martes, 1 de junio de 2021

Dominique nique nique...

 

                                                                 Cuadro de una monja, de Diego Velázquez



                                                                    DOMINIQUE NIQUE NIQUE...

 

Lo que peor llevaba del uniforme eran los horribles zapatos de cuero; tenían dos pequeños botones esféricos difíciles de meter dentro de unos ojales muy estrechos…, me recordaban a lo que las monjas contaban sobre un camello y el ojo de una aguja. Cuando por fin conseguía abrocharlos, solía ser tan tarde, que apenas daba tiempo a lavarme y peinarme antes de que la madre Teresa revisara que SU grupo de internas estuviésemos im-po-lu-tas. Le gustaba esa palabra.   Mi cabeza repetía las dos últimas sílabas cambiándole el sentido: pu-ta-pu-ta-reputa. Una pequeña revancha mental contra la inquisitiva madre Teresa.

—Tú, García, ¿qué estás farfullando? —se dirigió a mi, nunca nos llamaba por los nombres de pila.

—Estaba rezando, madre.

—Ahora rezarás en misa, ¡andando!

El padre siempre insistía: «rasca, rasca, hija mía, seguro que algún pecadillo más encontrarás». Ya confesa, respiré. Si la palmara en ese mismo instante, iría directa al cielo sin parada intermedia. 

Después de la misa matutina, salíamos de la capilla entonando la canción del colegio:

Dominique,  nique, nique

Vaaa cantando amooor

Y lo alegre de su canto

Solamente habla de Dios

De la paalaabra de Dioooos

 

A las ocho y media nos colocábamos en fila en el patio central. Poco a poco iban entrando  las externas; aunque vestíamos  el mismo uniforme gris, parecían más alegres, diferentes a nosotras,  como si el mundo exterior fuera otro planeta.

En el colegio también vivían  “las recogidas”. Se  distinguían del resto por usar   mandil  y  pañuelo de color negro como si fueran viudas.  Eran niñas de caridad.  A cambio tenían   que hacer tareas domésticas, como servirnos  la comida a  nosotras,  las de pago. Nos tenían  prohibido confraternizar  con ellas.

—Madre Teresa, ¿qué significa confa… confra… ternizar?

—Vosotras procurad no darles excesivas confianzas.

—Confraternizar viene de fraterno, y fraterno de hermano —se chivó   al oído mi listísima  amiga Olga.

—Madre —levanté la mano — ,si todas somos hijas de Dios, ¿las niñas de caridad son nuestras hermanas?

—¡García, no digas tonterías! —me reprendió la madre Teresa.

Las recogidas ocupaban asientos al final de las aulas  y al fondo, en  los oficios religiosos.  A veces no asistían   si había  tareas pendientes, o  si se celebraba algún acontecimiento, tenían que barrer y  encerar  suelos, pulir las  barandillas de madera, frotar muebles y  limpiar los  cristales de toooodas las ventanas.

Sí, Olga Macías era mi mejor amiga, aunque las demás la despreciaran por ser tan oscura. Me gustaba  escuchar sus historias del exótico lugar de donde venía.

—Algún día, los españoles se irán de Guinea. Mi tío dice que no falta mucho.

Y si a tu tío  lo hacen Rey, seguro que toda tu familia    vivirá   en un palacio de marfil.

Será presidente,  mucho mejor que ser Rey, y  se construirán  escuelas por todos lados, desde Fernando Poo a Río Muni, en la isla de Annobón, en la de Corisco,  en las de Elobey Grande y hasta en  la de Elobey Chico. Habrá  Universidades en Malabo, Bata… y tendremos maestros, doctores, ingenieros, astronautas…

Imaginé un lugar lleno de escuelas pegadas las unas a las otras. No entendía tanto  entusiasmo  por los colegios. Yo estaba deseando que llegara las vacaciones de verano para salir del internado.

—¿Todos en Guinea son como tú?

—¿Negros?, la mayoría. Yo  soy   mulata fernandina.  Los blancos no distinguen las diferencias   entre los Fang,    de origen Bantú,  y los bisios, y los nadowes… hasta hay algunos pigmeos, que son muy pequeños, del tamaño de un niño.

—¿Y sois todos cristianos?

—Muchos sí que lo somos, depende.

Cuando al tío de Olga lo nombraron presidente   de Guinea Ecuatorial, se convirtió en una niña  muy, pero que muy importante. A nadie parecía importarle su color. Las monjas hicieron una merienda especial para festejar el acontecimiento,  no faltó de nada, todo por cortesía del primer presidente de Guinea.

En el curso siguiente  cambió la cosa. El presidente ya no era tan amigo de España ni enviaba regalos al colegio. Las transferencias de Olga llegaba con  retraso y  las monjas dejaron de tratarla   con cortesía.  Cuando el dinero dejó de mandarse, la priora ordenó mudarla  al cuarto de las niñas recogidas.

—Madre Teresa, déjeme irme con ella —le rogué entre lágrimas.

—¡García, a callar! Pronto  volverá  con los suyos. Rezaremos por ella y por todos los impíos ateos de su país.

Si hubiera podido, si existiera la magia,  habría convertido a la monja en una cucaracha, la habría pisado con los zapatos de ojales tan estrechos  que casi no entraban  los botones;  la aplastaría  con toda la potencia de mi rabia. No pensaba confesarme por el odio que sentí por ella en ese momento. Recé   para que ocurriera un milagro. Cualquier milagro. 

La madre Teresa estornudó tres veces, y entonces   vi que  un alargado moco  colgaba de su puntiaguda nariz balanceándose  al mismo ritmo que su dedo mandón.

¡Vaya!, ¡tengo poderes! —pensé asombrada.

—¡Tú, García!, ¿de qué diantres te ríes?

No podía tomármela en serio con esa babosa verde saliendo de su napia. Nunca más volvería a temerla. Esa era mi super arma secreta, saber que la monja no era de acero inoxidable, sino de gelatina,  tan enana por dentro  como por fuera.

Cuando los familiares de Olga vinieron a recogerla,  sin importarme el  castigo,    salí de la prietas filas   marciales  para darle un abrazo del que nos costó  separarnos. De fondo sonaban las dulces   voces de las alumnas entonando el himno del internado:

Dominique, nique, nique…

 

                                                    
                                                                

                                                                          Isabel Caballero

                                                                             900 palabras