Algo parecido
a una carta de amor mientras escucho un saxo
Cariño, te escribo desde la mesa de la cocina, a mi lado hay un centro de naranjas de la China China China que tú llamas mandarinas, ¡huelen a gloria bendita!
Cuando leas la presente, parece que te estoy viendo, seguro sacarás el lápiz amarillo de penalizar las terminaciones en “inas”. Apunta siete.
Ahora salgo a pasear, ¿me ves?, estoy paseando. Se me quedan las cosas, todas las cosas, colgadas de los ojos, y es que me fijo mucho para después contártelas. El cielo es más amplio desde que te escribo. Mira, en la playa hay una joven madre tumbada boca abajo sobre la arena. Su niño chico, más de dos años no tendrá, le ha parecido que el lugar más cómodo es el trasero de su mamá, se ha sentado satisfecho en el curvo sofá, claro que pronto se cansará de su mullido trono porque los niños son así, se aburren de los juegos enseguida. Me gusta contarte esto porque sé que vas a sonreír. Hacerte reír siempre me ha resultado fácil, que me quisieras para “los siempres” un imposible.
Escucho el mar que va y viene, a veces solo parece que viene. De vez en cuando, una ola mayor que las otras hace más ruido que las demás al llegar a la orilla, en su retroceso los cantos y piedras que arrastra la resaca suenan a... no me sale la palabra, ¿cómo llamarías al sonido de las piedras cuando retroceden? Escríbeme y cuéntamelo, cuéntamelo de esa manera tan tuya, colocando las palabras como gemas preciosas, una tras otras, íntimas, sin estorbarse. Cuéntamelo a tu manera, ya sabes de lo que hablo.
¿Recuerdas cuándo los tres, el schnauzer, tú y yo, éramos tan felices? , claro que la felicidad tiene la mala costumbre de comportarse con efecto retroactivo, cuando se escurre de nuestras vidas nos recuerda aquella vez en la que ¡Ay! fuimos tan felices sin saber que lo éramos. ¡Vaya!, acabo de hacer algo parecido a un retruécano, que consiste en repetir una frase en el orden inverso de los elementos, y ya sé que sonríes conmigo pues fuiste tú quien me enseñó las figuras retóricas y sobre cómo dejarse llevar con el cuerpo. Sobre el manejo del alma nunca hablamos.
Me gustaría decirte algo interesante, como por ejemplo: “la labor incesante del sujeto trascendente culmina en la unidad última del sujeto y el objeto, (estoy recitando una frase de uno de tus sesudos libros olvidados en mi casa, en aquella nuestra casa). La leo una y otra vez... la labor incesante del sujeto extravagante... la extravagancia del sujeto cesante... y con franqueza, no tengo ni puñetera idea de lo que significa.
Vuelvo a casa. Suena un saxo mientras intento algo parecido a una carta de amor. Prometo no mencionar en ella las palabras prohibidas: Felicidad, Alma, Corazón, Siempre, Nunca, Adiós. Prometo pasar por encima de las frases grandilocuentes y comprometidas, no rozar las emociones, navegar entre dos aguas, mantener el tipo, ser equilibrada, acróbata de la cuerda floja, no respirar por si acaso duela, prometo sobre todo no amarte. Acabo de decirte una mentira.
Y porque la vida es así, te deseo que escribas bien y mucho, también a mí misma, no para que, como siempre, triunfes o yo consiga publicar, solo para que nos mantengamos en pie como hasta ahora hemos hecho.
Tara (Isabel Caballero)