TARA contra TARA
El cabronazo de mi jefe alega que no hay indicios de acoso. El comportamiento del resto de funcionarios del museo canario donde trabajo de conserje, como si yo no supiera que le obligaron a contratarme para cumplir la norma de la cuota de empleo del 2 por 100 a favor de trabajadores discapacitado. Padezco de lipedema, aunque no en grado suficiente para causar incapacidad permanente. Lo peor que llevo es la hipocresía de disfrazar la repulsión que provoco con muestras de aparente cortesía. Aguanto con estoicismo las visitas educativas de los escolares. “Elefanta” es el piropo más suave de los angelitos.
En cambio, para Tara, encerrada en su urna de cristal, todo eran halagos por la forma esbelta de su cuello coronada por la pequeña cabeza de rasgos inexpresivos; por su vientre plano y cintura mínima; por la vulva rojiza que muestra sin pudor; por el color de almagre de su piel de arcilla, y sobre todo, por el volumen mórbido de sus extremidades. Tara era la principal atracción de este circo y ahora noticia de informativos nacionales: “Acto vandálico en el Museo Canario del destrozo en mil pedazos del ídolo de Tara, figura antropomorfa de terracota vestigio de los antiguos pobladores de la isla”.