COLORÍN COLORADO
¿Recuerdas
cuando vivías en la calle 59, a pie del Central
Park South?
Te hablo a ti, la Caperucita del pasado que detestaba a su madre tanto como ella
odiaba a su suegra, la abuelita rica con casa en la
Quinta Avenida, por eso te enviaba a ti con la ofrenda dominical por si la herencia se iba al carajo. Había que cruzar todo el parque, lo llamabas bosque, donde corrías el peligro de que un lobo feroz te
devorara, cualquiera de la manada. Aunque protestaste por la imposición, tu madre esgrimió una razón irrefutable, la típica
que dan todas cuando no tienen
argumentos.
—¡Pero mamá…! ¿Por qué tengo qué ir?
—¡Porque
lo digo yo y punto!
E ibas haciendo footing por Central Park
con una caja de donuts de la pequeña y conservadora tienda del West Village, todo un
clásico.
LO MAYOR Y LO MENOR
Estudiaste
en un colegio de monjas. El uniforme no
era rojo como la capucha de Caperucita, era gris oscuro; la
blanca camisa había que
mantenerla siempre-siempre-siempre, tres
veces siempre, im-po-lu-ta, tanto como la ropa interior. Así lo silabeaban
las
religiosas en su idioma, para
enfatizar la pureza de las tuteladas.
Odiabas levantar la mano para explicitar tu precaria intimidad.
—Sister
Mary, ¿da su venia para ir al servicio?
La hermana
solía darla, en cambio, la hermana Elizabeth, la del temblor perenne en su cara, siempre negaba el permiso: un NO rotundo, y aunque su boca dijera que NO, su rostro
afirmaba que SÍ, un temblor en
yes-yes-yes que confundían a las alumnas con incontinencia urinaria.
Una niña comentó que la monja tenía una
enfermedad llamada parkinston o algo así.
—¡Anda ya! – exclamó otra alumna.
—Te
lo juro. Que me vaya al infierno de
cabeza si miento lo sé de buena tinta
porque mi papá es médico —contestaba de corrido
la sabelotodo besándose los dedos en cruz.
La mayoría eran monjas preguntonas.
—Sister,
¿da su permiso para ir…?
—¿Para
lo mayor o lo menor? —interrumpía.
—Lo menor, please.
Algunas
decían “lo mayor” con tal de estar más tiempo fuera de clase.
La estrategia no se podía repetir demasiado,
las monjas eran muuuy listas
aunque tuvieran caras de criaturas
bobaliconas de querubines celestiales
bajo sus tocas monjiles.
BRAGAS POR CAPERUZA
Una
vez te measte encima sin poder aguantar más.
El terrible castigo consistió en
estar varias horas en el centro del patio con el cuerpo mojado del delito en la cabeza a modo de caperuza o capirote,
juzgada y rea, condenada al mote de “la meona” para siempre, tres veces always.
Yo, la Caperucita presente, os abrazo a todas para que no os dejéis aplastar por vuestras
diferencias, niñas españolas o
americanas, azules o verdes, niñas de
todos los lugares de la tierra, de
siete, diez… puede que trece o quince años, necesitadas
de ser amparadas, amadas,
cuidadas… todos los términos acabados
en “adas” que suplan vuestras carencias de respeto y protección.
EL LATROCINIO
¿Recuerdas el
robo fallido de los dedales? Aprovechaste un recreo para entrar en el
aula de labores rebuscando en los
costureros de las niñas ausentes. Los más bonitos, algunos incluso de plata, un
puñado de pequeñas joyas escondidas en los bolsillos del delantal gris, tan
gris como el uniforme gris, como las grises nubes casi negras asomando al patio
central de baldosas negras y
grises. Pequeños regalos para las niñas
que no eran de tu clase. Obsequios para que te quisieran, para que
fueran tus amigas, o no sabías exactamente para qué o el porqué. Te pillaron
enseguida, Caperucita urraca poco espabilada.
LOS CAMBIOS
Volvimos
a España. La adolescencia no fue amable con tu cuerpo patilargo y flacucho.
