Lo trajo el mar desnudo a la
puerta de mi casa costera. Le di agua, comida y cobijo. Chapurreaba nuestro idioma y me contó que fue el único
superviviente del viaje maldito. La franja que separa Canarias de África es un
cementerio marino. Tenía un cuerpo perfecto tallado en ébano. No pude evitar,
ni quise, echarle un vistazo a su miembro viril donde grabado en rojo destacaban las letras PDMDESEO, quiero recordar. Pensé que era
un tatuaje tribal.
—Soy escritora..., o eso intento —le conté
señalando los folios en blanco.
—Yo soy… era, contador de
cuentos en mi aldea.
Desde entonces, viajamos de la cama al escritorio, donde crecen las historias; y del escritorio a la cama, donde crece la pasión.“PÍDEME UN DESEO… Y LO VERÁS POR ESCRITO” grabado en rojo y negro stendhaliano sobre la sublime erección de su pluma de oro.
Los efectos secundarios de la letra pequeña son
evidentes.