domingo, 7 de mayo de 2023

Cosas que pasan

 


                       Susto-sobresalto-angustia-alivio-vergüenza-desconcierto-asombro-sorna-resignación




En la última rotonda antes de la parada final, un coche como el de mi madre se ha estampado contra ella. Una mujer  está tendida en la acera rodeada de personas.

—¡Mamá, mamá! — grito angustiada desde la guagua.

Todo los pasajeros a una exclamaron: ¡Pare guaguero!

—¡Qué Dios te ampare! —dijo alguien.

Corro con el corazón a mil hacia mi pobre madre atendida por un socorrista. Me mareo. Arenas movedizas.

¡Anda!... si no es mi madre, aunque se parece.  Siento alivio y también remordimientos por la accidentada. Intento explicar   el equívoco, pero me da vergüenza.


—Es que creí que…

—Tranquila, no te preocupes.

Se escucha la sirena de la ambulancia, la guardia civil y el tercio de caballería. Me incorporo   mareada aún intentando  escapar sin que nadie se entere. Desde que la metan en la ambulancia, me piro, pensé. Suben a la mujer en una camilla y yo con ella pues no me suelta la mano. Cierran la puerta  y arrancan.

—Esta mujer no es mi madre —le digo al socorrista. Le cuento todo, abre muchos los ojos.

—Me quiero bajar

—Ahora no podemos parar.

La  señora tiene un bulto en la frente y ojos desconcertados. No me suelta la mano.

—¡Pobrecita! ¿Y su familia ya lo sabe?

—Creíamos que su familia eras tú —replicaron con cierta sorna.

El socorrista le pregunta el nombre. No contesta, solo me mira a mí.

—¿Cómo se llama? —le pregunto.

—Soy mamá.

—¡Vaya por Dios! —suspiro resignada acariciando la mano de mi madre postiza.

 


                                                                                                                             250 palabras

jueves, 6 de abril de 2023

Carta de Sancho a Teresa

                                 



 


 





Teresa mía, has de saber que mujer de un rey ya eres, este mesmo que te escribe, aunque sea mi señor Quijote quien empuñe la pluma pues de letras ando escaso como bien sabes.Te envío un paño verde de varias varas para que le sirva de saya a nuestra hija,  que será princesa,  y a ti, esposa, uno de púrpura  pues ya eres señora reina  de la ínsula de San Borondón, la misma de  la que contaban  los navegantes que la habían avistado aunque las autoridades eclesiásticas y las otras dictaminaran que  no existía, que eran quimeras de molleras huecas e vacías  como la que le han achacado a mi señor don Quijote, y que llamaban:

La aprositus

La inaccesible

La velada

La encubierta

La non trubada

     Y otros muchos motes más que me dicta mi dueño, ya ves que de ilusorio nada,  puesto que soy rey, mucho mejor  que la merced de gobernador como prometióme mi señor Quijote cuando accedí a ser su escudero y nos fuimos por esos mundos de Dios a enmendar entuertos y a pasar fatigas.

     Ordenaré  construir un castillo con torretas, almenas  y cañones para guardalla  de piratas, corsarios e invasores  y un ejército he de tener para defendella, pues ya endescubierta sus virtudes será ambicionada por muchos, pues son sus aguas pletóricas de peces,  por sus montes saltan cabras tan gordas como terneras, son sus bosques frondosos y sus árboles repletos de frutos, ni tres de mis vasallos juntos abarcarían sus perímetros perfumados.

     Desto no le digas a naide,  Teresa.  Ya daré aviso de cuando has de venir y todo esté dispuesto como corresponde a mi dinidá y a la tuya. Ora que eres reina tienes que cuidarte de no erutar ni regoldar, que regüeldos y erutaciones no son propios de la nobleza, menos aún de la realeza,  ni mascar a dos carrillos, ni has de arrascarte  las greñas ni despiojarte en público.  No cuentes  nada desto ni al cura  ni al boticario ni al barbero,  pregoneros de tres al cuarto, no seáse que se enteren en la corte y envíen soldados a conquistar nuestra ínsula de San Borondón  en nombre del Rey  de las Españas  de Felipe II “el piadoso”.

