Antes de abrir la puerta hubo un tiempo en que bandadas de aves acudían a visitarme. Sus arrullos, gorjeos, graznidos y trinos me reconfortaban. Entre todas ellas prefería a los colibrís. Batían sus alas mientras libaban del alma de mi cerebro o del cerebro del alma. Cuando extendían sus lenguas... ¡ahhh!, entonces todo se inundaba de infinitas impresiones! El color de la música, el sexo redimido, la piel abierta, los sentidos dispuestos a recibir sus caricias excitando puntos vírgenes que incendiaban sensaciones jamás imaginadas.
Isabel Caballero
—Son alucinaciones que recrea tu mente enferma. ¿Desde dónde vienen tus pájaros?, ¿dónde están las huellas de sus pisadas?, ¿y los excrementos?..., porque defecarán ¿no? —ironizaba el doctor.
—Acuden desde los lejanos páramos, las suaves praderas, los húmedos manglares y los bosques umbrosos; desde el calor de los cielos y la frialdad de los infiernos, y no cagan porque vienen ya cagados.
Ya no escucho voces. Más allá de la puerta, el mundo exterior es plano. El psiquiatra diagnostica esquizofrenia en fase residual. Pienso que rebaja el paraíso a patología.
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