Sobre María
Escribo de medio lado, tocada del ala, dudosa de poder asir su esencia, porque María es, era, inaprensible, y aunque a veces fue luz, a menudo fue sombra. Fáctica amiga libertaria y resuelta.
No es fácil hablar de ella. Para su hermano fue más que puente, estrecho; más que remo, rémora; más que unión, facción.
El sacerdote pronunció su nombre completo y sus dos apellidos. La imaginé a mi lado escuchando el oficio, una ceja ligeramente más alzada que la otra. A su manera.
<<Roguemos por el alma de María del… >>
A continuación, se dirigió a Fernando invitándole a pronunciar algunas palabras sobre su hermana. Fer hizo lo imposible para mantenerse erguido sin lograrlo del todo. Se balanceaba apoyándose ora en un pie, ora en el otro. De manera casi aséptica disertaba sobre lo grande que fue María, enumerando sus logros, aptitudes, múltiples capacidades. Una estrategia para no derrumbarse.
Yo sabía que cuando estaba nervioso apretaba la boca marcando mandíbula. Recordé que de pequeño padecía de bruxismo; sus dientes rechinaban, sobre todo, cuando dormía. María y yo, nos burlábamos de él con el retintín de “chinorechino”. Se enfadaba, y hasta en cierta ocasión le dio tal empujón a su hermana, con tan mala suerte, que se abrió la cabeza al caer hacia atrás. Tuvieron que darle varios puntos de sutura. No volvió a crecerle el pelo en una zona de cinco centímetros que sabía disimular con alguna horquilla. Ella lo llamaba su tercer ojo y afirmaba que desde ahí, o por ahí, podía leernos el pensamiento.
—¿Eres tonta o qué? No eres adivina porque tengas un agujero en la nuca —soltó Fer aún enfadado con ella.
María le contestó que ella adivinaba por el agujero que le daba la real gana, y añadió un “listillo”.
Lo cierto es que nunca dudé de su capacidad intuitiva para saber lo que sentíamos.
Por fin, Fer, volvió a su sitio en el primer banco de la iglesia donde estábamos sentados el abuelo, el único familiar que le quedaba, y yo. Tenía las manos húmedas, se las frotaba con su pañuelo una y otra vez, como si no solo limpiara sudor, sino un material denso adherido a la piel.
El abuelo irradiaba tristeza y dignidad en la misma proporción. Fue quien decidió que el funeral de María se celebrara en ese templo, el del Corpus Christi, pasando por alto que su nieto no fuera creyente. Como fue tramoyista, le interesaba todo lo que ocurría detrás de cualquier escenario, incluso en la trastienda de las iglesias. Momentos antes de entrar en él, contaba que en determinados días de culto cubrían al cristo de bronce con un lienzo que hacían descender con un mecanismo de poleas y maromas. El humo de los incensarios y las luces dispuestas iluminaba la nave central y parecía que el mismísimo Dios descendiera de los cielos.
—Una puesta en escena muy efectista, abuelo —comentó Fer sonriendo.
<<Dale Señor el eterno descanso a tu sierva, que la luz perpetua la ilumine>>
Pensé en lo luminosa que era María cuando estaba entre nosotros, incendiaba y encendía el espacio, imposible no sentirse atraído por ella. Todos hacíamos lo que María quería que hiciéramos, simples marionetas en sus manos
<< Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo…>>
Con la mente en blanco, aguantando el tipo, medio escuché cómo el cura desvirtuaba a mi amiga.
De María tengo guardados todos los momentos, cada uno de ellos, incluso los amargos, y un precioso anillo de aguamarina. Días más tarde lo llevé al joyero para que lo acortaran. Según la tabla de equivalencias de medir anillos, mi dedo mide un 14, el de ella un 16. No sabía que su anular tuviera 2 milímetros más que el mío. No sabía cuánto la quería hasta que, irremediablemente, la perdí. La perdimos. Su hermano sentía tal dolor que no encontraba manera de consolarlo.
En los últimos días de María, Fer me contó momentos de su infancia que ya sabía por ella. Me dijo que recordaba con exactitud la primera vez que su hermana y él dejaron de ser inocentes bajo las sábanas.
—Yo tenía ocho años, así que mi hermana, con cinco más, era consciente de lo que hacía.
—Pero Fer, ¿tus padres no se dieron nunca cuenta de que vosotros dos…?
—Jamás. Yo era un crío que me asustaba por todo, un miedoso, un gallina, como solía llamarme María. Así que dormíamos en la misma habitación para que mi hermana mayor me cuidara.
—Yo te recuerdo con varias novias, todas muy guapas, y que las chicas bebían los vientos por ti.
—Era puro paripé, inútiles intentos para alejarme de mi queridísima y acaparadora hermanita. Irremediablemente, si la comparaba con cualquier otra, las demás salían perdiendo. Ya ves que me invalidó para amar al resto. Me dejó cojo y ciego para acercarme a ninguna mujer que no fuera ella.
—Puede que cuando…
Fer negó con la cabeza.
Pensé, con incierta esperanza, que cuando María ya no estuviera, su hermano, liberado de la tiranía de su obsesión fraterna, podría respirar sin ella aunque fuera a medio pulmón.
La bendición final se elevó por encima del púlpito adosado a los pilares alcanzando la cúpula central.
María reverberada en nuestra memoria, en el ábside, en los muros, en los contrafuertes, en las columnas, en las manos sudorosas de Fer, en la espalda vencida del abuelo. Las vidrieras soplaban Marías.
900 palabras
Isabel Caballero
Libros heredados de mi señor padre, viejitos, manoseados y releídos y vueltos a leer, entre los que se encuentra "Rebeca" en el primer tomo de la autora, editado por Editorial Planeta en su primera edición de 1958 de colección "Clásicos contemporáneos", y que conformaron mis primeras lecturas años después. Los guardo como un tesoro, y quería compartirlos para este reto de Daphne du Maurier. También hay una pequeña biografía de la autora pasada por el ojo castrador de la censura franquista de la época.