Teresa
mía, has de saber que mujer de un rey ya eres, este mesmo que te escribe,
aunque sea mi señor Quijote quien empuñe la pluma pues de letras ando escaso como bien sabes.Te envío un paño verde de varias varas para que
le sirva de saya a nuestra hija, que
será princesa, y a ti, esposa, uno de
púrpura pues ya eres señora reina de la ínsula de San Borondón, la misma
de la que contaban los navegantes que la habían avistado aunque las autoridades eclesiásticas y las otras dictaminaran que no existía, que eran
quimeras de molleras huecas e vacías
como la que le han achacado a mi señor don Quijote, y que llamaban:
La
aprositus
La
inaccesible
La
velada
La
encubierta
La non trubada
Y otros muchos motes más que me dicta mi
dueño, ya ves que de ilusorio nada, puesto que soy rey, mucho mejor que la merced de gobernador como prometióme mi
señor Quijote cuando accedí a ser su escudero y nos fuimos por esos mundos de
Dios a enmendar entuertos y a pasar fatigas.
Ordenaré
construir un castillo con torretas, almenas y cañones para guardalla de piratas, corsarios e invasores y un ejército he de tener para defendella,
pues ya endescubierta sus virtudes será ambicionada por muchos, pues son sus
aguas pletóricas de peces, por sus montes saltan cabras tan gordas como
terneras, son sus bosques frondosos y sus árboles repletos de frutos, ni tres
de mis vasallos juntos abarcarían sus perímetros perfumados.
Desto no le digas a naide, Teresa.
Ya daré aviso de cuando has de venir y todo esté dispuesto como
corresponde a mi dinidá y a la tuya. Ora que eres reina tienes que cuidarte de
no erutar ni regoldar, que regüeldos y erutaciones no son propios de la nobleza,
menos aún de la realeza, ni mascar a dos
carrillos, ni has de arrascarte las
greñas ni despiojarte en público. No cuentes
nada desto ni al cura ni al boticario ni al barbero, pregoneros de tres al cuarto, no seáse
que se enteren en la corte y envíen soldados a conquistar nuestra ínsula de San
Borondón en nombre del Rey de las Españas de Felipe II “el piadoso”.
Esposa mía, continúo esta misiva semanas después de donde la dejé para avisarte que en
la ínsula, además de las dulzuras que te conté,
existen grandes canes como dragones, con los mesmos ojos de mi faz los
he visto, y en sus mares hay grifos con aletas de pez, cíclopes acuáticos y
serpientes marinas y en sus bosques ninfas y seres diminutos que hay que mirar de lado o poner la vista nublada
como cuando miras al horizonte y no ves nada sumido en pensamientos, entonces
es cuando aparecen y desaparecen con la misma rapidez. También he avistado con mayor claridad a los habitantes salvajes que hemos de cristianar y sacarlos de las brumas de la idolatría, y hasta brujas
haylas que por aqueste lugar llaman harimaguadas, de piel más clara que los turcos y moros
dafrica. No son hadas ni fantasmas ni espíritus pues tienen los muslos prietos
y no están descarnadas, son más de carnes que de huesos. Descarnados sí son los
aparecidos en mi lecho, que no me apercibo si son malos sueños o los
antepasados de los aborígenes llamados guanches, que momificaban y enterraban en
sus cuevas con grandes piedras taponando las entradas mortuorias como hicieron
con nuestro señor Jesucristo, y que como él, resucitaron, no para ascender a los cielos, sino para
perturbar mi sosiego. También se me asoman por las noches, por obra de un hechizo o alguna pócima que puede que tomara sin apercibirme, unas hermosas doncellas, hadas si no fuere porque visten pieles de carnero y que afirman ser las verdadera y últimas princesas
canarias hijas de reyes que por acá
nombraban guanartemes. Pellizcanme los
mofletes, bailan sobre mi abultada
panza, jalan de los ralos pelos que me
quedan no dándome sosiego en toda la noche. Mi señor Quijote dice que es por
culpa del mucho yantar y holgar, que son malas digestiones, aconséjame que
ayune, que de buenas cenas están las tumbas llenas, pero me barrunto, Teresa mía, de que sirve ser rey entonces si
tengo que cerrar el jocico y no catar ningún manjar.
Te cuento también, esposa, que asta ora no he visto ni un solo ducado de los prometidos, menos aún maravedíes para construir la fortaleza, armar al ejército y dar de comer a mis vasallos, y si este devenir continúa me he de despojar de la corona y tornar a servir de escudero de mi señor, o mejor volvernos ambos a nuestras casas, él a su hacienda como el hidalgo Alonso Quijano que es, y yo, al campo, como el humilde labrador de antaño, que esto de ser rey de ínfulas más que de ínsulas, no es quehacer serio, pues “oficio que no da de comer a su dueño no vale dos habas”.
Que Dios te guarde, mi bien. A ti y a nuestra amada hija.
Tu marido, el Rey Sancho I de San Borondón, a veinte de julio del año del Señor de mil seiscientos catorce.
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Dedicado a mi señor padre que fue, y digo fue porque ya no está con nosotros, degustador de las andanzas del Quijote, y en más de una ocasión oíle desternillarse por mol de alguna aventura o chascarrillo sobre todo de Sancho. Yo era muy joven y pensé que a mi padre se le había ído la mollera como a don Alonso Quijano, pero no, solo tenía sentido del humor y agora lo comprendo. Va por ti, querido papá, y por tus enseñanzas.