Vuelvo a casa. Los edificios de la Avenida Marítima, puntos de fugas que huyen del parabrisas, se mecen en el retrovisor, bailan envueltos en bruma de asfalto, cristal y acero. Poemas urbanos. Van, vienen y desaparecen. Una curva los aleja. Sombras chinescas.
En el rellano saludo a mi vecina, nunca tiene tiempo de nada, sin embargo siempre sonríe y corre, corre mucho. Está empeñada en regalarme un gato, o una planta, o un novio, o un libro de cocina de dificultad mínima. Una vez cuidé a sus niños, una urgencia dijo la mamá, desde entonces la piel blanca de mi impecable sofá aún conserva la huella de unas manos sucias.
Mi casa es lineal, minimalismo de comodidad sostenido a base de pisar despacho, nada estorba la vista: cremas, crudos y tostados, orden máximo. Nadie holla el espacio salvo mi sombra.
Reviso el correo: “Vino Selección” avisa de un nuevo envío y el dentista me recuerda que toca sufrir martirio el jueves a las cinco y cuarto, sea puntual.
Me acompaña en la bañera una copa de un merecido lágrima negro de intenso color cereza con toques de regaliz, potente y carnoso de expresivo final largo en el paladar. Un milagro.
Suena un saxo ahora.
Pienso en él. Sus esporádicas visitas eran de puro “cloretilo de vitulia”, cloroformo virtual, técnica depurada de caricias. Las persianas plateadas rimaban con el quédate un poquito más, anda, y con la luna que asomaba sin avisar como si fuera su casa y no la mía, descarada y muda. Su rejo silente sorprendía primero el suelo, después la pared vacía, la esquina de la cama, la seda de una prenda abandonada.
Suspiro.
Rompe el techo que hace ángulo con la pared un reflejo verde agua. Solo es el faro de un coche que ilumina a ésta mujer solitaria que escribe, y presta luz al cuadro rubricado de prestigio, grande, pactado de modernidad que dice no sé, no sé de qué voy, ¿y tú?
La orquídea del vestíbulo, vertical y estricta, amable guiño albo cuenta de que a lo mejor resulta que sí, que sí que vive aquí una mujer descalza que escucha un saxo.
Sí.
Tara - Isabel Caballero
Cuánta soledad en ese espacio tan aséptico donde se respira el lujo minimalista y el abandono de la protagonista. Y qué bien contado, con sobriedad y sin sentimentalismos que distraigan. Por ello llega más. Qué bien escribes, Isabel. Lo he leído en voz alta para saborear las palabras. Un beso muy grande y felicidades
ResponderEliminar¡Pero qué bien me lee Ana Madrigal!
EliminarBesos.
La soledad vuelve turbia la mente o, por el contrario, nos convierte en poetas, buenos o malos, pero poetas, o filósofos.
ResponderEliminarTu relato es, a mi juicio, una mezcla de las dos cosas. La soledad de tu protagonista le hace ver y percibir la vida de un modo especial.
Un abrazo.
Es lo que hay Josep Mª ;)
EliminarGracias compañero.
Retrato perfecto del desamparo y la soledad. Intimista y dolorido. Me ha encantado.
ResponderEliminarMuchas gracias Marta. Un abrazo y hasta pronto.
EliminarHola Isabel, me metí en una de esas películas con banda sonora a saxo, solo que esta protagonista no cuidaba niños, huía de ellos, se flagelaba en sus encuentros amorosos a base de látigo, tomaba baños de espuma a la luz de las velas y pétalos de rosa. Fue comenzar y con ese primer párrafo, su prosa me dejé arrastrar, luego llegaron tus palabras que describen a una mujer diferente, a una mujer solitaria más cercana a nosotras, que vive en un lugar vacío con grandes espacios como los que dejan los recuerdos. Y luego le manchan unos niños un sofá, blanco eso sí. Historias con música, notas y palabras. Un beso
ResponderEliminarLa soledad tiene mil caras ¿a qué sí?
EliminarUn beso Emerencia.