 

 


     Esposa mía, continúo esta misiva semanas  después de donde la dejé para avisarte que en la ínsula, además de las dulzuras que te conté,  existen grandes canes como dragones, con los mesmos ojos de mi faz los he visto, y en sus mares hay grifos con aletas de pez, cíclopes acuáticos y serpientes marinas y en  sus bosques  ninfas y seres diminutos que hay que mirar de lado o poner la vista nublada como cuando miras al horizonte y no ves nada sumido en pensamientos, entonces es cuando aparecen y desaparecen con la misma rapidez.  También he avistado con mayor claridad a los  habitantes salvajes que hemos de cristianar  y sacarlos de las brumas de la idolatría, y hasta brujas haylas que por aqueste lugar llaman harimaguadas, de  piel más clara que los turcos y moros dafrica. No son hadas ni fantasmas ni espíritus pues tienen los muslos prietos y no están descarnadas,  son más de carnes que de huesos. Descarnados sí son los aparecidos en mi lecho, que no me apercibo si son malos sueños o los antepasados de los aborígenes llamados guanches, que momificaban y enterraban en sus cuevas con grandes piedras taponando las entradas mortuorias como hicieron con nuestro señor Jesucristo, y que como él, resucitaron,  no para ascender a los cielos, sino para perturbar mi sosiego. También se me asoman por las noches, por obra de un hechizo o alguna pócima que puede que tomara sin apercibirme,  unas hermosas  doncellas, hadas si no fuere porque visten  pieles de carnero y que afirman  ser las verdadera y últimas princesas canarias  hijas de reyes que por acá nombraban  guanartemes. Pellizcanme los mofletes,   bailan sobre mi abultada panza,  jalan de los ralos pelos que me quedan no dándome sosiego en toda la noche. Mi señor Quijote dice que es por culpa del mucho yantar y holgar, que son malas digestiones, aconséjame que ayune, que de buenas cenas están las tumbas llenas, pero me barrunto,  Teresa mía, de que sirve ser rey entonces si tengo que cerrar el jocico y no catar ningún manjar.

     Te cuento también,   esposa, que asta ora no he visto ni un solo ducado de los prometidos, menos aún maravedíes para construir la fortaleza, armar al ejército y dar de comer a mis vasallos, y si este devenir continúa me he de despojar de  la corona y tornar a servir de escudero de mi señor, o  mejor volvernos ambos a nuestras casas, él a su hacienda  como el hidalgo Alonso Quijano que es, y yo, al campo,  como el humilde  labrador de antaño, que esto de ser rey de ínfulas más que de ínsulas, no es quehacer serio, pues  oficio que no da de comer a su dueño no vale dos habas”.

     Que Dios te guarde, mi bien. A ti y a nuestra amada hija.

     Tu marido, el Rey Sancho I de San Borondón, a veinte de julio del año del Señor de mil seiscientos catorce.

          


                            857 palabras



Dedicado a mi señor padre que fue, y digo fue porque ya no está con nosotros, degustador de las andanzas  del Quijote, y en más de una ocasión oíle desternillarse por mol de alguna aventura o chascarrillo sobre todo de Sancho. Yo era muy joven y pensé que a mi padre se le había ído la mollera como a don Alonso Quijano, pero no, solo tenía sentido del humor y agora lo comprendo. Va por ti, querido papá, y por tus enseñanzas.


domingo, 12 de marzo de 2023

¡BIENVENIDO, MISTER AMÉRICA!

Bienvenido, Mister. Marshall, película comedia-sátira española del año 1953 dirigida  Luis García Berlanga. Guion de Juan Antonio Bardem, Miguel Mihura y Luis García Berlanga.

