miércoles, 4 de abril de 2018

Retrato de una mujer descalza que escucha un saxo



   

    Vuelvo a casa. Los edificios de la Avenida Marítima, puntos de fugas que huyen del parabrisas, se mecen en el retrovisor, bailan envueltos en bruma de asfalto, cristal y acero. Poemas urbanos. Van, vienen y desaparecen. Una curva los aleja. Sombras chinescas.
    En el rellano saludo a mi vecina, nunca tiene tiempo de nada, sin embargo siempre sonríe y corre, corre mucho. Está empeñada en regalarme un gato, o una planta, o un novio, o un libro de cocina de dificultad mínima. Una vez cuidé a sus niños, una urgencia dijo la mamá, desde entonces la piel blanca de mi impecable sofá aún conserva la huella de unas manos sucias. 
    Mi casa es lineal, minimalismo de comodidad sostenido a base de pisar despacho, nada estorba la vista: cremas, crudos y tostados, orden máximo. Nadie holla el espacio salvo mi sombra.
    Reviso el correo: “Vino Selección” avisa de un nuevo envío y el dentista me recuerda que toca sufrir martirio el jueves a las cinco y cuarto, sea puntual.
    Me acompaña en la bañera una copa de un merecido lágrima negro de intenso color cereza con toques de regaliz, potente y carnoso de expresivo final largo en el paladar. Un milagro.
    Suena un saxo ahora.
    Pienso en él. Sus esporádicas visitas eran de puro “cloretilo de vitulia”, cloroformo virtual, técnica depurada de caricias. Las persianas plateadas rimaban con el quédate un poquito más, anda, y con la luna que asomaba sin avisar como si fuera su casa y no la mía, descarada y muda. Su rejo silente sorprendía primero el suelo, después la pared vacía, la esquina de la cama, la seda de una prenda abandonada.
     Suspiro.
    Rompe el techo que hace ángulo con la pared un reflejo verde agua. Solo es el faro de un coche que ilumina a ésta mujer solitaria que escribe, y presta luz al cuadro rubricado de prestigio, grande, pactado de modernidad que dice no sé, no sé de qué voy, ¿y tú? 
    La orquídea del vestíbulo, vertical y estricta, amable guiño albo cuenta de que a lo mejor resulta que sí, que sí que vive aquí una mujer descalza que escucha un saxo. 
    Sí. 


                                        Tara - Isabel Caballero