Los contadores de estrellas
Desde hace un tiempo nuestra hija no para de hablar de Zakir, su profesor de música. Verla tan entusiasmada es una novedad, porque Andrea es una niña silenciosa con una mirada seria de ojos claros que nunca se posan en los nuestros: dos lagos vacíos; sin embargo, de un solo vistazo puede contar todos los libros de una estantería, las rayas de la camisa de su padre, o las hojas de los geranios del patio. Lo cuenta todo.
Desde hace un tiempo nuestra hija no para de hablar de Zakir, su profesor de música. Verla tan entusiasmada es una novedad, porque Andrea es una niña silenciosa con una mirada seria de ojos claros que nunca se posan en los nuestros: dos lagos vacíos; sin embargo, de un solo vistazo puede contar todos los libros de una estantería, las rayas de la camisa de su padre, o las hojas de los geranios del patio. Lo cuenta todo.
De camino al colegio cuenta los
semáforos, los pasos de cebras, los carteles de señalización, los coches con
los que nos cruzamos. Ordena los colores por gamas y matices, las diversas tonalidades cromáticas
integradas en el color primario al que pertenece.
Por recomendación de su
neurólogo apuntaba en la “libreta de Andrea” todo lo que contaba mi hija. Para nuestra sorpresa, y como ejemplo el tanteo de los coches, sus pautas y variables,
los médicos hicieron un esquema con mis apuntes, un plano de colores y tempos.
Se observó que el cómputo guardaba un orden de frecuencias que, desarrollado a
lo largo de varios meses, resultaba que Andrea hacía operaciones matemáticas
secuenciales absolutamente exactas, algo de lo que no nos habíamos percatado
hasta que lo vimos desarrollado en los gráficos.
Nuestra hija tiene el síndrome
de Asperger.
A Andrea le cuesta sonreír.
Algunas veces, pocas, hace el gesto torciendo una parte del labio hacia arriba,
una mueca asimétrica que a nosotros nos hace muy feliz porque sabemos que intenta
algo parecido a una sonrisa. Es alumna sobresaliente en matemáticas, lleva con
dificultad la lengua, campeona de ajedrez, y ahora cuenta estrellas y tiene una
banda de música.
Zakir entiende muy bien a estos
niños ensimismados, extrañas aves del paraíso, los llama él. Tres tardes por
semana tocan los bongós, las tablas, panderetas y tambores. Seis niños y dos
niñas. Zakir dice que es muy fácil trabajar con ellos.
— ¡Eh Andrea!, tú tienes que dar diez golpes siempre a éste ritmo, tú también Marta —marca el ritmo Zakir —y tú Pablito, cinco, cuentas otros cinco y te paras, y otra vez otros cinco golpes —Daniel y Claudio tienen que hacer este sonido bajito todo el rato con la punta de los dedos, así: —les enseña cómo, y entre todos hacen música. Aún no ha conseguido que alguno de ellos improvise, pero no pierde la esperanza.
— ¡Eh Andrea!, tú tienes que dar diez golpes siempre a éste ritmo, tú también Marta —marca el ritmo Zakir —y tú Pablito, cinco, cuentas otros cinco y te paras, y otra vez otros cinco golpes —Daniel y Claudio tienen que hacer este sonido bajito todo el rato con la punta de los dedos, así: —les enseña cómo, y entre todos hacen música. Aún no ha conseguido que alguno de ellos improvise, pero no pierde la esperanza.
Siempre que puede se lleva a su
banda a una loma a las afueras de la ciudad, y allá en lo alto, las noches
despejadas, que son muchas por estas latitudes, los niños tocan sus instrumentos
y cuentan estrellas durante un largo rato. Cuando se cansan les dice Zakir,
vamos a casa y no contemos ningún objeto más, porque si no se nos irán las
fuerzas para tocar la música y contar los millones de estrellas que aún nos
quedan por contar.
La otra noche, a su vuelta, le
preguntamos a Andrea que cuantas estrellas contó, y nos dijo que ninguna, que
ésta vez solo las miraron. Así que ahora mi libreta tiene unos pocos números
menos, y Zakir, que es friolero, unas cuantas prendas más de abrigo de todos
los colores: chalecos, rebecas, jerseys, guantes y bufandas, que las madres y
abuelas de sus alumnos tejemos de mil amores, porque Zakir emigró desde un
lugar muy cálido de la India y no se acostumbra a las húmedas noches isleñas
plagadas de estrellas.