Destaca la interpretación del ser. Alcalde  por el gran José Isbert  Años 50. 

Villar del Río es un pequeño y tranquilo pueblo en el que nunca pasa nada. Sin embargo, el mismo día en que llegan la cantante folclórica Carmen Vargas y su representante, el alcalde (Pepe Isbert) recibe la noticia de la inminente visita de un comité del Plan Marshall (proyecto económico americano para la reconstrucción de Europa). La novedad provoca un gran revuelo entre la gente, que se dispone a ofrecer a los americanos un recibimiento muy especial.   

Se relata la historia en un tono perfectamente controlado de las actuaciones. Una farsa apagada con un ligero matiz subterráneo agridulce.



                                                           ¡BIENVENIDO, MR. AMÉRICA!

 

Los americanos  llegaron en el  68 para la explotación del  yacimiento de fosfatos  en el Sahara Occidental. El precio de las habitaciones se disparó en el parador y en la única pensión  de El Aaiún.  Los ciudadanos alquilaron habitaciones en sus viviendas a un precio desorbitado. Hubo disputas por la repartición de los inquilinos; familias que antes eran amigos  dejaron  de saludarse  por ir a la caza del yanki. En el casino de oficiales les concedieron pases de cortesía pese al  malestar del resto de la población. En cambio, los comerciantes estaban satisfechos. Los bazares hicieron el agosto vendiendo gitanillas, toros y toreros,  abanicos y postales “typical  spanish”. Los americanos se quejaban del tremendo calor, así que también se disparó la venta de ventiladores, y el de las cubetas de hielo bajo ellos para que el aire resultara más fresco, al menos hasta que se derritieran, lo cual hizo muy feliz al heladero. Menos acogida popular tuvo la subida de precios de las bebidas alcohólicas y el de la Coca-Cola. Se popularizó  el Manhattan mezclado con Martini rojo  seco y whisky a partes iguales.

     En la única piscina pública de la que algunos saharauis eran socios, se les prohibió la entrada no fuera que contaminaran las albas aguas donde los yanquis remojaban sus traseros.

     Cuando los gringos se marcharon,  más de un bebé rubio aumentó la población. 

     El siroco del Sahara se llevó en volandas los sueños  de un mundo mejor  mezclados con los  letreros baldíos de ¡Bienvenido Mr. América!




                                Isabel Caballero

                                250 palabras

 


jueves, 9 de febrero de 2023

Cine muy aficionado

 





                                   CINE MUY AFICIONADO



Dominico era  el muchacho  más rarito de la facultad.  Entre otras manías tenía la asquerosa costumbre de hacer gárgaras, toser y escupir en su inmaculado pañuelo planchado meticulosamente por su madre antes de ofrecernos, sin que nadie lo pidiera, su amplio repertorio de o-pe-pe-pe-pe-ra. No desaprovechaba ninguna ocasión para hacer gala de su destreza vocal.

      Cuando me ofreció participar en la película que representaría a nuestro curso en la “La muestra de Cine Amateur”, no lo dudé ni un segundo, ya que mi “partenaire” iba a ser Toño, el muchacho por el que todas suspirábamos. Yo interpretaría a una hija de familia tradicional  muuuy de derechas enrollada  con un muchacho   afiliado a la CNT, algo para hacer perder los nervios a un padre de mano  suelta.

      Contábamos con la cámara de Dominico, su furgoneta, su estudio, la dirección e ideas de él, y sobre todo, la intendencia de su madre, nuestra generosa mecenas. Nos dejó su casa de campo para rodar algunas escenas corriendo con los gastos de comida y bebidas, todo fuera por el triunfo y reconocimiento de su amado hijo.

      Al actor que hizo de  padre le pusieron  quevedos en la punta de la nariz y el pelo en raya engominado de brillantina, una mezcla entre retrato proustiano y relamido caballero “demodé”.

    —No sé yo si dará el pego —alegué.