¡Bueno, bueno, muy bueno!!!. No veo la soledad en ninguna parte del relato. Es una maravilla sensorial cabalgando sobre adjetivos. La "soledad llorosa" queda para los poetas. Es un acierto la elección de la voz narrativa, una primera persona engañosa exhibiendo "prosa retórica" pero que casi al final pega un quiebro o un guiño e introduce a "ésta" (como si fuese otra) escritora aparentemente ajena a la narradora-personaje :
ResponderEliminar«Rompe el techo que hace ángulo con la pared un reflejo verde agua. Solo es el faro de un coche que ilumina a ésta mujer solitaria que escribe, y presta luz al cuadro rubricado de prestigio, grande, pactado de modernidad que dice no sé, no sé de qué voy, ¿y tú?».
En este mismo párrafo un toque de aliteración : presta, prestigio, pactado, no sé, no sé de qué..., evita el riesgo de que la atención del lector pueda haberse perdido y permite a la autora recordarnos que en el cuento "pasa algo" y que allí vive "una mujer descalza que escucha un saxo" ¡Ahí es nada!. Finaliza un viaje, un juego literario que es una verdadera gozada. Es un complemento a Leopold Bloom el personaje de "Ulises", es como el viaje que haría Molly Bloom, su mujer. Con menos extensión que el experimento de Joyce, Tara propone un experimento similar y lo hace aburriendo menos ;-).
Empieza el periplo con "Vuelvo a casa" y pasan y pasan cosas como un juego de prestidigitación donde el lector es el espectador entregado. Y finalmente, con suavidad ahí está : la mujer que escucha el saxo (buen título para un cuadro impresionista).
En esta ocasión no me gusta la música "chillout"que acompaña al relato. He preferido leerlo con el fondo de Blue and Sentimental de Ike Quebec. Por si se quiere hacer la prueba, aquí dejo el enlace https://youtu.be/GoBhmxHgHig
¡Caramba Javier... qué pedazo de comentario! A ver que digo yo ahora...
EliminarHaces que me reconcilie con los adjetivos y las aliteraciones con voluntad absoluta de perpetrarlos;)
Empiezo por el final, por la música, adivino a un purista de yazz con la propuesta de Ike Quebec, aunque creo que demasiado sentimental y melosa para la mujer de mi cuento, el chillout algo impostado de yazz casa mejor con ella (creo)
Pobre Joyce, que no es tan pesao hombre!
Lo dijiste más arriba, Tara, y te doy toda la razón: la soledad tiene mil caras. Muchas veces se relaciona con la melancolía, la tristeza y hasta produce el miedo en la gente. No obstante, yo creo que existe también una soledad que se disfruta y que nos apacigua, que nos puede hacer sentir bien. Un poco como cuando esta escritora escucha ese saxo, experimentado sensaciones diversas, tal vez.
ResponderEliminar¡Un besazo!
Dicen que no hay peor soledad que la de sentirse solo en compañía.
EliminarUn beso Sofía, ¡Bienvenida! Vvoy a por tu ilusión de papel... estoy yendo...
Un relato en tu versión más poética, en la que el poderoso y brillante lienzo es el que arma la historia, apenas apuntada. Uno de esos relatos que nos evoca la noche, un jazz de fondo y, por qué no, un vaso de whisky. Es difícil decir que esa soledad sea una condena, para la escritura siempre es una hermosa amante que nos permite volar a otra dimensión conforme las frases se van sucediendo.
ResponderEliminarEn mi casa yo escribo y mis hijos tocan el saxo y el clarinete, por cierto. Un fuerte abrazo, dama de las letras.
¡Qué casa tan musical tienes David! Yo toco el timple y las narices de quienes me escuchan con el ringgui ringui :)
EliminarMuchas gracias David, la soledad, impuesta o buscada, es una buena aliada para escribir ¿a qué sí?
Pues a mí me suena a falsa queja, fíjate, que añore las caricias anestésicas de su efímero amante le arranca un suspiro al escuchar el saxo, pero está satisfecha con su realidad buscada. El despacho lo pisa tanto porque quiere, y cuando no se vive el tiempo suficiente en casa es lógico conservar el minimalismo impoluto, tampoco tiene críos que le obliguen a comprar un sofá más "sufrido", y puede permitirse el lujo de disfrutar de los ricos caldos que paladea ante la que imagino será una envidiable vista panorámica tras el moderno ventanal de acero y cristal, descalza sobre el cuidado suelo de madera importada... es el precio de la libertad, y de haber elegido la soledad.