Un placer encontrarte en este mundo bloguero y que te estrenes con esta historia plagada de estrellas como el cielo de las noches isleñas. un besazo
ResponderEliminarIsabel, me encanta leerte en esta nueva aventura, que deseo te de grandes satisfacciones como nos la da a los que te leemos.
ResponderEliminarCon este texto, muestras en pocas líneas mucho de lo que te hace especial. Sobre todo en esa capacidad que tienes de mezclar la realidad con un tono mágico, casi fantástico. Por el camino, nos vas emocionando a través de ese comportamiento mecánico de la pequeña que, poco a poco (y gracias a ese maestro venido de Oriente, como un mago), se va volviendo menos analítico y más emocional. El final es quizá el momento más poético, pues es la máxima expresión de lo que te comentaba hace un momento, el juntar lo más cotidiano (los padres y madres tejiendo jerséis) con el puro cuento, leyenda: ese hombre de tierras lejanas que viaja para llevar la luz a dónde quiera que vaya.
Me recordó a ese otro gran cuento que tienes “Gato de azotea azul”. Siendo muy distintos comparten un espíritu exótico que se te da de maravilla.
Bienvenida, y ojalá que pronto tengas muchas lecturas. Un gran abrazo.
Bienvenida al mundo bloguero Isabel, un placer verte por aquí. Un abrazo.
ResponderEliminarQueridos Ana, Alejandro, y Jorge...no teneis ni idea la ilusión que me hacen vuestros cariñosos comentarios. A ver si me entero como funciona esto, ya veo que estais agregados, pronto os haré una visita si encuentro el camino :) Gracias compañero, estoy muy contenta de saber de vosotros. Un fuerte abrazo de Isabel.
EliminarLas gracias a Ana, que ha compartido tu blog en su muro de facebook. Está en todo.
EliminarGracias Jorge, es verdad que Anita está en todo, es muy generosa para nuestra fortuna...pero fíjate que es a la única que no puedo comentar, me está explicando como poder hacerlo (problemas técnicos jeje).
EliminarQue gozada tu texto y el ver un blog tuyo. Ya te dice Jorge que le has de dar las gracias a Ana, por ella me he enterado de tu blog.
ResponderEliminarUn relato emotivo que nos describe perfectamente a esos niños con síndrome de Asperger, sinceros y sin malicia que viven en un mundo que no comprenden y tampoco los comprende.
Me alegro muchísimo de verte en un blog, espero tener tiempo para disfrutar con todos tus relatos. Un abrazo
Purple, que bueno verte por aquí. Ya no estoy participando en TR, el ambiente se ha empobrecido, pero por fortuna, escritores de tu ingenio y calidad puedo leeros por aquí, y si mi torpeza no me lo impide,(soy un desastre desastroso) interactuar con vosotros. Un fuerte abrazo amigo.
EliminarComo no todo es dar la bienvenida, vamos a lo que vamos, que es la literatura. Este texto no recuerdo habértelo leído antes, o quizás mi memoria es muy mala. Por eso lo he disfrutado, pues cada párrafo era una sorpresa. Te adentras en un mundo poco conocido por la mayoría, como es la enfermedad de asperger. Voy a aventurar que hay algún motivo personal en ello, pues no se suelen tratar éstos temas si no se han vivido de cerca. Además lo ambientas en tu tierra canaria, como a ti te gusta, con lo que tiene ese ambiente tan especial a todo lo isleño.
ResponderEliminarComo dice Alejandro, buena parte de la magia del cuento está en ese final en el que Zakir consigue que Andrea se quede mirando las estrellas por el simple placer de hacerlo, sin necesidad de contarlas compulsivamente.
Espero que poco a poco vayas subiendo más textos al blog Isabel, y que éste vaya creciendo y definiendo su aspecto. Un abrazo.
Muchas gracias por tu análisis Jorge, me alegra haberte sorprendido.
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