   —Lo elegí porque tiene la mano derecha grande —contestó Dominico.

    —¿Solo la derecha? 

    La izquierda no cuenta.

    

  • Plano americano del padre levantando la mano.
  • Plano medio de la cara asustada de la hija.
  • Primer plano de la mano a cámara lenta.
  • Primer plano de las mejillas de ella.
  • Primerísimo plano de una mancha blanca supuesta mano derecha del padre de la hija.
  • Plano detalle de las pupilas de la hija… (habría sido fantástico disponer de la técnica necesaria para que en dichas pupilas se reflejara la mano derecha del padre avanzando hacia la mejilla de la hija).
  • Fundido en negro y sonido In Of de una estruendosa cachetada.
  • Encadenado con la imagen del cristal de la ventana golpeada por la rama seca de un árbol y lágrimas de la hija resbalando por sus mejillas.

    Todo muy dramático.

    Una de las escenas que salió rodada fue la de la iglesia. Ya hubo una conversación previa y filmada en que me convencían para ir al aniversario de mi difunta madre, (otra actriz que nos ahorrábamos). La verdadera madre, la de Dominico, hacía bulto entre la concurrencia. Dos camaradas de partido repartiendo panfletos en la puerta sin permiso eclesiástico. Se suponía que mi padre tendría un altercado con mi novio rojo y panfletario. En el 76, con Franco aún caliente en el mausoleo del Valle de los Caídos, los grises te podían empapelar por mucho menos.

  Dominico rodaba escondido tras las cortinillas del interior de la furgoneta aparcada en la misma entrada, y justo cuando le dieron la propaganda insidiosa a una vieja, esta reaccionó a mamporros con el bolso una y otra vez en la cabeza de los actores, a la que se sumaron otras señoras de igual talante agresivo y fervor patriótico.  La hebilla del jodido bolso de una de ellas le rajó una oreja a mi novio, así que la mancha de sangre esta vez no fue de colorante. La madre de Dominico empujó  a  la mujer que estaba arruinando la escena de la maravillosa película de su creativo hijo. Se armó la marimorena porque todo el mundo se daba de hostias. Cuando se escuchó la sirena de la policía huimos en la furgo, supongo que la pasma se preguntaría extrañada por qué unos pirados repartían papelitos en blanco en la puerta de una iglesia… seguro formularían descabelladas hipótesis sobre contubernios judeo-masónicos para rellenar el reglamentario informe policial.

    Con la muerte de mi novio se acababa la peli. Lo mataron en una manifestación. Como nuestro presupuesto no daba para rodar escenas multitudinarias, solo se filmó la parte en la que me dan la triste noticia. Tenía que abalanzarme sobre su cuerpo. 

     ¡Oh noooo noooo Toño! ¡Dios mío noooo! ¡Ohhh Dios mío, mi Toño!

      Carecíamos de medios para sincronizar la banda sonora con  las imágenes, así que los diálogos los grabábamos aparte superponiéndolos después.  Eran otros tiempos. El Toño se distorsionó en un desafortunado coño.

      ¡Oh noooo noooo coño! ¡Dios mío noooo! ¡Ohhh Dios mío, mi coño!

      El director decidió, con acertado criterio,  cambiarle el nombre.

      Ganamos el certamen. El jurado dictaminó que era una parodia genial, así que la encuadraron en género humor, lo cual  no le hizo mucha gracia a Dominico, menos aún a la madre del genio.

      Nos hicieron una fiesta que amenizó el director   con sus gorgoritos en Do-Re-Mi. Aplaudieron  con verdadero entusiasmo pensando  que formaba  parte del show, colofón del cómico corto. Toño me contó que, pese a las ovaciones,  encontró a Dominico llorando en el váter por lo decadente  de su “Opera Prima”.

     —¿Y qué hiciste?

     —Nada, estaba meando,  tenía la polla más chica que un garbanzo.

     «Del tamaño de tu cerebro», pensé, aunque no fue impedimento para acostarme con él. Con Toño.

