domingo, 16 de febrero de 2020

Vientos de guerra










                                                           La saguia con agua


                                                                   La Saguia seca                             

     

                                           Vientos de guerra



     Nuestra casa estaba en la bajada al río Saguia el Hamra de aguas intermitentes; un cauce seco de color rojizo la mayor parte del año.
     Mi padre era maestro albañil al cargo de una cuadrilla de hombres en El Aaiún, capital del Sahara Occidental español. Nadie como ellos para trazar muros, colocar las reglas y miras, vigilar el cierre de los cargaderos y nivelar el rasado. La mayoría de las casas eran de techos abovedados y ventanas enjutas. Para octubre de aquel año cuarenta y seis acabaron la escuela y vivienda del maestro, en la Avenida del Ejército. Pronto edificarían la iglesia de San Francisco y el hospital.
     Yo prefería jugar con mis vecinos en la saguia  que ir a la escuela. Por compañeros, Ataf y su hermana Munia, hijos del saharaui administrador del pozo. 
     Munia solía contarme historias bajo las  palmeras de la ribera del río, frente al cuartel de la legión que parecía un palacio si se miraba con los ojos entornados. Ella le hacía versos hasta al agua pantanosa llena de mosquitos, al abrevadero de camellos, a nuestras dos sombras unidas en una sola silueta. 
     El resto de su familia: abuelos, tíos e incontables primos, vivían en las jaimas del frig. En ocasiones me llevaba con ella a visitarlos. Todos me trataban como si fuera una princesa, aunque solo era una niña flacucha, manchadas siempre las grags de tierra y barro. A menudo, terminaba perdiendo las chancletas de suelas de corcho en la saguia
     Mucho más bonitas las jaimas que mi casa; a las paredes de la mía le salían dibujos.
     —No son dibujos, tonta,  es la maldita humedad del río —se quejaba mi madre desesperada con la brocha de encalar en la mano. Donde yo veía animales fantásticos, demonios y ángeles…, ella, solo muros desconchados.
     Durante parte de la adolescencia dejé de lado a Munia. Tenía nuevas amigas que  se burlaban de mí al verme con la mora. Fue una breve etapa de ausencia en la que Munia no me hizo ningún reproche.
     El pocero construyó   en su patio un pequeño hammam. Los viernes tomábamos baños de vapor, casi siempre las dos solas, sin su madre. Munia se hizo mujer antes que yo. Sus pechos de grandes areolas teñidas de rojo con henna. Yo también tinté las dos insinuaciones de mi incipiente seno. Me enseñó a depilarme con una mezcla de azúcar y limón, y a suavizar la piel con aceite de argán. Procuraba que mi madre no me viera sin bragas, pues tenía el pubis tan liso como los de mis muñecas. 
     Una tarde, aquel lugar ya no fue un cuarto en penumbra lleno de vaho y sahumerios. Era una comunión en un templo con sus dos altares. Fue matriz y resurrección. Un milagro húmedo. Por instinto y por pasión, nos tocamos, miramos, besamos, lamimos, amamos. No hubo una oquedad, ángulo o vértice, valle o loma que no recorriéramos. 
    Los viernes nos consagrábamos la una a la otra con devoción y en silencio. El resto de la semana hablábamos mucho. Un día le dije a Munia que su Dios y el mío nos condenarían al infierno por lo que hacíamos.
     —Dios no puede entrar en el hammam.
     —Dios está en todas partes —contesté.
   —No en el hammam, ni siquiera él puede ver a las mujeres desnudas. No deberíamos hablar de lo que hacemos, Dios nos puede escuchar.
     A pesar de nuestro secreto y temores, éramos felices, y entonces, nuestros vengativos dioses, celosos de nuestro amor, nos castigaron.
     A Munia la prometieron y la casaron.
     —Es mi destino y la voluntad de Alá.
    —Es la voluntad de tus padres, ni siquiera conoces a ese hombre… ¿y qué pasará con nosotras? 
     Me tapó la boca con sus manos. 
     Casi por el mismo tiempo, mi madre me dio la noticia de que nos marchábamos del Sahara. 
     —Ya no puedo más, estoy harta del siroco, de la suciedad, de los moros…
     Para su asombro, no protesté.
     Nos escribíamos  cosas que pudieran leer el marido, el suegro, los cuñados…, todos ellos tutelando a Munia. Su última carta fue al poco de morir Franco. Mientras,  miles de marroquíes con pancartas y fotos de su rey Hasan II avanzaban hacia el Sahara aún español. En la trastienda política ya se habían firmado los acuerdos de Madrid cediendo el territorio a Marruecos y a Mauritania. En ella me contaba Munia sobre el Polisario, la inminente guerra, su preocupación. 
     Luego no supe nada más.
    Unos años más tarde recibí noticias de Ataf comunicándome la muerte de su hermana. Ocurrió en el éxodo masivo de saharauis de enero del 76 huyendo hacia Argelia. Cayó,  como tantos otros exiliados, bajo las bombas de napal y fósforo blanco. Enterraron los cuerpos que pudieron, demasiados, sin marcar las tumbas improvisadas. Pronto el siroco las cubriría de arena y olvido.


