CORAZÓN PARTIDO
No era costumbre que las mayoría de las mujeres embarazadas del medio rural, antes del
alumbramiento acudieran al hospital de Ratlam, Centro India.
Para Kan y Sohait fue toda una sorpresa cuando ella dio a luz a una
criatura con dos cabezas, dos corazones,
y solo dos brazos y dos piernas. Al parecer, no compartían ningún otro órgano
vital. Esta anomalía de los gemelos siameses unidos por un torso era conocida en el
ámbito médico como parapagus dicefálico, que en la mayor parte de los casos terminaba en mortinato.
Tras el milagro de haber nacido vivos, y a pesar del alto riesgo, el equipo médico aconsejó la opción de sacrificar al más débil de ambos. El matrimonio se negó. ¿Quiénes eran
ellos, pobres mortales, para oponerse al designio de los dioses?
Los afligidos padres volvieron a su aldea, donde “la criatura”, como todos la llamaban, fue todo un acontecimiento. Como no hay mal que por
bien no venga, cobraban la voluntad a los curiosos de la aldea y alrededores que quisieran contemplar el macabro espectáculo de la
deformidad. Incluso acudían desde lejanos lugares.
Una de las cabezas era mayor que la otra, ojos casi ciegos cubiertos por
una nube gris, dos enormes agujeros por fosas nasales y una boca de labio leporino tan voraz que
vaciaba, en menos que canta un gallo, la teta de su madre dando cabezazos a la pequeña cabeza de su
hermano desplazándola para vaciar la otra mama.
El pequeño jibarizado, en contraste
con el mayor, tenía un bello rostro,
ojos negros y almendrados, equilibrado y armonioso todos sus diminutos rasgos.
A medida que pasaban los meses, el pequeño iba disminuyendo cada vez
más, ni siquiera luchaba por la leche de su madre. Incluso se apartaba para que
el gigante devorara su ración. Con los años la cabecita solo era una pequeña miniatura hermosa y sonriente, amable con sus padres, vecinos y visitantes. Ni una sola queja
salía de sus bien formados labios, ni una lágrima de sus ojos almendrados. A
medida que se desvanecía, algo de su belleza y bondad parecía contagiarse al
hermano. Se disolvió la nube gris que
le velaban los ojos, compartía la comida
con su ya casi inexistente hermano, se volvió generoso demasiado tarde. ¡Ósmosis o milagro!, ¡quién sabe!
Con los años, cuando la cabecita del gemelo menor desapareció, quedando solo el vestigio
de una verruga en el cuello del hermano sobreviviente, este lloró arrepentido por su inicial egoísmo.
Una sola cabeza con dos corazones de sentimientos encontrados, con dudas, desconcierto, incertidumbres, aciertos, errores, amores y
odios, cometiendo actos valerosos y atropellos. Era feliz a ratos, y desgraciado
en ocasiones.
El gigante no era un David ni un Goliath. Tenía el corazón dividido. El resto de su vida navegó entre
el desasosiego y la esperanza,
como cualquiera de nosotros, frágiles seres humanos imperfectos.