Alejandrinos
Hoy he sido noticia en un
periódico local. Tenía la vana esperanza de que publicaran mis versos, a pesar
de que el director advirtiera de la poca tirada de los poemas. Cree
ser todo un experto en la materia por su reciente nombramiento en el
periodicucho de poca monta. El capullo fue compañero de colegio y ganador de los concursos anuales de redacción de la
variada temática “A mi madre” o “A la primavera”.
—¡Enhorabuena amigo mío!, en los próximos dominicales incluirán tus
excelentes alejandrinos.
—¿En el dominical?, ¿pero dónde
coño van a insertarlo?, ¿entre una receta de cocina y el horóscopo?
—Es una oportunidad para darte a conocer. Se
editaran por capítulos.
—¿Pero qué dices?, a ver… ¿cuándo
has visto tú unos poemas seriados?
—Tranquilo hombre, lo importante
es que nos lean, ¿o no?
El comunal “nos” me cabreó
mucho, como si el muy idiota hubiese
escrito los versos a medias conmigo. Es incomprensible que apueste tan poco por
la literatura. Me pareció una tremenda ofensa, un agravio, un ultraje, un
insulto a mi creatividad.
De vuelta a casa, mi mujer me dijo que me calmara, que no era para tanto. Me enfadé con ella por su nula empatía y por su falta de comprensión.
Tanto cabreo me soltó la tripa y fui al baño. Allí, sentado
en el trono me inspiré. Al principio con cierta dificultad; sin embargo, poco a
poco surgieron nuevos versos con sus dos hemistiquios de siete sílabas acentuados
como deben acentuarse, en la tercera y decimotercera sílaba, a la manera clásica, sin sinalefas…, y fluyeron
del modo en que deben
fluir los alejandrinos, con suavidad. Satisfecho, di la última chupada al
cigarrillo y levantando un poco las
nalgas lo arrojé al retrete.
Una tremenda explosión me sacó
de mi nirvana poético, y un dolor intenso, una quemazón, un alarido, dos
alaridos: el mío y el de mi mujer golpeando la puerta del baño.
Vino una ambulancia a casa,
sobre la camilla, en decúbito prono, con el culo al aire y los testículos quemados, seguí
aullando. Los dos camilleros preguntaron
cómo sucedió el accidente. Mi mujer explicó con su incapacidad para la
síntesis, que quiso matar a una cucaracha, que la arrojó al váter, y que ésta,
bocarriba, seguía agitando desesperada sus
pequeñas patitas al aire, y entonces le echó un insecticida, y que aunque sabía
que los aerosoles van fatal para la capa de ozono, son mano de santo para los
bichos, y eso, que después cerró la tapa para no ver como agonizaba el pobre animalito,
que aunque le daba asco, ella es muy sensible, y que luego su marido llegó, se
puso a lo que se puso, y en fin, pasó lo que pasó.
Todo esto lo contó sin
respirar, mientras los dos enfermeros intentaban bajar la camilla
por la estrecha escalera desde el séptimo izquierda; el ascensor era demasiado
estrecho. Al más alto, un gigantón moreno de tremenda tripa, con tanto pelo en
los antebrazos que más bien parecía un gorila, le entró tal ataque de risa que soltó la camilla haciéndome caer de cabeza por el
hueco de las escaleras. Una niebla espesa se apoderó de mi cerebro, y luego…
nada, no sentí ningún dolor, y heme aquí ahora siendo noticia en el necrológico.
No sé si a todos los difuntos
les ocurre lo mismo, no me refiero a fenecer de una manera tan poco digna, sino el poder sentir
y pensar
como si aún estuvieran vivos.
En el tanatorio la gente murmura,
pregunta como ha sucedido. La estúpida de mi
mujer lo relata con pelos y señales, ¿no se da cuenta lo ofensivo que resulta?, incluso levanta el
sudario a la altura de las ingles para mostrar la desgraciada evidencia.
—¿Ven… ven ustedes cómo ha
quedado el pobrecillo?
—Te acompaño en el sentimiento,
para tooodo lo que necesites me tienes a tu disposición —. El hijo de puta le da a mi viuda el pésame reglamentario poniendo
mucho énfasis en el todo; también le mira las piernas con disimulo.
Como Director del periódico que regenta, y de
manera gratuita, ha editado mi esquela a toda página. En
lugar de los alejandrinos publicó un mal poema de su autoría en el que se advierte
del vaivén del destino humano.