     Todos los veranos, los padres de la pequeña autorizan a que viaje, junto a otros niños acogidos, desde el campamento de refugiados de Tinduf, Argelia, hasta mi casa. Le hablo de su abuela, ella me dice en su gutural lengua hassaní que me quiere mucho.
   Conocí y quise a otras mujeres; otras mujeres también me quisieron. A mi iniciática Munia nunca le pude decir lo mucho que la amaba.
     En el horizonte marino de este suave atardecer, mientras acaricio los oscuros rizos  de mi guayeta, el vaivén de una vela se hincha y se desinfla al conjuro del alisio.
   



                                                                                                                 900 palabras
                                                                                                              Isabel Caballero




GLOSARIO


El Aaiún.- El Aaiún o Laâyoune, es actualmente la ciudad más importante del Sahara Occidental. Al autoproclamada República Árabe Saharahui Democrática, la considera su capital, pero en la práctica se encuentra ocupada y administrada por Marruecos. Está situada junto al cauce seco del río Saguia el Hamra. Durante el colonialimo y hasta diciembre de 1975 fue considerada la capital del Sahara Occidental español.
Frig o Al Frig.- Se trata de una serie de tiendas o jaimas agrupadas en un espacio llamado “manzla, donde se reúnen todas las condiciones de producción: rebaño, pastores, artesanos, de un lugar destinado a la plegaria “amsala”, que suele ser un espacio plano cubierto de arena y rodeado de piedras, (un recinto sagrado)
Guayete/guayeta.- Niño o niña.
Henna.- La henna alheña o arjeña, es un tinto natural de color rojizo que se emplea para el cabello y técnicas de coloración de la piel.
Hammam.— También conocido como baño árabe, turco o hamán. Es una modalidad de baño de vapor que incluye limpiar el cuerpo y relajarse. Por extensión se denominan igualmente así, los edificios públicos en los que estos se encuentran.
Hasaní o Hassanía.- Dialecto del idioma árabe-magrebí hablado en la región desértica del sroeste del Magreb, entre el sur de Marruecos, Argelia, Sáhara Occidenta y Mauritania, también en zonas de Malí, Níger y Senegal.
Jaima.- La jaima, jayma o  haima, es una tienda de campaña de los nómadas del norte de África. Es considerada como la primera unidad social de la sociedad saharaui.  
Polisario o Frente Polisario.-  Movimiento de liberación nacional del Sahara Occidental, para acabar con la ocupación de Marruecos y conseguir la autodeterminación del pueblo saharahui. El Frente Polisario, es el sucesor del Movimiento para la Liberación del Sahara de finales de los 60, dirigido por Mohamed Sidi Brahim BASIR, desaparecido a manos de la policía territorial española.
Saguía  el Hamra.- Significa "La acequia roja". Su denominación proviene del torrente del mismo nombre que desemboca, cuando lleva agua, a unos kilómetros al oeste de El  Aaiún, muy cerca de su puerto.