lunes, 16 de marzo de 2020

UN MILLÓN DE AÑOS



Relato aportado para EL TINTERO DE ORO, debe seguir los siguientes requisitos:

TEMA: El relato deberá contar con, al menos, uno de estos requisitos (podéis elegir uno, dos o los tres):
  • Escribir una historia de ciencia ficción, ya sea viajes espaciales, colonización planetaria, robots, encuentros con extraterrestres...
  • Un relato en el que se mencione con sentido la novela Crónicas Marcianas o al autor, Ray Bradbury.
  • Un relato en el que la acción transcurra en un planeta inventado.
EXTENSIÓN: 900 palabras como máximo.

PUBLICACIÓN: Deberéis publicarlo en vuestro blog en este mes de marzo.


PLAZO: Desde 15/03/2020 hasta el 31/03/2020




      EL VERANO DEL COHETE
   
 Después de varios días de intenso trabajo, Carlitos y yo conseguimos terminar el hidro-cohete y la plataforma de lanzamiento.
 El despegue salió genial. El tapón se liberó de la botella de plástico de dos litros, y entonces vino la parte guay. ¡Zooom!, el misil salió despedido dejando una estela de agua tras de sí. Solo subió unos pocos metros perdiéndose detrás de unos matorrales, ¡pero fue la leche!

    NOCHE DEL COHETE  

  Esa misma noche escuché un ruido seco en el jardín. Salí corriendo y vi nuestro cohete espachurrado.
   Llamé por el walkie-talkie a Carlitos.
   —¡Ven enseguida!
   —No puedo, estoy castigado.
   —¡Pues escápate!

   HOMBRES DE LA TIERRA

   Dentro de lo que quedaba del cohete había una nota arrugada y algo húmeda, y en ella, escrito en letras mayúsculas: “HOMBRES DE LA TIERRA, NO VOLVAIS A ATACARNOS O LO LAMENTAREIS”

   EL CONTRIBUYENTE  

      ¿Quién dijo miedo?
  Le pedimos a mi abuelo que nos ayudara a construir otro más potente. Nos pusimos alias siguiendo su consejo. Carlitos, “Pedro Duque”; yo, “Neil Armstrong”; y mi abuelo, “El Contribuyente”.

   AUNQUE BRILLE LA LUNA
   
   Decidimos probar el nuevo “APOLO 2” en una noche oscura para no ser descubiertos. Aunque brillaba la luna, estábamos tan impacientes que lo lanzamos. ¡Fue fantástico! Salió disparado perdiéndose en las sombras. Seguramente llegó mucho más lejos que el anterior.

   LOS COLONOS   

   Al día siguiente encontré cinco enanitos de color verde esparcidos por la hierba. Todos tenían cabezones que parecían escafandras.

   LA MAÑANA VERDE
   
   A media mañana se acercó por el horizonte una gran nube verde.
   —¿No te parece sospechoso Neil? —preguntó Pedro Duque.
   Asentí varias veces con la cabeza.

   LANGOSTAS

   El contribuyente nos contó que las langostas devorarían todo lo verde que encontraran.
  —Los enanos también son verdes —dijo Pedro Duque.
  —“Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas” —recitó El Contribuyente.
   Carlitos y yo nos miramos pensando que al abuelo se le había ido la olla con tanto verde.
   Al final solo fueron inofensivas libélulas verdes.


   ENCUENTRO  

    A nuestra pandilla del parque se apuntó una niña nueva con el pelo corto y las uñas del color de uñas, y no rosas o brillantes, como todas las uñas de las demás chiquillas.
  —¿No te acuerdas de mí? —me preguntó.
 ¡Anda!, ¡la niña que trepó hasta la punta del abeto de la guardería y tuvieron que venir los bomberos a bajarla!
  —Hola Úrsula.
  —¿Qué tal chaval?


   NOCTURNO 

   Algunas veces tengo miedo por las noches. Por el día hago como que no, no vaya a creer mi abuelo que soy un cobarde. Anoche, antes de dormirme, pensé en Úrsula y me olvidé de los invasores.

   INTERMEDIO
  
   Durante una semana pasé más tiempo con Úrsula que con mi amigo. 
 Carlitos me pidió convencer a mi abuelo para que construyera otro nuevo cohete.
  —Es que tengo mucho que estudiar —me excusé.
  —¡Pero…, si es verano!—exclamó.

