viernes, 18 de marzo de 2022

Un cadáver en el ascensor

 



Segundo y último aporte. Esta vez me he inspirado en el magnífico micro  "JUSTO A TIEMPO" nº 28  de la compañera Matilde, y con el mismo título que la propuesta del nuestro amigo David "Un cadáver en el ascensor"


    —Buenos días —saludó  el joven  mirando de reojo la estola de piel del pobre animal con ojos de cristal y pequeñas garras  que tenía  la anciana rodeando su cuello. —¿Piso?

    —Diez. ¿No deberías  subir por las escaleras, chico? A los repartidores y personal de servicio no deberían permitirle  el uso del elevador. Tiene casi dos siglos, es  una reliquia.

    —No he visto ningún aviso que lo prohíba.

    —Ni animales ni repartidores, y no necesariamente en ese orden.

    —Si los perros y sus dueños son educados no veo el problema.

    —¡Ni hablar!, el dichoso gato de una vecina arañó el  asiento de terciopelo, ¿no lo ves rasgado por ese lado? —señaló la anciana elevando la voz.

    —Cálmese señora.

    —Si mi marido viviera sabría ponerte en tu sitio. Seguro que además eres rojo... porque tú no crees en Dios ¿eh?, ¿EHHH?

    —¡Señora!

    —¿Quién me dice a mi que en ese paquete no llevas una bomba?, en este edificio viven muchos militares y gente de orden. ¡ANARQUISTA! ¡ATEO! —chilló la anciana  enarbolando un dedo delante de la cara del joven.

    Por un momento, el repartidor imaginó lanzar una patada a la nuez de la mujer a ver si de una puta vez se callaba la boca.

    Undécimo piso, parpadea la luz del ascensor. La anciana sale de él recolocándose  su estola.

    Una pareja encuentra al repartidor muerto en el ascensor. Le faltan los ojos. Tiene la cara plagada de pequeñas mordidas, como si una alimaña lo hubiera atacado.




                                                                                   246 palabras
                                                                                Isabel Caballero

miércoles, 16 de marzo de 2022

Nota Falsa

 





                                                                   NOTA FALSA


     Las poleas oxidadas del ascensor de cancela de hierro avisaban de la llegada del profesor de violín. Me tocaba con la misma pasión que a su instrumento meciéndose sobre las puntas de los pies a ritmo de Paganini, con los ojos cerrados y las alas abiertas.  Cuando yacía conmigo estaba prohibido cualquier clase  de perfume que disfrazara mi fragancia de mujer, porque le encantaba oler mi excitación, meter su nariz en el hueco de mi cuello, en mis axilas, en los pliegues de mi cuerpo, hasta que mi sexo reclamaba un ven aquí ya. ¡Ya!

     A mis hijos  no les hacía ninguna gracia que el virtuoso pasara tantas horas con su madre. Cuando les conté que se quedaría a vivir conmigo se enfadaron.

     —¡A vivir de ti!, ¿pero no te das cuenta de qué es un aprovechado? —se enfadó el mayor.

     —Y quince años más joven que tú, mamá —soltó mi hija,  la empoderada, la que se sabe de memoria el manifiesto surrealista y los dineros que tengo en el banco, que no son pocos.

     El portero puso una nota avisando que el ascensor estaría unos días inoperativo, y que pronto vendrían a hacerle una revisión a fondo.

     A mí  ya  me da igual como suene el jodido ascensor asmático. A mí ya todo me da lo mismo desde que mi cariñoso profesor no viene a verme.

     Cuando el operario encontró su cuerpo, mis  hijos  se miraron entre ellos. Un  gesto apenas perceptible, una leve nota falsa de violín.

  



                                   Isabel Caballero

                                    250 palabras