, agarró una manzana del frutero y le dio un buen mordisco



sábado, 7 de octubre de 2017

Historia de un moreno






                        HISTORIA DE UN MORENO





     La primera vez que entraste por la puerta de casa, moreno mío, no me gustaron nada tus chulescas maneras, ni el flequillo negro y lacio tapando el paisaje de tus ojos. Aún no sabía que ibas a pasar el resto de tu vida a mi lado. 
     —Ni de coña te lo cuido. No, ni por una semana, he dicho que no. 
     Cuando se fue tu dueño, tu primer aviso de:¡aquí esto yo!, fue levantar la pata y mearte en la pared del patio, justo encima de mis geranios, un húmedo recado de "vale, me quedo, pero cuidadito conmigo que soy muy macho". 
     Ya conocía tus maneras de cuando acampábamos  en la bocana de Melilla. Con nosotros vinieron unos amigos con una schanauzers preciosa. Los dos guardianes haciendo ronda nocturna al perímetro de las tiendas. La hembra, de mejor oído, avisaba con sordo gruñido unos segundos antes de que su magnífica trufa olfateara la posible amenaza, entonces,  ambos entonabais al unísono el concierto del aquí no se entra, frontera de ladridos para los intrusos.
     La bocana es muy chivata, amplifica hasta la minucia de un suspiro que se le posara encima, sus arenas están formadas por millones de caracolas, de polvo de caracolas, cachitos de caracolas arenizadas que forman el istmo. Las pisadas nocturnas de ambos perros acentuaban  el desvelo del ¡así  no hay quién duerma, joder! Iban y venían  los activos ruidosos;  y cuando se querían, que se amaban mucho mucho y a menudo estos dos, las caracolas se aceleran entonces de tal manera que todo es un arf arf de puro gozo en la bocana. 
     Y no hablemos de tu modo de caminar…, si la perspectiva era la trasera con los adyacentes bien pegados al culo, parecía que bailaran  en vaivén de “pero qué remacho soy caramba”. Creo que, precisamente  por eso, los puristas cortadores de colas aconsejan que se sajen entre la segunda y tercera vértebra para acentuar los atributos de la canina raza en asome de vanidoso penduleo. Si de mí dependiera nunca te lo habría cortado, lo sabes ¿verdad? Por el mismo lugar, un pequinés de malas pulgas te dio una lección de dientes. En fin campeón, que ese día te cosieron puntos de sutura en el balcón de tu orgullo, en los dos. 
     Cuando volvió tu despreocupado amo  a buscarte,  ya eras más mío que de él, y aunque no tenías rabo, me quedé contigo para los restos. 
     Escribo de ti a ritmo de fox trot para lubricar con humor y amor la emoción a la que me somete el recuerdo de tu compañía y del ¡cuánto te quise! 

















lunes, 2 de octubre de 2017

Historia de una rubia





                                                                   



                        Historia de una rubia




     Sabe la hora exacta en que el sol baja al patio de la cocina. Espía con sus ojos de caramelo como desciende la franja dorada desde las tejas, se alarga tocando la pared albeada, blanco sobre blanco, poco a poco, camino de luz hasta que llega al suelo; entonces, su morro chato pilla su alfombrilla, la arrastra hasta allí y se tiende a tomar el sol de las once y cuarto. ¡Qué bien se está bajo el amado!
     En su  tiempo de espera nada la distrae…, ni un vamos a la calle rubia, ni un trozo de galleta,  galletas de humanos que las de perro ni muerta ¡puaf!, ni siquiera se fija en el odiado gato negro del vecino que no puede ni ver y que se pasea por el tejadillo sin entender el por qué nunca le ladran a esa hora y a las demás sí, o puede que si lo sepa y por eso precisamente se contonea con lento paso provocativo.
     A veces el sol no baja, una nube lo tapa, o dos, y suspira mirando al patio como si fuera un novio despreocupado que no viene a verla. Apoya la rubia cabeza sobre sus patas delanteras dando una ojeada de vez en cuando; levanta una de sus orejas por si escuchara el ya voy, estoy llegando, ya llego. Mira por  donde su coronado rey tendría que aparecer, pero no, que no, que hoy por lo visto no toca.
     Se resigna y se va a hacer otras cosas, no todas buenas, maldita costumbre  de roer las esquinas de la alfombra  de la sala, la de tendencia moderna de nudos flojos que mejor hubiera sido pillar una clásica de nudos apretados, “ la unión hace la fuerza”, es el lema de las alfombras que duran toda la vida. 
     Y por fin aparece el novio dorado a las dos del mediodía, o incluso a las tres, cuando consigue dar el esquinazo a las dichosas nubes, un poco desgastado, no tan radiante, que ha pasado casi el día por él. Se mete en la cocina camino del comedor, toca la puerta de la nevera resaltando las partes metálicas. Un brazo entrometido avanza por el tragaluz del pasillo, un rejo alado, silente, cálido y amoroso acaricia la cama donde la rubia novia descansa con postura abandonada, las patas alzadas, la lengua rosada fuera de su boca que hace mucho calor.
     El novio  adorado la roza y le dice ¡aquí estoy niña!,  ¡le pega cada susto! Sacude su melena y le ladra enfadada estas no son horas de llegar. Pero al final se acomoda ¡Es tan suave la caricia del atardecer!
     El sol relaja mucho a las rubias, está demostrado.