Hasta los quince no empezó a florecer tus diminutos senos. En la nueva pandilla tampoco encajabas,
pequeñas pruebas a las que te sometías con tal de pertenecer al grupo
homologado: hacer recados, pasar notitas de fulanita le gusta a menganito, resolver los deberes de otros a cambio de
respirar el mismo aire que el resto de la banda. En fin, eras la última de la fila envidiando
los piropos, tan denostados ahora, con los
que los muchachos gordinflones o canijos en plena pubertad y algún adonis adorado por todas, lanzando lindezas a las Caperucitas guapas. A ti, aunque
dominaras el "espikinglis", ni de coña,
Caperucita Gris.
Aquel verano milagroso, en el que casi de
golpe te pusiste tan bonita,
cumpliste los dieciséis, y a partir de entonces… todo cambió.
¡Resultaba tan increíble tener el poder de sentirse adorada! Encajabas en cualquier parte, con o sin lobos. Todo fue radiante durante un tiempo, y luego llegó la Vida con mayúsculas.
Y COLORIN COLORADO
A
lo largo de los años paladeaste los frutos prohibidos, los amargos néctares y
las dulces hieles. Aprendiste a levantarte y a recaer; a ser
tierna e implacable. Creciste a pasos de
gigante de botas de siete leguas. Volaste con las alas abiertas y también escorada desde NY a ¡tantos lugares!, y supiste del desencanto y
de las virtudes del amor. Todo eso y muuucho más, tanto que no cabría en ningún cuento edulcorado de los Hermanos Grimm ni de
Perrault, incluidas las moralejas de finales felices de comieron
perdices. Cuentistas reales e imaginarios te abocaron al ahora: una mujer
completa e imperfecta, una caperucita
adulta revestida con toda la gama de colores de la paleta cromática sin
descartar los lúgubres grises y negros y sin poner en valor solo al rojo.
900 palabras
¡Hola, de nuevo por aquí!
ResponderEliminarTenía escrito el cuento-relato hace unas semanas. Lo que más trabajo me costó fue ubicarlo en N.Y. tal como exigía el reto de esta convocatoria, así que tuve que cambiar la perspectiva y creo, solo creo, que me quedó algo mejor porque me obligó a tirar de imaginación y a desempolvar mi muuuy precario inglés. Bueno, me ha divertido disfrazarme mezclada de Caperucita niña y Caperucita adulta.
Bueno, que os leeré y a ver que sale de todo esto.
Un abrazo colectivo.
Creo que muchas niñas que se educaron con monjas al hacer retrospectiva caen en cuenta que las monjas eran muy severas o algunas tenian varios problemas de caracter muy dificiles de superar. he escuchado mas comentarios negativos que positivos. Es diferente la vision de los chicos educados (o instruidos) en colegios de curas.
EliminarPor ejemplo Teresa, que se educo en un internado de monjas, del maria auxiliadora, luego en su vida civil nunca uso maquillage.
el paso por las manos de las monjas deja profunda huella.
Es un cuento inventado, claro, JC, pero siempre hay algo de nuestra vida real que se cuela. En lo personal estuve un par de años interna en un colegio de dominicas en Canarias. Venía del Sahara, un espacio abierto lleno de luz y el internado me pareció una cárcel de hipócritas. Creo que entre los siete y diez años me planteé la idea de que Dios era injusto, la primera semilla del ateismo posterior, al menos en el sentido clásico del término. Dios, la idea de Dios en el amplio sentido de lo espiritual es algo mucho más grande que encerrarlo en la disciplina férrea de una religión, del cualquiera de ellas.
EliminarEn fin, que recurrimos a nuestras experiencias vitales para escribir y sobre ellas recreamos e inventamos lo que sea.
Gracias compañero por venir a leerme.
J.C., por curiosidad, ¿a quién te refieres por Teresa?, espero que leas esta preguntita
EliminarJe je, sorry, Teresa es una persona real no tiene nada que ver con los cuentos, la recorde porque estudio en colegio de monjas. ¿como dejarla en el anonimato?
EliminarSorry :)
EliminarMuchas gracias, Isabel, por participar con este relato en el homenaje a Carmen Martín Gaite.