   MÚSICOS

     En la fiesta del pueblo tocó una banda llamada “Siniestro Total”. Cantaron una que decía así:

   Los platillos volaaaantes…
   Los platillos flotaaantes…
   Un platiiillo llega yaaaaa…
   Un platiiillo de verdaaad…


   Carlitos y yo estábamos convencidos, de que sí, de que pronto llegarían, y de que los músicos con esas pintas tan raras segurísimo que eran extraterrestres, por lo menos.


   A TRAVÉS DEL AIRE

  Con prismáticos o sin ellos, miraba a menudo el cielo por si veía platillos. Cada vez que dejaba de hacerlo pensaba que en ese momento, en ese justo momento, una nave espacial cruzaría el aire y me lo perdería…, así que volvía a levantar la cabeza aunque me doliera el cuello a rabiar.

      LA ELECCIÓN

   El nuevo cohete era enoooorme.
   Carlitos propuso el nombre de “APOLO III”
   —“APOLO 3” mola más —dije yo.
   —Bueeeno, vaaale.


      USHER II

  Úrsula se enteró de la movida del cohete. Quiso participar. Le dijimos que no. Cuando nos ofreció su hucha, aceptamos. Nos venía genial para la compra del material: una plancha y cuatro tacos de madera, una varilla de acero fina, cartón duro para las alas y cinta adhesiva. Inflador de balones ya teníamos.
  Úrsula se empeñó en bautizarlo “USHER II”, cuando ni siquiera existía un “USHER I”
   
¡Vaya birria de nombre! —farfulló Carlitos.
   Yo no dije ni mu.

   VIEJOS

   Mi abuelo estaba perdiendo la memoria, aunque a veces recordaba cosas de cuando era pequeño.

    EL MARCIANO   

  Os voy a confesar algo —soltó El Contribuyente con cara seria.
  —Soy un marciano.
  —¡Anda ya, abuelo!
  —Y hay más marcianos en el pueblo.


   LA TIENDA DE EQUIPAJE  

 —¿Lo veis? Su mano izquierda tiene seis dedos. ¿Qué más pruebas queréis?
 Tenía razón el abuelo, el dueño de la tienda de equipaje también era marciano.


    FUERA DE TEMPORADA
   
  Se acabó el verano y los turistas se fueron. Conseguimos material para el cohete a buen precio por estar los comercios fuera de temporada.

    OBSERVADORES

    Los marcianos se quedaron. Nos sentíamos observados.

    PUEBLO SILENCIOSO 

     Extrañamente, el pueblo estaba muuuy silencioso.

      LOS LARGOS AÑOS  

      Mi abuelo tenía poderes. Adivinaba cuándo iba a llover.

    VENDRÁN LLUVIAS
   
   —Os dije que llovería, ni siquiera el parte lo ha anunciado.
   Llamaba parte al telediario. Cosas de marcianos.


   UN MILLÓN DE AÑOS

  Todo el mundo creyó que El Contribuyente la había espichao. Le hicieron un funeral con su misa.
   A escondidas de los adultos, pillamos un puñado de sus cenizas metiéndolas en el súper cohete. Salió zumbando hacia las estrellas. Tardará un millón de años en llegar a su destino, claro que el abuelo no tiene prisa.




                                            

900 palabras
Isabel Caballero



                                          UN MILLÓN DE AÑOS





   


EL VERANO DEL COHETE

   

martes, 3 de marzo de 2020

Érase un rey...



Reto del mes de febrero, para CAFÉ LITERAUTAS  las palabras que tienen que estar presentes son: Foto, elefante y aguijón. Es válido escribirlas tanto en singular como en plural, femenino o masculino.

El reto opcional, que como bien indica su nombre, se puede aceptar o no. Para este mes, solicitamos que alguno de los personajes pierda la memoria.

Agradecida especialmente a los compañeros Estrella Amaranto, Pepe de la Torre, Isan, Irene Rodriguez y David Rubio… y en general a todos y cada uno de quienes me han comentado y corregido. Gracias.

                                   

                                     Érase  un rey...

   

   Se llamaba Cloe. Esperpéntica Cloe con la frente marchita. Delicadas venas y finísimas arrugas surcan el mapa desesperado de su cara. El aliento de náufraga ahogada en ginebra o ron, lo que se tercie.

   Pasaba su tiempo entre la plaza del pueblo y el paseo marítimo recitando el único poema que sabía. La mano izquierda en el pecho; la derecha dibujaba molinetes en el aire, más bien aspavientos. Al terminar, solía hacer una profunda reverencia a la espera de aplausos, y con suerte, de algunas monedillas. 

