Mi marido siempre anda por su parte, y yo, por
la mía. Nuestra casa es de tamaño
mediano, lo suficiente para que ambos
tengamos espacio vital. Para no
tropezarnos cuándo no toca tropezarse hemos desarrollado un radar; lo llamamos
delicadeza.
Por fortuna tenemos aficiones diferentes. Él es feliz cuidando con esmeros sus plantas, las que tengo prohibido tocar, aunque me permite verlas y hasta olerlas. Cuando vienen a visitarnos se dirigen a mí halagando el precioso jardín; entonces pone esa cara de enfado con la boca apretada que sabe poner. Como lo conozco bien traduzco enseguida su mandíbula y digo lo que digo siempre—:¡Ya quisiera yo!, todo el mérito es suyo.
Cuando aclaro que mi marido es un jardinero
excelente, sonríe satisfecho, me planta el
brazo sobre los hombros, o si estamos sentados, pone su mano en mi rodilla,
que es como estampar el sello de esposo sobre la esposa.
Sin embargo, para conseguir el punto de
flotadora del éter necesito saber que el jardinero está contento, es entonces cuándo puedo
ponerme a pensar en mis cosas, evadirme
mientras los demás hablan y hablan. Asiento y niego, contesto con amables monosílabos y hasta parece que estoy presente de mente y cuerpo. La verdad es que me sale muy bien, nadie se
entera de mi viaje particular por las
nubes, tengo la facultad de aterrizar y seguir la conversación con cierta
coherencia justo por donde la dejé antes de emprender el vuelo.
Lo que me enerva es su particular
costumbre. Las enciende como quien cumple un deber ineludible. Enciende una y
se va a por otra. Yo las voy apagando a medida que me las encuentro encendidas,
salvo la que está viendo en ese momento. Las tiene de todas las clases, tamaños y
tipos: pantalla de cristal líquido, de plasma, de LED… y hasta una antigualla guardada
en el sótano de tubo catódico y pantalla extra gruesa, (se niega a deshacerse de ella). Un día de
estos, mi marido y yo, tendremos que
ponernos de acuerdo con los encendidos y apagados de las múltiples
televisiones, ¡pero da tanta pereza
discutir!
Es estupendo tener distracciones diferentes,
esto hace que nos mantengamos unidos, eso sí, cada uno por su parte de la casa.
Ni se me ocurre comentarle lo que pienso cuando estoy flotando, hay que ser
considerada, no saben lo que agradezco que él no me cuente lo que ve y escucha
en uno de sus tantos cacharros. Esto es
amor desinteresado y altruista, el no atormentarnos sin necesidad ninguna.
En momentos
puntuales nos reunimos en nuestra
casa mediana, a la hora de comer y
también para dormir y otros asuntos de lechos conyugales, que la coyunta hay
que cuidarla tanto como cuida él SU
jardín.
Tiene otra manía más un tanto extraña, pero
como es inocua, la manía, pues le dejo hacer. Cuando hacemos el amor, (él lo llama así, cuando debería
llamarse jodienda por lo pesado que se pone a veces), pues le gusta hacérmelo
con las medias puestas, (yo, no él), y rompérmelas, y después quiere que me las
deje puestas un buen rato sin ponerme nada encima de la
incidencia desgarrada. Desayunamos de
esta guisa, hacemos la lista de la
compra, o hablamos de la factura del
dentista, o del perro de la vecina que
ladra mucho y no le deja desgarrar medias con tranquilidad. Sí, esto le
encanta, la naturalidad en los modos. He probado a ponerme ropa interior super
chula, pero nada, que no hay manera, sin medias, el pobrecito se viene
abajo. Para una manía que tiene (bueno,
dos), no se la voy a fastidiar.
La puesta en escena dura hasta que
enciende sus televisores, y entonces, ¡flop!, se evapora todo el post encanto
mañanero. Eso sí, tiene la delicadeza de
ponerlos a poco volumen para que yo me pueda concentrar en lo mío. Me quito los
jodidos restos rotos, (de baja calidad,
total, para lo que duran…), las
tiro a la basura de residuos plásticos porque las compro de lycra, (elastano
sintético), puede estirarse seis veces su longitud, (eso pone en las
etiquetas, pero no es cierto, al primer tirón salen carreras). Después, ya relajada (más él que yo), me
ducho, me visto, y ¡por fin! hago lo que más me gusta: fluir por el nirvana.
Participo como invitada en
la XXV EDICIÓN DE TINTERO