      Al final no se rodaron las escenas íntimas donde, mientras la policía tiroteaba a mi novio, yo me tiraba a su mejor amigo, y aunque él era un hijo teórico de Bakunin, no dejó que su chica se desnudara ni que se lo hiciera con otro por exigencia del guion. Una cosa era ser anarquista y otra un cornudo cinéfilo.



                                                                                                            

                                                                                                            Isabel Caballero

                                                                                                             900 palabras

sábado, 14 de enero de 2023

Tara contra Tara

 


                                            TARA contra TARA


El cabronazo de mi jefe alega que no hay indicios de acoso. El  comportamiento del resto de funcionarios del museo canario donde trabajo de conserje, como si yo no supiera que le obligaron a contratarme para cumplir la norma de la cuota de empleo del 2 por 100 a favor de trabajadores discapacitado. Padezco de lipedema, aunque no en grado suficiente para causar incapacidad permanente. Lo peor que llevo es la hipocresía de disfrazar la repulsión que provoco  con muestras de aparente cortesía. Aguanto con estoicismo las visitas educativas de los escolares. “Elefanta” es el piropo más suave de los angelitos. 

    En cambio, para Tara, encerrada en su urna de cristal, todo eran halagos por la forma esbelta de su cuello coronada por la pequeña cabeza de rasgos inexpresivos; por su vientre plano y cintura mínima; por la vulva rojiza que muestra sin pudor; por el color de almagre  de su piel de arcilla, y sobre todo, por el volumen mórbido de sus extremidades. Tara era la principal atracción de este circo y ahora noticia de informativos nacionales: “Acto vandálico en el Museo Canario del destrozo en mil pedazos del ídolo de Tara, figura antropomorfa de terracota vestigio de los antiguos pobladores de la isla”.




jueves, 15 de diciembre de 2022

Extrañas aves del paraíso

                                                   



                                        Extrañas aves del paraíso

 

 

     Nos encantaba hablar, y aunque casi siempre llegábamos a las mismas conclusiones, no dejaba de ser interesante el acicate de su punto de vista apuntando premisas disparatadas, como la de los  antiguos sofistas de aquellas lejanas épocas de éste nuestro ya casi irrespirable planeta. Dominaba la técnica de la argumentación, y si se lo proponía, echaba por tierra el discurso dialéctico con el que un rato antes estuvimos plenamente de acuerdo. Lo cierto es que su malabarismo retórico era estimulante.

     Los primeros encuentros fueron asépticos  dentro de los parámetros establecidos con toda la aparatología necesaria para estimular nuestra sexualidad. Al principio nunca rebasábamos las fronteras permitidas.

     Racional, vital y divertida,  y hasta no hace demasiado tiempo,  sin un solo gramo de desacato a lo establecido que la apartara de su homologada existencia concebida como androide de compañía y placer.¡Y tan hermosa! Doble piel impermeable a la radiación solar. Sus ojos enfocan con precisión cualquier objeto menudo,  de lejos no ve un carajo, pero, ¿quién  necesita  mirar más allá de nuestras confortables cúpulas protectoras?

     ¡Andrógina era perfecta! O eso creía. Empiezo a sospechar que debe tener alguna fisura en su código de serie 123RF

     Un día me pidió que le acariciase la piel, su verdadera piel.

     — Creí que bajo nuestra  funda solo éramos de…, en fin, ya sabes, de lo que estemos  fabricados los semiandroides por dentro.

     Desenfundó una mano que acercó a mis ojos. Una mano anómala llena de caminitos violetas. Me asusté.

      —¿Nunca has visto tu piel ?, ¿la auténtica?

     —Jamás —contesté —además está prohibido, recuerda que corremos el riesgo de contaminarnos.

     —Antes, mucho antes…, de tus folículos pilosos, de cada uno de los bulbos salía un pelo, y a su lado un receptor sensible al tacto y una glándula sebácea que lo mantenía lubricado y sedoso. Una maravilla.

