sábado, 5 de diciembre de 2020

Sobre María

 






                                                        Sobre María

  

  Escribo de medio lado, tocada del ala, dudosa de poder asir su esencia, porque María es, era, inaprensible, y aunque a veces fue luz, a menudo fue sombra. Fáctica amiga libertaria y resuelta.

   No es fácil hablar de ella. Para   su hermano  fue más que puente, estrecho; más que remo, rémora;  más que unión, facción.

   El sacerdote  pronunció su nombre completo y sus dos apellidos. La imaginé a mi lado escuchando el oficio, una ceja ligeramente más alzada que la otra. A su manera.

   <<Roguemos por el alma de María del… >>

   A continuación,  se dirigió  a Fernando invitándole a  pronunciar algunas palabras sobre su hermana. Fer hizo   lo imposible para mantenerse erguido sin lograrlo del todo. Se balanceaba apoyándose ora en un pie, ora en el otro. De manera casi aséptica disertaba sobre lo grande que fue María,  enumerando sus logros, aptitudes, múltiples capacidades. Una estrategia  para no derrumbarse.

   Yo sabía que cuando estaba nervioso  apretaba la  boca marcando mandíbula. Recordé que de pequeño padecía de bruxismo; sus dientes rechinaban, sobre todo, cuando dormía. María  y yo, nos burlábamos de él con el retintín de “chinorechino”. Se enfadaba, y hasta en cierta ocasión le dio tal empujón a su hermana,  con tan mala suerte, que se abrió la cabeza al caer hacia atrás. Tuvieron que darle varios puntos de sutura. No volvió a crecerle el pelo en una zona de cinco centímetros  que sabía disimular con alguna  horquilla. Ella lo llamaba su tercer ojo y  afirmaba que desde ahí, o por ahí, podía leernos el pensamiento.

   —¿Eres tonta o qué? No eres adivina   porque tengas   un agujero  en la nuca —soltó   Fer aún enfadado con ella.

   María le contestó que ella adivinaba por el agujero que le daba la real gana, y añadió un “listillo”.

   Lo cierto es que nunca dudé de su capacidad intuitiva para saber lo que sentíamos.

   Por fin, Fer, volvió a su sitio en el primer banco de la iglesia donde estábamos sentados  el abuelo, el único familiar que le quedaba, y yo.  Tenía las manos húmedas,  se las frotaba con su pañuelo una y otra vez, como si no solo limpiara sudor, sino un material  denso adherido a la piel.

   El abuelo irradiaba tristeza  y dignidad en la misma proporción.  Fue quien decidió  que el funeral de María  se celebrara en ese templo, el del Corpus Christi, pasando por alto que su nieto no fuera creyente. Como fue tramoyista, le interesaba todo lo que ocurría detrás de cualquier escenario, incluso en la trastienda de las iglesias. Momentos antes de entrar en él,   contaba que  en determinados días de culto  cubrían al cristo de bronce con un lienzo que hacían descender con un mecanismo de poleas y maromas. El humo de los incensarios y las luces dispuestas iluminaba la nave central y parecía que el mismísimo Dios descendiera de los cielos.

   —Una puesta en escena muy efectista, abuelo —comentó Fer sonriendo.

   <<Dale Señor el eterno descanso a tu sierva, que la luz perpetua la ilumine>>

   Pensé en lo luminosa que era María cuando estaba entre nosotros,  incendiaba y encendía el espacio, imposible no sentirse atraído por ella. Todos hacíamos lo que María quería que hiciéramos, simples  marionetas en sus manos

    << Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo…>>

   Con la mente en blanco, aguantando el tipo, medio escuché cómo el cura desvirtuaba a mi amiga.

   De María tengo guardados todos los momentos, cada uno de ellos, incluso los amargos, y un precioso anillo de aguamarina. Días más tarde  lo llevé al joyero para que lo acortaran. Según la tabla de equivalencias de medir anillos, mi dedo mide un 14, el de ella un 16. No sabía que su anular tuviera  2 milímetros más que el mío.  No sabía cuánto la quería hasta que, irremediablemente,  la perdí.  La perdimos. Su hermano sentía tal dolor que no encontraba  manera de consolarlo.