ResponderEliminarGracias a ti, Marta, por hacer que Tintero sea un lugar de reunión y creatividad.
EliminarBuenas noches, me voy a dormir zzzzz
Hola, Tara, tu relato trata muchísimos temas, desde la doble moral de los colegios de monjas hasta la mujer adulta que repasa su vida. Todo acompañado de una oda a la mujer, como dices, imperfecta. Pero no es colorín colorado, sino más bien, es feliz y come lo que le plazca. Este final está mejor, jeje.
ResponderEliminarUn abrazo. 🤗
Mucho mejor ese final, me lo aplico.
EliminarGracias Merche.
Buenas noches
¡Ay, las monjas! Nunca me ha gustado ese mundo. Mi paso por ellas fue muy corto y yo solo tenía tres años, por lo que mis recuerdos son mínimos, ayudados por los de mi madre. Me sacó del colegio por cuestiones que no vienen al caso.
ResponderEliminarEl uso de Dios (cuando pienso en dios siempre pienso en Jesús) ha sido estirado, amasado y corrompido a su propio uso (el de la Iglesia). Los fanatismos son malos.
Esta gente tan religiosa tan de uno de los extremos políticamente hablando, esos que se dan golpes en el pecho al hablar del aborto pero que luego, les importa nada la vida y muerte de niños a los que les falta comida y les sobra metralla... Yo pienso que Jesús lloraría. Lloraría de rabia y de pena al no entender a estos humanos que solo les importa los niños de un bando. Cuando son todos inocentes, sean sus padres del país que sean o profesen (o no) la religión que sea.
Estoy de acuerdo contigo, los fanatismos de cualquier tipo, son malos, especialmente determinadas religiones que constriñen la libertad y la autonomía personal.
EliminarMe habría gustado centrar más el cuento en la dinámica de Nueva York, tal como hábeis hecho vosotros, incluida tú, por supuesto, y que las monjas fueran secundarias, no el eje principal, pero como dije... lo tenía escrito ya y solo pude poner remiendos para respetar la consigna. No estoy descontenta pero me habría gustado afinar más en ese sentido.
Hice primaria y secundaria en escuela de monjas. Con pequeñas variantes de personalidad y hasta de nacionalidad (me tocaron monjas alemanas) es, o era no lo sé, muy parecido en su cerrazón y sus prejuicios que siempre confundieron lo espiritual con un conjunto de prohibiciones y moralinas correspondientes a la época y a ciertos grupos sociales. No obstante lo cual, me quedan dos o tres excelentes recuerdos a los que no renuncio. Es verdad que Nueva York ha quedado un tanto desdibujada, pero los lobos de distinto tipo y sexo están mostrados con inteligencia y sabiduría como es habitual en vos, Isabel compañera. Un aplauso por mostrar otras formas de abusar y constreñir almas juveniles. Un abrazo con la alegría de volver a leerte.
ResponderEliminarEs verdad, querida Juana, las monjas se han zampado el cuento, cuand debería ser el lobo el que se comiera a Caperucita, o al revés jajaja
EliminarYo también tengo unos cuantos buenos recuerdos de las monjas más humildes, la dominica portera, que cuando fregaba el suelo caminaba de talón, no de puntillas, y una monja de la cocina que me guardaba las natillas comida si me castigaban sin postre, otra dominica negra que vino varias veces de Guinea y nos contaba relatos, historias, sobre como trabajaban allí, fue la época en que Guinea aún era española y católica apostólica, y nada más que recuerde, la verdad.
¡Ufff! Monjas alemanas, supongo que esas si que debían ser duras de pelar.
Durísimas de pelar!!!! Pero hemos sobrevivido.. Muy resentidas además porque al fin de la Segunda Guerra (o a lo mejor ya durante ella) tenían prohibido por el gobierno de entpnces enseñar alemán. Lo consideraban una tremenda humillación.
ResponderEliminarClaro, entiendo el contexto de la prohibición.
EliminarEn lo personal, a mi no me ha quedado ninguna secuela, salvo el cuestionarme todo, (la idea de Dios fue lo primero), desde bien pequeña viendo las injusticias que vi en las dominicas, y no solo hacia mi persona, todo (religiones-filosofía-política...), y creo que eso no es malo.