ResponderEliminarEnhorabuena señora escritora, un beso.
¡Claro Eva! Cada cual prioriza lo que quiere o puede. La mujer de mi cuento eligió vivir así. En cambio a mi, el orden inmaculado me pone de los nervios, una casa ab-so-lu-ta-men-te inmaculada, es una casa sin vida.
EliminarUn beso y ya sabes ¡A por tu tercera novela Eva!
Tus textos inspiran talento y expiran arte, compañera. Siempre multitud de sensaciones. Vista: todo el él es pintura, empezando por el título y terminando por el cuidado decorado vanguardista, incluido el cuadro rubricado. Oído: ese saxo que aconpaña, de fondo y en el fondo. Gusto: una copa de vino en la bañera... No se por qué pero, curiosamente, siempre he asociado esa imagen a la soledad buscada. Vino, bañera y saxo, no se me ocurre mejor complemento. Y fuera, la ciudad, con sus miles de luces, su estridencia, su suciedad. ¡Que bien acompaña el saxo!
ResponderEliminarY la vecina, contrapunto de esa soledad, empeñada en todo lo contrario
... Uff
Me gusta tu estilo, Isabel
Un abrazo
Cuando leo algunos de tus comentarios, vuelvo a releer mis relatos porque cobran una nueva dimensión gracias a tu aporte.
EliminarA mi lo que me gusta es como lees y comentas, amigo Isidoro, y no solo a mis cuentos ¿eh?
Un abrazo de los fuertes.
Un relato muy bello, que esparce poesía en cada renglón.
ResponderEliminarHay melancolía, pero también cierto disfrute (la copa de vino, la bañera).
Me gustó mucho mucho, querida Isabel.
Un abrazo grandote.
Me alegra mucho verte por aquí Mirella. Me alegraré también cuando tus ánimos te permitan escribir.
EliminarGracias por tu visita Mirella.
Un beso y un abrazo cariñoso.
He extrañado mucho la lectura de tus cuentos, Isabel, siempre tienen un atractivo nuevo para ofrecer, alguna variante que sorprende de modo que uno se ve envuelto en otro universo que no esperaba. De este texto me llevo la atmósfera que ha sabido generar tu talento indiscutible y el dibujo de la personalidad de esa mujer, con una economía de palabras sugerentes, que anima a interpretar su soledad de mil maneras distintas. Me ha gustado muchísimo.
ResponderEliminarAriel
A ti también se te ha extrañado por estos lares. Seguro que tu viaje te ha servido de fuente de inspiración para futuros cuentos.
EliminarMe alegra, Ariel, que apuntes lo de la economía de palabras, no lo hago por ahorrar ¿eh?, es que en ocasiones, menos, es más.
Un abrazo cariñoso y rebienvenido amigo Ariel.
Bonito Isabel, muy bonito como haces sentir que la soledad no tiene por qué mostrar siempre su cara más triste, que se puede elegir y que algunos eligen esa soledad escuchando saxo o rock pero eligiendo al fin y al cabo que eso es lo que nos da la libertad.
ResponderEliminarBesos
Gracias Conxita. Tú lo has dicho compañera, elegir nos da la libertad, me gusta la frase, ¡sí señora!
EliminarBesos.
Además de la naturalidad con que fluyen tus historias, en este caso un cuadro intimista con unas cuantas pinceladas mágicas, ejecutadas con mano diestra, es admirable, Isabel, tu habilidad para combinar la música con el texto. Deberías plantearte la posibilidad de editar un audio-libro o algo así. Tu inspirada producción merece ser conocida. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu generoso comentario Paco. Creo que me gusta casi más la música que la literatura, disfruto con ella, aunque la naturaleza no me dio el don del canto, en casa no me dejan cantar ni bajo la ducha, pero tengo buen oído para escuchar y disfrutar.
ResponderEliminarGracias también por leer mis historias atrasadas.
Hasta pronto compañero, un fuerte abrazo Paco.