   En los últimos días de María, Fer me contó momentos de su infancia que ya sabía por ella. Me dijo  que  recordaba con exactitud la primera vez que su hermana   y él dejaron de ser inocentes bajo las sábanas.

   —Yo tenía ocho años,  así que mi hermana, con cinco más, era consciente de lo que hacía.

   —Pero Fer, ¿tus padres no se dieron nunca   cuenta de que vosotros dos…?

   —Jamás. Yo era un crío que me asustaba por todo, un miedoso, un gallina, como solía llamarme María. Así que dormíamos en la misma habitación para que mi hermana mayor me cuidara.

   —Yo te recuerdo con varias novias, todas muy guapas, y  que las chicas bebían los vientos por ti.

   —Era puro  paripé, inútiles intentos para  alejarme de mi queridísima y acaparadora hermanita.  Irremediablemente, si la comparaba con cualquier otra,  las demás salían perdiendo.  Ya ves que me invalidó para amar al resto. Me dejó cojo y ciego  para acercarme a ninguna mujer que no fuera ella.

   —Puede que  cuando…

   Fer negó con la cabeza.

  Pensé, con incierta esperanza, que cuando María ya no estuviera, su hermano, liberado de la tiranía de su obsesión fraterna, podría   respirar sin ella aunque fuera a medio pulmón.

   La bendición final se elevó por encima del púlpito adosado a los  pilares alcanzando la cúpula central.

  María reverberada en nuestra memoria, en el ábside,  en los muros, en los contrafuertes, en las columnas, en las manos sudorosas de Fer, en la espalda vencida del abuelo. Las vidrieras soplaban Marías.

 


                                                                     900 palabras

                                                                  Isabel Caballero


                                                                  





Libros heredados de mi señor padre, viejitos, manoseados y releídos y vueltos a leer,  entre los que se encuentra "Rebeca" en el primer tomo de la autora, editado por Editorial Planeta en  su primera edición de 1958 de colección "Clásicos contemporáneos", y que conformaron mis primeras lecturas años después. Los guardo como un tesoro, y quería compartirlos para este reto de Daphne du Maurier.  También hay una pequeña biografía de la autora pasada por el ojo castrador  de la censura franquista de la época.

sábado, 3 de octubre de 2020

¡BANG!

 

                            Ilustración de Jordi Bernet para “1280 ALMAS”





                                                       ¡BANG!


   Jim, un joven ingeniero de Oklahoma, vivió en nuestra casa durante varios meses. El trabajo de su equipo consistía en montar la cinta transportadora de 100 km de longitud desde el yacimiento de fosfato hasta la costa. Mi padre, topógrafo durante una década en dicha mina, nos contaba entusiasmado que se trataba de los mayores filones de tales características hasta ahora descubiertos.


  —La capa de mineral tiene un grosor de 5 m y unos 3.70 de profundidad. 


   —¿Y eso es bueno?


   —Claro, hijo, facilita su extracción.  Se estima que las reservas son de, aproximadamente, 1700 millones de toneladas. ¿No es así Jim? —preguntó al americano, quien añadió que la franja tenía de largo 84 km  


  La empresa Fosbucráa pagaba bien, más un plus por determinadas cotas de extracción y por trabajar en las denominadas por aquel entonces: “Provincias Españolas del Sahara Occidental”. El Aaiún, su capital, crecía a un fuerte ritmo demográfico. Resultaba difícil conseguir vivienda, por lo que algunas familias solían hospedar a trabajadores, tanto españoles como extranjeros.  


   A punto de cumplir los diecisiete, hincaba los codos para el examen de reválida de septiembre, y así tener acceso al curso de orientación universitaria.


    El americano me ayudaba con el inglés prestándome sus revistas mensuales llamadas Selecciones Reader's Diggest. Solían llegar con   semanas de retraso; a mí me daba igual que no estuviesen actualizadas.


   Jim dominaba el español salpicado de léxico mexicano.


  —Trabajé un tiempo por allá. Hasta tuve una noviecita que me enseñó lo que sé.


   —¿El español?


   —Y más cosas, cuate —dijo sonriendo.


   En pocas semanas pude traducir el libro que me regaló y que aún conservo: “1280 Almas”. Gracias a él conocí otro tipo de aventuras diferentes a la de   mis lecturas habituales.