Magnífico relato. Leí la novela hace muchos años, concretamente en 1998. Recuerdo que lo hice en ratos perdidos, pero frecuentes, en la Biblioteca del instituto cuando me tocaba hacer guardia allí y no había alumnos. No recuerdo casi nada. tan solo que allí me enteré de la disposición de calles y avenidas de Manhattan, algo que experimentaría once años después cuando conocí (y me fascinó) la ciudad.
ResponderEliminarImagino que tu relato no tiene que ver con la novela más allá de estar ambientado en Nueva York que es la condición que se pide. Sea como sea, me ha encantado esa caperucita que nos presentas con distintas edades, primero en Nueva York y después en España; primero delgaducha y patilarga, cual cigüeña o garza, imagino, después, florecida y hermosa. Y esa vida futura, con sus luces y sus sombras, y que nunca es tan brillante como la imaginamos.
Un beso.
Sí, claro. No conozco Nueva York ni sabia (por adelantarme a la jugada) que había que ambientarla en dicha ciudad desconocida para mi, aunque novelas y pelis he visto y leído un montón, pero no es lo mismo, claro.
EliminarNo tengo una especial apetencia por conocerla, seguro que es un prejuicio porque no me gustan los ruidos y no soy nada urbanitis, pero todo es cambiar el punto de vista y lo mismo un día de estos, un años de estos que voy pallá.
Yo no siquiera recuerdo sí la leí, supongo que sí, y puede que la olvidara, no me extraña, dada mi poca apetencia por NY, pero es una corta novela magnífica, trepidante y divertida, y sobre todo, más seria de lo que aparenta. El elenco de personajes es magnífico y me alegro mucho haberla leído si es que en una lectura de años anterior no la supe apreciar.
Gracias, Rosa. Otro beso para ti, apreciada y admirada colega.
Me ha encantado el relato muy bien hilvanado Tara, no estudié en colegio de monjas, lo hice un uno estatal.
ResponderEliminarAbrazos.
Muchas gracias, Conchi. Yo estuve solo tres años en monjas, el resto estatal incluida universidad, y mucho mejor, claro. Un abrazo.
EliminarUn texto difícil de contar. La segunda persona es u s forma wue no me gusta usar pero recordó su efectividad, sobre todo di es retrospectiva.
ResponderEliminarMuy bien apuntado lo del lobo y la " manada", co ese doble filo tan actual.
Es verdad que te has inclinado al terreno de las monjas, pero bueno, el tema no se concretaba, solo la situación. Seguro que el saber inglés le supuso más de una ventaja.
La anécdota del latricinio me ha parecido muy significativa, así como el reconocimiento de las ventajas del florecimiento del cuerpo.
Luego, la vida con mayúsculas, ya se sabe...
Abrazooo
La segunda persona es verdad que puede ser algo complicada, y que la primera acerca mucho la historia a los ojos del lector, pero bueno, hay formatos e historias, la que he contado, por ejemplo, que parece que pide trabajarla en segunda.
EliminarY siii, Gabi, la vida puede ser así, o asao
:)
Soy Gabiliante que se me olvidó firmar.
ResponderEliminar¿Cómo es que te has puesto limitacion de edsd?
Pues creí que el blog lo había puesto solo y me he puesto a mirar, debe ser que toqueteé algún botó, o que sé yo jajaja Gracias por el aviso porque a mi si que me dejaba entrar sin permiso, debe ser porque soy la dueña del caserío.
EliminarHola, Tara, tu relato es toda una experiencia de vida de una niña en un colegio de monjas. Monjas que se comen a las niñas, como el lobo. Yo también estudié en un internado de monjas y tengo una visión muy distinta. No sé si será porque todas eran alemanas, pero nada que ver con la señorita Rottenmeier. Eran muy cultas, hablaban varios idiomas, viajaban mucho, amantes de la música…, rigor y disciplina, también. Nos inculcaban el valor de los estudios para llegar a ser mujeres independientes.
