martes, 12 de julio de 2016

Un patio asomado al cielo





     Cuando por fin llego  a casa  le pregunto a mi marido como le fue su día, mejor que el mío, seguro,  siempre le va bien; no tiene que lidiar con ningún cliente insatisfecho,  ni con los atascos para entrar en la ciudad; no tiene que pintarse una amable sonrisa en el rostro, la de él es natural. Trabaja a su ritmo, es escritor, aunque él dice que no tiene horario fijo y que siempre está ocupado  aunque no lo parezca…no sé yo.

      Lo primero que hace cuando se levanta es mirar el cielo para predecir el tiempo con su hoy hará calor, o es posible que llueva, llévate el paraguas por si acaso, lo ha dicho el parte… lo llama así, el parte, como si estuviéramos en una guerra, no dice noticiero, o el telediario, no, no…, anuncia un rotundo parte. Todas las mañanas me da el beso de despedida en la puerta de casa, comprueba el aire de las ruedas con unas pataditas que suenan ¡paf, paf!, siempre dos en cada goma, controla que el nivel de la gasolina no roce la reserva, si los cristales están limpios, el cinturón de seguridad puesto, y entonces ¡por fin! da la señal de adelante, hace círculos con las manos girando un volante virtual …así, así, así…ya puedes salir, hasta la tarde, que te vaya bonito.

     Hoy es lunes, los lunes suelen ser complicados, llego tarde a casa, acabo de   hacer la cena, y con una copa de vino blanco muy muy frío y seco, salgo por fin al patio y respiro. Las flores de jazminero comienzan a abrirse y Venus asoma, un punto luminoso en el azul oscuro casi violeta del cielo.

    
 — No es Venus cariño, es el satélite Hispasat 1C —me corrige.

     — ¿Sí?, ¿seguro?, Venus siempre sale a la misma hora —le porfío.

     — No sale, desde que lo lanzaron siempre estuvo ahí, en su posición trasatlántica 30 º oeste  de amplia cobertura, abarca desde las Islas Canarias hasta gran parte de Rusia. Venus está por el otro lado, mira, por allá —señala.

     Me da mucha rabia que me estropee mi momento venusiano, así, de esa manera tan didáctica, y aunque sé  que el lucero del anochecer  es el mismo que el del alba, prefiero pensar  como aquellos griegos que creían que Venus era dos astros diferentes: Phosphorus y Hesperus, el atardecer y el alba.

     Hace poco,  en la  casa de mi hermano   se celebró una fiesta;  en diferentes rincones  de su enorme jardín dispusieron  unas lámparas solares en formas de estrellas, libélulas y girasoles,  se encendían y apagaban cambiando de color gradualmente cada pocos segundos. Al día siguiente  mi marido compró un amplio surtido para nuestro pequeño patio. Creo que se siente en inferioridad con respecto al cuñao, (lo llama así, nunca por su nombre), y  porque el cuñao  siempre le dice   genio…genio por aquí, genio por allá, así que uno ansía  del otro lo que no tiene.

    Durante la mañana, mientras yo trabajaba,   expuso su cargamento  de lámparas fluorescentes  al sol para que se cargaran de energía, y a mi vuelta, hace un rato, las estrenamos   todas juntas y de golpe brillando como luciérnagas incandescente bajo el satélite Hispasat 1C;  diez o doce  lámparas solares en un menguado patio.

     Cuando mi hijo llegó  de sus actividades extraescolares, soltó su mochila cargada de tareas (además del ajedrez del viernes, y del baloncesto de los martes y jueves,   lo tenemos apuntado los lunes y miércoles  en   clase de chino, dicen que la lengua china  abre puertas comerciales,  y si no, pues el cuñao  lo meterá en algunas de sus empresas de exportación-importación sede en Madrid y Pekín.

      Los sábados y domingos  liberamos al muchacho.

      — Mi niño, dame un beso, mira que lámparas tan bonitas ha comprado tu padre.

     Con  los ojos muy abiertos y con  una mezcla entre horror y asombro,  contestó que parecía que estuviéramos dentro de un árbol de navidad, o en un escaparate. Yo aguanté la risa por no molestar a mi marido, pero al final  apagamos las luces y nos pusimos  a mirar a lo alto.

     Comenzaban a salir las estrellas, todas las estrellas, y aunque  lo que veíamos  era el reflejo de lo que fueron hace millones de años, ya nos explicó el enciclopédico padre y marido que las estrellas mantienen sus formas gracias a un equilibrio hidrostático, y que empuja la materia hacia el centro de ellas mismas, gases, plasmas, fantasmas de lo que fueron…por un maravilloso e irrepetible momento, a los tres nos pareció que nuestro patio no era una parodia de patio, un didáctico patio iluminado por energía cibernética, sino un patio asomado al cielo, o mejor, un cielo asomado a un patio.