   Desde el primer capítulo envidié al scheriff de Potts County: Nick, Nick Corey. El tipo decía de sí mismo que, desde que era un crío, nunca le habían faltado mujeres, que las tías le iban detrás…, se las tenía que quitar de encima a hostias. Yo había visto alguna que otra revista de mujeres desnudas, no muchas, algo de pornografía, y poco más.


   Los domingos y fiestas de guardar asistía a misa con mi familia. Al americano se le excusaba por tener una religión extraña. Dijo ser de confesión presbiteriana. Monseñor, la mayor autoridad eclesiástica de la Misión, nos advirtió que ser protestante en cualquiera de sus facetas, era peor aún que ser ateo.


   Le pregunté si él lo era,  contestó que sí.


   —Ateo y comunista, como Jim Thomson, el autor del pinche libro.


   Desde entonces, el americano se coronó como mi ídolo. Seguro que, sin el cinturón del pecado mortal amarrado a su conciencia, tendría tanta experiencia sexual como el protagonista de mi libro preferido. 


    —I´m a good boy —se excusó riendo.


   —¿Tú… un buen chico?, ¡no jodas!, seguro que te has follado a medio Oklahoma.


   Con él podía permitirme hablar con el descaro que se expresaba el sheriff Nick.


   —¿To fuck… dices? Vale sí, un poco, aunque no tanto. ¿Y cómo llevas tú el asunto?


   —Bueeeno…, unos cuantos morreos, magreo de tetas a un par de chavalas, aunque todas las de aquí pretenden llegar intactas al matrimonio.


   Era mentira, lo de las tetas, pero no quería que Jim pensara que era un pringado.


   —Estás jodido, pendejo.


   Se dio cuenta enseguida de mi ignorancia y se convirtió en mi asesor sexual. Era tan gráfico en sus expresiones, que solo de contarme como había que hacer determinados actos, me excitaba más que todas las fotos guarras compartidas e intercambiadas con mi pandilla de muchachos tan novatos como yo.


   —Procura que se sientan únicas, aunque sean del puto montón.


   —Y decirles que están muy buenas.


  —¡Qué pedo!, ¡pues claro que no!  Diles que son lindas, que te mueres por ellas, escúchalas con atención, disimula que no entiendes una papa de las cosas que largan, y hazte el romántico aunque te importe una mierda esas vainas.


   —Pero… ¿cuándo crees que podré tirármelas?


   —Tranquilo, chico. Son ellas las que te lo indicarán, no con palabras, con actitudes. ¿Aún no sabes distinguir cuando una niña está calentita?


   Gracias a sus iniciáticos consejos empezó a funcionarme el método, al menos con algunas de las muchachas, aunque no terminaba de rematar la faena.


   —La que más me gusta es una que está loca por mi mejor amigo, pero este le ha dado puerta porque se ennovió con otra. Una joven formal, ni la roza, se la reserva para cuando se case.


   —Es el momento justo porque está vulnerable. Necesitará de tu comprensión. Lo tienes a güevo, ¿se dice así?


    —Más o menos.


   —De paso cepíllate a la formalita. Tendrá muchas ganas, y si su novio ni la toca…, eso que te llevas ganado, chico.


    —La respeta.


    —¿Ahorita te vas a rajar, güey?


   —¡Un colega es un colega! —protesté.


   —¿Qué haría en tu lugar Nick Corey?


   —Seguro que cargarse al amigo y tirarse a la novia —contesté.


   —¡BANG! — .Imitó el sonido de un tiro y el gesto de disparar con el índice; lo completó soplándose la punta del dedo.


   En poco tiempo me gané merecida fama de cabronazo entre los chicos y de encantador tunante con las nenas. Un malote en toda regla.


   Fue el mejor verano de mi vida. Lo peor vino después, el cabreo y castigo de mi padre por suspender la reválida a pesa del dominio del inglés; eso sí, con un acento medio gringo que te cagas.
 