     —Nuestros antepasados humanos tenían el cuerpo cubierto de vello.  También tuvimos uñas, como los animales.¡Era horrible!

—¡Oh no! Mira cómo se eriza la piel si la acaricias,  ¿lo notas? , y en el centro de nuestro  vientre  algunos tenemos  un pequeño agujero ciego, lo llamaban  ombligo.

—Yo no. ¿No te lo suprimieron cuando te clonaron?

—Soy un ser imperfecto, ya lo sabes —afirmó Androgina.  Su   sonrisa me conmueve o me remueve algo que no sé exactamente en qué centímetro del cuerpo colocar.  Andrógina me somete a emociones de carácter intenso, no me refiero a los orgasmos reglamentados, hablo de conmociones, o terremotos.

Desnuda despacio mi muñeca,  antes ha puesto en el reproductor una película del Neandertal donde una mujer mítica de nombre  Gilda se quitaba despacio la piel negra de su brazo, lo llamaban guante, lo agitó  por encima de su roja cabellera  lanzándolo al vacío.

        —En tu muñeca late una arteria a más de 165 pulsaciones por minuto.

     Efectivamente así lo indican mis sensores,  enseguida mi cerebro recrea un plano interno de 96.500 Km. de vasos sanguíneos, más del doble de la circunferencia terrestre, bombeando unos 15.000 litros de sangre, y a la vez que me excito y asusto una frase absurda circula por mi memoria, seguro leída en algún libro arcaico de esos que le gustan a ella: “El hombre es la medida de todas las cosas”.

—El hombre es la medida de todas las cosas —le susurro a Andro.

     También noto  mi propia medida, o desmedida, nunca antes me sentí tan pletórico. Un sexo que amenaza romper la funda protectora. Un sexo coronado de Venus. Las piernas y brazos de  Andrógina, ginoide de última generación,   me envuelven mientras alcanzo el climax  como una tercera piel; parece estar hecha de algodón y sueños, de armiño, de  seda… o puede que de fibra de vidrio reforzado, supracarbono,  neopreno y látex.

 


sábado, 8 de octubre de 2022

El desierto que me habita

 




                                                           




                                                   EL DESIERTO QUE ME HABITA

 

La familia de Alba fue determinante en mi vida. Me acogieron gracias al programa de niños saharauis en Canarias con el fin de alejarnos,  durante los meses del estío, de las condiciones extremas en las que vivíamos en el campamento de refugiados de Tinduf, en Argelia. Solo tenía doce años,  la misma edad que la  única hija del matrimonio. 

     Lo primero que hizo Pino, la sirvienta de confianza de la señora,  fue restregarme la mugre   en  la imponente bañera, la única, hasta entonces,  que había visto en mi vida.

     —¡Pero que niña tan sucia Dios mío de mi vida! ¡Estate quieta, chiquilla del demonio! —farfullaba Pino.

     —Yo no demonio, yo Maimun, no  susia,  siniora Pino,  yo  morena protesté por tanto estropajo arañándome la piel y tantos tirones de peine de mis apretados rizos. 

     Me hicieron reconocimientos  médicos exhaustivos para evaluar mi precaria salud. Baja de hierro, algo de  anemia  y necesitada de mayor graduación en las gafas de culo de botella.  Lo peor fue el martirio del dentista.

     Las  primeras noches dormí con Pino. Acostumbrada a compartir el poco espacio vital de la “hamada” con mi numerosa familia, estar  sola me aterraba. Alba llegaría en unos días  desde el  prestigioso internado galés, "Atlantic College", en el Reino Unido.

      

      —¿Sabes Mimu?...


      —Maimun corregí.


     La señorita estudia en un castillo del siglo... no me acuerdo, pero por lo visto es muy muy viejo. Mira, aquí tengo un papel con una fotografía. Léelo tú, no sé donde he metido las dichosas gafas. 