   Mi mujer se enfadaba conmigo cuando le hablaba de Cloe. 

   —Le das demasiada confianza. No entiende cómo puedes inspirarte en semejante borracha. No irás a escribir sobre ella, ¿verdad Manuel?

   Titula a mi galería de personajes, colección de esperpentos. Yo los llamo extrañas aves del paraíso.

   Cloe fumaba con los ojos semiabiertos, o medio cerrados, para que el humo no entrara en ellos, lo cual prestaba una expresión cautelosa al rostro. Parecía observar el mundo a través de la cancela de sus pestañas.



   Este era un rey que tenía 

   Un palacio de diamantes

   Una tienda hecha de día

   Y un rebaño de elefantes…

   Pensé que la sutileza del "de", cambiaba el sentido de la frase. Una tienda hecha del día sugiere una materia de luz. Me interesaba el punto de vista de Cloe por no estar influenciada por nada, ni por nadie.
  —Cloe, dime… ¿te parece que la tienda está hecha del día o de día? —pregunté vocalizando bien la diferencia de las preposiciones. 
   —¿Cómo…?
   —Que si la tienda está hecha del…
   —De día, claro —interrumpió. —Si la hicieran de noche no verían una mierda.
   Cloe se limitaba a recitar sin analizar los conceptos y a poner en su sitio a un escritor completamente idiota.
   —¿Sabes  que tu poema lo escribió un tal Rubén Darío?
   —¿Quién es ese…? 
   Olvidó la pregunta al ver bajar unos cuántos turistas del autobús. La artista salió disparada a escena declamando alto y fuerte, con gran despliegue de gesticulación. Lancé un euro en el pañuelo abierto junto a sus pies y puse cara de embeleso. Los extranjeros se detuvieron un instante a mirar el grotesco espectáculo. Ninguno de ellos emuló mi gesto. Siguieron su camino sin que acabara la memorable actuación.
   —Manuel… ¿no me da usted algo? Mire que no he ganado nada todavía.
   —¡Pero Cloe! Si te acabo de…, mejor te invito a café.
   —Un carajillo a poder ser.
   —¿Has comido algo hoy?, ¿quieres un bocadillo?
   —Que sea de calamares. 
   Mientras ella se zampa su bocata, yo apuro el café e intento leer en vano mi periódico.
   —¿Y ese elefante muerto de la foto?
   —Lo mató el rey de tus versos, Cloe. Un magnífico ejemplar macho. 
   —¿Y a los otros cuatrocientos?
   Ante mi gesto de duda, recitó los versos.

   Viste el rey ropas brillantes
   y luego hace desfilar
   cuatrocientos elefantes
   a la orilla de la mar.

   —¡Ah sí!, tu poema.
   —¿Se los cargó a todos?, ¿en serio?
   Me miró con los ojos muy abiertos, inquisidores, clavándolos en los míos como aguijones.
   —Supongo que sí Cloe, no me extrañaría nada. El de la portada del periódico fue abatido de siete disparos, siete tiros con su rifle Rigby Express del Calibre 470.
   Dejó de prestarme atención. Era difícil explicarle la noticia de que el rey de España, el presidente honorífico de la organización internacional dedicada a la defensa de la naturaleza y el medio ambiente, era cazador de elefantes. 

   No volví a ver a Cloe durante años. Supe que preguntó por mí en varias ocasiones. A mi regreso a la isla, me contaron que estaba interna en el psiquiátrico después de varios episodios de comas etílicos.
   Cuando fui a visitarla no me reconoció. Le recité bajito el poema que tanto le gustaba.

   Este era un rey que tenía…

   Al mencionar los elefantes, me pareció ver una tenue luz, allá, en el fondo de sus ojos. 
   —No reconoce a nadie, no sabe ni cómo se llama —indicó la aséptica enfermera.
   También le dije que le había traído un cartón de tabaco negro marca Kruger, sus preferidos. La misma celadora indicó el letrero de prohibición. 
   —Supongo que podrá fumar en los patios.
   Negó repetidamente con la cabeza.
   La cancerbera le requisó los cigarrillos por si se le rompía la caja del pecho. El corazón no se lo pueden destrozar, está vacío de por vida. Lo de la memoria de su alma tiene peor diagnóstico. Un globo henchido de nada.




                           Isabel Caballero