ResponderEliminarAl final, tu caperucita gris entra en la vida real con la cabeza bien alta. Me ha gustado mucho. Suerte en el Tintero.
¡Hola, María Pilar!, ¡Cuánto tiempo! Y a mi que me daba que todas las religiosas, más aún las alemanas eran más rigurosas todavía... ya ves, estaba equivocada.
Eliminar¡Qué bueno que te gustó el cuento! Un beso.
Hola Tara. Reinterpretas el cuento de Caperucita con un toque crudo y emotivo. El relato se dirige al yo del pasado de una niña en Nueva York, marcada por la presión de su madre, el bullying en un colegio de monjas y la lucha por encajar. Las anécdotas como el castigo humillante por mojarse, el robo fallido de dedales o la adolescencia desgarbada, pintan un retrato de inseguridades juveniles. La transformación a los 16, cuando “todo cambió” y se sintió adorada, da paso a una reflexión madura sobre los altibajos de la vida, los “frutos prohibidos” y el aprendizaje de ser “completa e imperfecta”. Me gusta la historia por su honestidad, su habilidad para capturar el dolor y la belleza de crecer, y su mensaje de abrazar todas las facetas de uno mismo.
ResponderEliminarFelicidades.
Muchísimas gracias, Marcos. Me ha encantado tu comentario y la comprensión que has tenido con mi/nuestra Caperucita y todas sus facetas.
EliminarVeo que has escrito, esta tarde te leeré con calma, compañero. De nuevo, gracias.
¡¡Hola, paisana!! Me he reído leyendo algunos de tus comentarios porque conozco mucha gente en Gran Canaria que no ha tenido experiencias muy buenas en los colegios de monjas. Mi abuelo se quedó tartamudo al salir de uno de curas y mi abuela, durante la República, aprendió todo lo que le negaron después. Así que supongo que Caperucita debe de ser, realmente, canariona jajajajajajaja. Una pena que algo como la religión, que debió de ser una luz, se haya convertido en una bruma espesa y molesta en tantísimos casos. Coincido contigo al 100% cuando dijiste en uno de los comentarios que " la idea de Dios en el amplio sentido de lo espiritual es algo mucho más grande que encerrarlo en la disciplina férrea de una religión". Me gustó mucho esa frase y, por supuesto, el relato. He disfrutado leyéndolo. Estamos todos muy filosóficos en el Tintero esta vez jajajajajaa.
ResponderEliminar¡Un abrazo!
Canariona y de la misma isla que tú, canarión. Me pongo muy orgullosa cuando un paisano, en este caso tú con tu magnífico relato, pone la letra insular en lo más alto.
EliminarGracias por tu estupendo comentario, Ulises. Otro abrazo grande para ti y hasta muy pronto.
Hola, Tara. Menuda preciosidad de relato. Me resulta curiosa la variedad de registros que pueblan esta edición: tú has optado por un cuento narrado en escenas con una voz auténtica y que engancha. Genial la reflexión sobre las etapas de la vida (la Vida en un determinado momento que todos reconocemos como propio) y la transformación del cuento original en una historia brutalmente real y hermosa a la vez.
ResponderEliminarFelicidades. Me ha encantado, de verdad.
Un abrazo y suerte.
¡Ay Enrique! Casi que nos estábamos comentando al mismo tiempo. Acabo de venir de tu magnífico trabajo y aún estoy ¡uf!
EliminarMuchísimas gracias por lo que me dices, que bueno que nos guste lo que escribimos. Un placer.
Gracias Enrique. Otro abrazo gigante para ti.
A eso se llama,
ResponderEliminartenersela
guardada a
alguien, un
saludo desde
Arucas .
Un saludo desde Telde, Orlando. Gracias.
EliminarDe nada.
Eliminar¡Qué bárbara! Tu relato me ha gustado mucho, uno se encariña con esa caperucita poco convencional. Leí que adaptaste el relato para que fuera en N.Y y de verdad te quedó muy bueno. La lectura es muy agradable y todas las aventuras de la prota nos hacen sonreír. Gracias por este regalazo. Enhorabuena Isabel.
