Susto-sobresalto-angustia-alivio-vergüenza-desconcierto-asombro-sorna-resignación
En la última rotonda antes de la parada final, un coche como el de mi madre se ha estampado contra ella. Una mujer está tendida en la acera rodeada de personas.
—¡Mamá, mamá! —
grito angustiada desde la guagua.
Todo los
pasajeros a una exclamaron: ¡Pare guaguero!
—¡Qué Dios te
ampare! —dijo alguien.
Corro con el
corazón a mil hacia mi pobre madre atendida por un socorrista. Me mareo. Arenas
movedizas.
¡Anda!... si
no es mi madre, aunque se parece. Siento
alivio y también remordimientos por la accidentada. Intento explicar
el equívoco, pero me da vergüenza.
—Es que creí
que…
—Tranquila, no
te preocupes.
Se escucha la
sirena de la ambulancia, la guardia civil y el tercio de caballería. Me
incorporo mareada aún intentando escapar sin que nadie se
entere. Desde que la metan en la ambulancia, me piro, pensé. Suben a la mujer en una
camilla y yo con ella pues no me suelta la mano. Cierran la
puerta y arrancan.
—Esta mujer no es mi madre —le digo al socorrista. Le cuento todo, abre muchos los ojos.
—Me quiero bajar
—Ahora no podemos parar.
La señora tiene un bulto en
la frente y ojos desconcertados. No me suelta la mano.
—¡Pobrecita! ¿Y su familia ya lo
sabe?
—Creíamos que su familia eras
tú —replicaron con cierta sorna.
El socorrista le pregunta el
nombre. No contesta, solo me mira a mí.
—¿Cómo se llama? —le pregunto.
—Soy mamá.
—¡Vaya por Dios! —suspiro resignada
acariciando la mano de mi madre postiza.
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