lunes, 1 de febrero de 2021

Nirvana

 





                                                                               N i r v a n a

Mi marido siempre anda por su parte, y yo, por la mía. Nuestra casa  es de tamaño mediano, lo suficiente  para que ambos tengamos  espacio vital. Para no tropezarnos cuándo no toca tropezarse hemos desarrollado un radar; lo llamamos delicadeza.

Por fortuna tenemos aficiones diferentes. Él es feliz cuidando con esmeros sus plantas,   las que tengo prohibido tocar,  aunque me permite verlas y hasta olerlas.  Cuando vienen a visitarnos se dirigen a mí halagando el precioso jardín; entonces pone esa cara de enfado con la boca apretada  que sabe poner. Como lo conozco bien traduzco enseguida su mandíbula y  digo lo que digo siempre—:¡Ya quisiera yo!, todo el mérito es suyo.  

Cuando aclaro que mi marido es un jardinero excelente, sonríe satisfecho, me planta el  brazo sobre los hombros, o si estamos sentados, pone su mano en mi rodilla, que es como estampar el sello de esposo sobre la esposa.

Sin embargo, para conseguir el punto de flotadora del éter necesito saber que el jardinero está contento, es entonces cuándo   puedo ponerme   a pensar en mis cosas, evadirme mientras los demás hablan y hablan. Asiento y niego, contesto con amables monosílabos  y hasta parece que estoy presente de mente y  cuerpo.  La verdad es que me sale muy bien, nadie se entera de mi viaje particular por  las nubes, tengo la facultad de aterrizar y seguir la conversación con cierta coherencia justo por donde la dejé antes de emprender el vuelo.

Lo que me enerva es su particular costumbre. Las enciende como quien cumple un deber ineludible. Enciende una y se va a por otra. Yo las voy apagando a medida que me las encuentro encendidas, salvo la que está viendo en ese momento. Las tiene de todas las clases, tamaños y tipos: pantalla de cristal líquido, de plasma, de LED… y hasta una antigualla guardada en el sótano de tubo catódico y pantalla extra gruesa,  (se niega a deshacerse de ella). Un día de estos,  mi marido y yo, tendremos que ponernos de acuerdo con los encendidos y apagados de las múltiples televisiones,  ¡pero da tanta pereza discutir!

Es estupendo tener distracciones diferentes, esto hace que nos mantengamos unidos, eso sí, cada uno por su parte de la casa. Ni se me ocurre comentarle lo que pienso cuando estoy flotando, hay que ser considerada, no saben lo que agradezco que él no me cuente lo que ve y escucha en uno de sus tantos cacharros.  Esto es amor desinteresado y altruista, el no atormentarnos sin necesidad ninguna.

En momentos  puntuales  nos reunimos en nuestra casa mediana,  a la hora de comer y también para dormir y otros asuntos de lechos conyugales, que la coyunta hay que cuidarla tanto como cuida él  SU jardín.

Tiene otra manía más un tanto extraña, pero como es inocua, la manía, pues le dejo hacer. Cuando hacemos  el amor, (él lo llama así, cuando debería llamarse jodienda por lo pesado que se pone a veces), pues le gusta hacérmelo con las medias puestas, (yo, no él), y rompérmelas, y después quiere que me las deje puestas un buen rato sin ponerme nada encima  de  la incidencia desgarrada. Desayunamos de esta guisa,  hacemos la lista de la compra,  o hablamos de la factura del dentista, o del perro de la vecina   que ladra mucho y no le deja desgarrar medias con tranquilidad. Sí, esto le encanta, la naturalidad en los modos. He probado a ponerme ropa interior super chula, pero nada, que no hay manera, sin medias, el pobrecito se viene abajo.   Para una manía que tiene (bueno, dos), no se la voy a fastidiar.

La puesta en escena dura hasta que enciende sus televisores, y entonces, ¡flop!, se evapora todo el post encanto mañanero.  Eso sí, tiene la delicadeza de ponerlos a poco volumen para que yo me pueda concentrar en lo mío. Me quito los jodidos restos rotos, (de baja calidad,  total, para lo que duran…),  las tiro a la basura de residuos plásticos porque las compro de lycra, (elastano sintético),  puede estirarse  seis veces su longitud, (eso pone en las etiquetas, pero no es cierto, al primer tirón salen carreras).  Después, ya relajada (más él que yo), me ducho, me visto, y ¡por fin! hago lo que más me gusta: fluir por el nirvana.

           


            Participo como invitada en 

            la  XXV EDICIÓN DE TINTERO