     Leí en el folleto desplegable que se trataba de un castillo del siglo XII. El colegio se fundó en 1962 con el fin de promover el entendimiento internacional a través de la educación a los jóvenes y hacer que se sintieran empoderados para remarcar una diferencia positiva.

     —¿Y todo eso qué quiere decir?

     —Pues no sé, seniora Pino,  yo no sigura…,  lo de la diferincia no mi gusta.

     Alba me odió nada más verme. Yo estaba vestida con su ropa de anteriores temporadas de su surtido vestidor.  Me miraba de reojo y hablaba tan deprisa con sus padres que apenas lograba comprender lo que decía. Después se encerró en su cuarto dando un portazo.

     Como de costumbre, cené en la cocina. El personal  de servicio  charlaba  con el acento peculiar canario que me costaba comprender. Pino dijo algo parecido a   que no había derecho que trajeran a una pobre criatura para luego pasar de ella. La pobre criatura era yo. Creo que fue el chófer   quien  contestó que la señorita Alba era una consentida y que el señor pensó que era buena idea  que la señorita  fuera consciente de  otras realidades. La otra realidad también era yo.

     —Mi niña, tú no estar triste, nosotros cuidarte —dijo Pino gesticulando mucho  y en voz muy alta, como si yo fuera sorda, dándome un cariñoso  abrazo y hablando como hablan los indios en las películas del oeste. Guardé silencio y  pensé que ellos desconocían que en  Tinduf teníamos televisión, antenas parabólicas,  una escuela con  dos maestras,  un cine al aire libre y algo parecido a un pequeño dispensario médico… y coraje y determinación y armas y  soldados y escritores y poetas. No solo había cabras, camellos  y  arena en Tinduf.

     A los pocos días no le quedó otra que confraternizar conmigo, supongo que obligada por sus padres. Fuimos juntas a un lugar que llamaban club náutico. Pasó de mi como de la mierda. No me quité la ropa porque me daba vergüenza enseñar mi escuálido cuerpo dentro del minúsculo bañador de dos piezas  y además porque no sabía nadar. La piscina inmensa era como un desierto líquido inabarcable   y transparente. Alguien de su grupo tuvo la genial idea de tirarme a ella vestida.

     La inmensidad era azul. La inmensidad era blanca. La inmensidad era luminosa. Cuando abrí los ojos el sol entró a raudales en mis pupilas a la misma vez que salía agua de mis pulmones. La boca de Alba sobre la mía prestándome su aire.

     Luego supe cómo se enfrentó a su pandilla de imbéciles. A partir de entonces  se abanderó como mi hermana de piel.

     Los siguientes veranos fueron distintos. Mientras tanto, nuestras cartas de papel se cruzaban en la franja  que separa las Canarias del Sahara, un cementerio marino de los tantos que se atreven a surcar  por él en precaria situación. Después llegó  el móvil e internet. De vez en cuando funciona internet en Tinduf. Ya saben, no solo hay arena en el Sahara.

     Años más tarde casi todo su entorno se  volvió del revés: sus inquisitoriales padres, el colegio galés, la sociedad caduca… fue un proceso lento pero incisivo. No fue fácil para ninguna de las dos. Ella ha mutado mi concepto del mundo en blanco y negro;  he descubierto el matiz de los grises. Yo he cambiado en ella su escala cromática.  Entre ella y yo no hay color ni  distancia.

     Estudié medicina becada por el gobierno español. Pronto volveré al destierro apátrido al que nos  tienen condenados. Quiero y deseo  ser útil.  Ella es reportera gráfica  y hace unas fotos de la leche. Viaja por el mundo y el mundo por ella. De vez en cuando nos encontramos y entonces  nuestros  universos se detienen.

     No solo habita el desierto en mí,  también el desierto, aunque sea amarillo, tiene tatuado en su sinuosa anatomía el nombre de Alba.






                                                                         Isabel Caballero
                                                                         890 palabras