ResponderEliminar¡Hola, Ana! ¡Cuánto tiempo! Tus comentarios sí que son un regalo. Hasta muy pronto, compañera.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHola, Tara. Las experiencias de una niña hasta alcanzar la madurez descrita con una gran sensibilidad con esta Capericita moderna, viaje a NY incluido para adaptarse al reto. Muy buen relato.
ResponderEliminarQue tengas mucha suerte en el concurso. Un abrazo.
Hooolaaa Bruno. Muchas gracias. Me quedan creo que cinco relatos por leer, entre ellos el tuyo y el de Jorge, "viejos" compañeros de letra que hacía tiempo que no nos leíamos. Pronto iré a por ti, espero que pueda esta tarde. Un cariñoso abrazo.
EliminarHola Isabel, me alegro de verte de nuevo por el Tintero después de ¿una temporada entera? Es esta una historia que recorre la vida de una niña hasta que se convierte en mujer madura. Una historia que escribe en grises esa infancia y adolescencia de una niña que se adivina no especialmente querida, que intenta encontrar el sentido de pertenencia al grupo con poco éxito a pesar de sus esfuerzos, que a veces van por el camino equivocado, con un sabor a la España de hace varios años (supongo que esa era la idea original antes de trasladarla a NY). Y no deja de ser curioso, y real a un mismo tiempo, que ese lugar encontrado al fin haya venido de la mano de los cambios físicos, ¡si es que somos así! Aprovecho para revindicar la vigencia de los piropos, tan denostados ahora como se lee en el relato, pero que no dejan de ser hermosos cuando están construidos con elegancia. Y la historia sigue, y la vida sigue, hasta el final. Un abrazo.
ResponderEliminar¿Qué tal, Jorge?, pues creo que sí, una temporada sin estar por aquí, así que ya iba tocando. Tengo curiosidad por saber que has escrito. Voy por orden para no perderme ninguna historia, me faltan cinco y no me gusta correr... pero creo que se me está echando el tiempo encima.
EliminarComo siempre, un comentario pormenorizado el tuyo, y acertado, los echaba de menos. Un piropo en el lugar adecuado, bonito y educado no amarga a nadie, yo soy de echarlos, sea mujer, hombre o niños, si así lo siento. No son piropos al uso... pero piropos al fin, un que guapo estás, que bien te veo, estás estupendo/a y todo eso que anima tanto cuando los recibes.
Un abrazo y espero poder leerte esta tarde o mañana como mucho. Hasta pronto, Jorge, y muchas gracias.
Jamás se ha podido colegir si el paso por el convento, o simplemente por la institución escolar regida por monjas, conforma o desvirtúa el carácter. A buen seguro que huella deja. Podría ser que aquellos claustros se prestasen a abusos verbales e incluso físicos, y ello es debido a que algunas religiosas eran harto amargadas, mientras que aquellas más querendonas se hallaban relegadas a papeles menores. Empero, la superiora siempre era un auténtico ogro. ¡Qué cosas!
ResponderEliminarSiiii, la madre superiora es la que más impone, lo sé por experiencia ¡uf!
EliminarGracias Lucila, nos leemos prontito.
Una historia que nos acerca a la vida de muchas niñas que pasan por una educación en colegios de monjas y como le influye en su edad adulta
ResponderEliminarEn este caso la convertiste en Caperucita.
Muy bueno
Un abrazo Isabel
Puri
Muchas gracias, Puri, un cariñoso abrazo.
EliminarPero qué texto tan... salado, no sé bien qué palabra usar, me tienes sonriendo embobada, jjaja... Es delicioso. Las anécdotas geniales (¡parecen tan auténticas!) y sobre todo el tono... Me encanta ese tono de segunda persona donde la protagonista se desdobla para contemplar a la niña que fue, la joven que fue, la mujer que es. Autenticidad pura, gracia y donaire, qué trabajo tan extraordinario. Te felicito con la misma alegría que te recibo aquí de nuevo, pues cuánto se te ha echado en falta... Ay, ese toque distinguido que nos faltaba... :)
ResponderEliminar¡Un fuerte abrazo, mujer policromada!
jeje Maite, mujer policromada, me has sacado un pedazo de sonrisa, oye, me ha gustado el mote.