 

                                                             900 palabras

                                                           Isabel Caballero

 

 


 

 


viernes, 11 de septiembre de 2020

Un virus llamado amor


 

  • argumento que te salga al hacer clic en el botón Generar nuevo argumento.
  • Escribe un microrrelato de hasta 250 palabras como máximo basándote en todos o alguno de los elementos que os aparezca en el argumento generado.
  • Publica el microrrelato en tu blog junto al argumento en el que te basaste. Explícanos qué elementos de ese argumento escogiste para escribir tu micro.
  • Deja un enlace a tu micro en los comentarios de esta entrada para que pueda añadirlo a la lista y que todos puedan leerlo.
  • Tienes de plazo hasta el 30 de septiembre.

 

Al copiar el argumento que me salió al  hacer clic en el botón “generar nuevo argumento”, salió esto: Una cartógrafa que aún es virgen y un famoso presentador de televisión que no es muy espabilado, se contagiarán con una rara enfermedad, sin embargo una camarera lo cambiará todo.

 

 

                                                               UN VIRUS LLAMADO AMOR

 

   Conocí personalmente al afamado presentador de televisión en el trayecto aéreo de Kenia a Kampala. Ambos viajábamos por motivos profesionales.

   —Cartógrafa —respondí a su pregunta —. Me han encargado la elaboración de unos mapas.

   Atractivo y famoso, pero aburrido. Como su conversación me pareció insulsa, me sumergí en el libro que estaba leyendo.

   Nos volvimos a encontrar en el bar del hotel donde nos alojábamos. Me invitó a una copa, la acepté por educación y pensé que, desde que pudiera, me largaba echando leches. La guapa camarera y relaciones públicas nos ofreció un coctel de bienvenida cortesía del hotel.

   —Mi nombre es Chayna, significa la dadora de amor.  Marchando un V.L. para la feliz pareja —ordenó en perfecto castellano.

   —No somos pareja.

   —Porque tú no quieres, señorita geógrafa —dijo él.

   —Cartógrafa —corregí.

   —¿No es lo mismo?

   Con el segundo V.L. le pregunté: —¿Así que eres reportero?

   —Presentador —corrigió.

   —¿No es lo mismo? —respondí sonriendo.

   Empezaba a divertirme y pedimos una tercera ronda.

   Al cuarto V.L. nos contamos nuestras vidas; al quinto nos besamos como locos; al sexto estábamos tan lanzados que le propusimos un trío a Chayna. Para nuestro asombro, aceptó, y con un último V.L. subimos los tres a mi habitación metiéndonos manos en el ascensor.

   Antes de empezar les advertí que era virgen.

   —Y yo gay.

   —¿Y qué carajo haces con nosotras? —pregunté.

   —Por probar.

   —Yo, además de negra, soy puta —confesó Chayna —, por noche completa cobro el doble. Desvirgarte es gratis.

   El  Virus Love hace milagros.



                                                                               250 palabras 

                                                                           Isabel Caballero

                                                                            

                                                              

jueves, 16 de abril de 2020

Santa







                                                           SANTA



   

   La curandera tiene siete gallinas, un gallo encarnado, una cabra, un huerto, la cueva que asoma al risco y el viento.
  Una mujer le enseña las ronchas del abdomen, la llagas del pliegue de las nalgas, las de la cara interna de los muslos...
  —Es por culpa del pecado de tu marido que va y viene, lleva y trae, con todas se revuelca. Úntate con el jugo de una pita y apártalo de tu cama, si es que puedes.
  A otra mujer le amarra lazos con la mandrágora.
  —Con esto ya no podrá soltarse de tus muslos, tendrás que aprender a ser más hembra que ninguna. Mézcla la caléndula con el bulbo de un jazmín regado con tu sangre del mes. Se lo das de tu mano, podrás gozar de tu hombre toda la noche sin que desfallezca.
  Ayuda a nacer y a morir.
  —No puedo curar a tu padre, Manuel.
  —Sálvalo Santa, te daré lo que me pidas.
  —¿Plantaste, como te dije, la ruda en la puerta de tu casa con luna creciente?
  —Sí Santa, y se ha secado en tres días.
  —Pues en tres días se muere. Que se ponga en paz con Dios y con los suyos.
  —Él lo sabe. Nos pidió que a su muerte saliera la cofradía de las ánimas benditas rogando por su alma.
  —Dale estas yerbas para que no sufra. No se lo digas a nadie, por aquí no todos me quieren y el cura menos aún. Andan diciendo que soy bruja.
  —También cuentan que tienes tratos con el diablo, que te dan calambres y te revuelcas en el suelo.
  —Solo son convulsiones de mi cerebro enfermo.
  Cuando encontraron a la santera tirada en plena calle, la llevaron a casa de una vecina. Los que allí se encontraban juraron que una lechuza blanca se coló por la ventana posándose, por un instante, en el pecho de la desmayada, y que al momento, una pestilencia inundó todo el cuarto.
  —Echa sangre y espuma por la boca.
  —Se ha mordido la lengua.
 —Cuando llegó a estas tierras se secaron los tilos, las vinagreras, los berrazales..., recuerdo que fue el año que pusieron la electricidad quitando la belmontina y el petróleo del alumbrado de las calles.
  —Está endemoniada.
  —Juro que una noche la vi levitando un palmo del suelo.
  —Se acuesta con nuestros hombres y los deja secos, sin substancia en los tuétanos, con los pómulos salientes, la piel convertida en tegumentos.
  —¡Llamad al padre!, él sabrá sacarle el diablo del cuerpo.
  El párroco fue a la casa precedido de mucha gente. Con él traía la biblia. Abriéndola por el evangelio de San Lucas, XI, 24-26, leyó en voz alta, para que todos escucharan, que cuando un espíritu impuro no puede abatir el cuerpo que habita, llama a otros siete espíritus peores que él, y entre todos se apoderan de la voluntad del poseído. También dijo que hablaría con el obispo diocesano para que enviaran un sacerdote exorcista.
  —Esta mujer está poseída. Nunca entra en la iglesia. La tengo calada desde hace tiempo.
  —¿Qué hacemos con ella cuando espabile, padre?
  —Pues denunciadla, hay suficientes testigos de sus maldades. ¿No decías, Sebastiana, que a tu hijo le dio a beber alguna de sus porquerías y que el niño murió en pocas semanas? ¡Habrá que saber que veneno le suministró a tu criatura!
  —Vomitó aguarchirle amarillento que se corrompía en cuajarones y mi niño se fue apagando entre sudores fríos mientras ella recitaba esto que dijo:

  Con dos te veo
  Con cinco te encanto
  La sangre te bebo
  El corazón te parto


  —¿Cómo no avisaste enseguida a la autoridad?
  —Me daba miedo de que hiciera maleficios a mi familia, aojara al ganado o pudriera la cosecha.
  —Hilario, ¿estás seguro de que los abortos de tu mujer eran debidos a causas naturales?
  —Visitaba a Santa porque los hijos no se le agarraban al vientre.
  —Pues ya veis lo que ocurre por andar con brujas en vez de confiar en los designios de nuestro Señor.
  Santa despierta con la cara de un demonio pegada a la suya. En la mano empuña un crucifijo.
  —¿Qué ha pasado?
  —Bien lo sabes, mujer. Vete a la cueva en donde habitas y no vuelvas por el pueblo. No quiero verte más por aquí. ¡Fuera!
  Cuando llega a su gruta, Santa se limpia del mundo. Mezcla el cornezuelo con el haxis, un rezado, un buen deseo, y esas hierbas que resucita o mata: la belladona. Unge su frente con estramonio, las alas con beleño negro. Vuela y a su lado el cielo se estrella.
  De madrugada, con las pupilas dilatadas, vuelve de la franja rosa que separa la noche del día.
  Desde su otero observa el valle: la tabaiba, el brezo, la retama, el tejo y la cicuta. Lo que mata. Lo que cura.
  —¡Santa... Santa...! —llama con urgencia alguien que la necesita.
  —¿Qué ocurre María?
  —¡Santa... mi hija está pariendo, lleva muchas horas empujando! La criatura no quiere salir.
  —Puede que venga de nalgas.
  La santera  toma lo necesario para ayudar a la parturienta. Con el hatillo bien sujeto a la espalda, desciende del monte hacia la casa cercana al pueblo. Sopla el alisio, alborota con su émbolo caliente el cabello y las faldas de ambas mujeres. El cielo de las cumbres es tan radiante que ciega. Todo parece ligero y fácil, tanto como la línea fugaz del vuelo raudo de una alondra.






                             Isabel Caballero



                                             

                               900 palabras