EliminarMuchísimas gracias, otro cariñoso abrazo tamaño XL para ti y voy a ver si puedo terminar de leer y comentar los relatos que me faltan.
Hola, Isabel! Qué ganas de volver a leerte. No regalas un texto con una cruda crítica hacia esa vida en principio austera de las monjitas. La verdad es que dan miedo y ternura a la vez, pero más miedo pues las historias que de cuentan son inmensas. Hay una película, La duda, sobre ello que es muy buena y que se pone en todos los puntos de vista. Volviendo a tu relato, echaba de menos ese ritmo tuyo tan ágil que va mezclando la historia mientras describe de una manera muy especial. Me gustan los minichascarrillos, o esas pequeñas repeticiones de palabras que enfatizan de un modo único qué quieres decir. El resultado es un relato redondo y muy disfrutable.
ResponderEliminarUn placer, como siempre
Y un abrazo!
minichacarrillos, sí... no sabría como definirlos, los usé con mi hijo cuando era pequeñito, y funcionaban.Por ejemplo te-lo-digo-por-úl-ti-ma-vez-ya-ya-ya-fin... hacer los deberes o recoger la ropa o lo que fuera, y funcionaba silabearlo. También puede funcionar escribiendo relatos ¿por qué no? Enfatiza lo que quieres resaltar y tú has sabido verlo y leerlo, Pepe.
ResponderEliminarY que ya pronto voy a por ti, si me deja la vida que la tengo ul-ti-ma-men-te mú jodida jajajaj y sonrío.
Otro abrazo para ti, Pepito.
Hola, buenas tardes, querida Isabel.
ResponderEliminarSi no recuerdo mal (han sido unos años sin aparecer por nuestro Tintero) este relato es fiel a tu estilo, muy reconocible en él. Por lo tanto, y como siempre, tengo que felicitarte por tu buen hacer; no faltan en el relato los toques de humor e ironía enriqueciendo las anécdotas e historias que tan bien manejas. El párrafo final es el broche perfecto a los bloques anteriores. Enhorabuena y gracias por regalarnos el lujo de poder leerte.
Un fuerte abrazo, compañera.
Hola hola, Patxi. Lo que sí que es enriquecedor es tu generoso comentario. Muchas gracias, de verdad. Y repito que es una alegría volver a leerte, no nos dejes abandonados tanto tiempo, por favor.
EliminarUn cariñoso abrazo, querido compañero.
Hola Tara que historia más completa y en la que sentirse reflejada. Toda una vida entre grises y rojos. Yo también soy fan de tus relatos. Abrazos mil.
ResponderEliminarHola de nuevo Ainhoa ¡Ay! nunca sé donde poner la hache intercalada de tu bonito nombre. Gracias. Yo también te abrazo.
EliminarPues has puesto la h perfectamente. Un abrazote de oso polar.
EliminarUn abrazo de oso canario ¡Ahhh que por acá no tenemos osos! :) (sonrío)
EliminarIsabel, leerte es como abrir de par en par la ventana de mi propia memoria y dejar que entre el aire, a veces dulce, a veces cargado de la tormenta de aquellos años. Reconozco en tu Caperucita gris todas mis propias batallas calladas: esa humillación que se clavaba en el alma más que en la ropa, esos trueques desesperados por un poco de afecto, y esa transformación abrupta que nos hizo creer que la belleza era la llave maestra, hasta que la Vida, con mayúscula, nos enseñó que la verdadera fuerza estaba en integrarlo todo: la niña meona, la adolescente invisible y la mujer que finalmente se viste con todos los colores de su historia, sin descartar ni un solo gris. Gracias por poner palabras a nuestro viaje colectivo, por recordarnos que la redención no es un final feliz impuesto, sino la paz feroz de abrazar quien fuimos para ser quien somos. Abrazos virtuales desde Venezuela.
ResponderEliminarMe he emocionado mucho mucho al leerte, Raquel.
EliminarEs lo que quería transmitir en mi cuento no tan cuento, pero tú lo has dicho con las palabras justas, sensitivas y certeras.
Gracias, querida compañera de letras.