LOULITA
Suele ocurrir, sobre todo en noviembre, que los cachalotes, zifios, calderones y delfines se acercan a nuestras islas huyendo de las corrientes frías del norte. Tuvimos la fortuna de verlos en su ruta migratoria desde el balcón asomado al Atlántico del lugar donde nos alojábamos. Después bajamos al puerto a ver la llegada de las barcas. El agua bullía a pocas millas de la costa.
— Solo es un banco de sardinas acorraladas por los delfines —apuntó mi marido y añadió, como si fuera un experto, que hoy estarían muy baratas.
Era tanta la abundancia de peces que las barcas estaban pletóricas.
Al mediodía almorzamos en "Casa Lola". Su dueña, ¡cómo no!, nos obsequió con unas sardinas asadas, la acompañamos con un vino joven del lugar de sabor afrutado servido en pequeñas jarras de cristal heladas de la que enseguida dimos buena cuenta. Luego nos atendió su hija a la que bauticé Loulita porque una pareja de extranjeros, los únicos clientes del local además de nosotros, se despidieron de ella, con un “grasias Loulita, todo mucha rico”.
Loulita era una mujer joven, vestía de riguroso negro incluido el delantal de grandes bolsillos de dónde sacó un cuaderno de notas y lápiz que mojaba con la punta de su lengua antes de apuntar la comanda.
— ¿Qué desean comer lo señores? —y se lanzó a recitar con voz monótona cien mil platillos diferentes; todos empezaban con un tenemos…
— ¿Qué es lo que huele tan bien?
— ¡Ah!, es una garbanzada para la familia, si quieren les pongo una tapa para que la prueben.
Dos rancheras mexicanas se repetían de manera alterna, una era la de “Adelita”, y la otra cantaba y contaba sobre una pena de amor y una ausencia, su estribillo entonaba un sentido “no tengo paz, ni puedo hacer la guerra”; el vocalista arrastraba hasta el infinito la e de la gueeeerra, daba ganas de llorar y pedir más vino, tan fresquito que entraba sin querer queriendo.
La madre y la hija se sentaron a dar cuenta de los garbanzos familiares en una mesa cercana a la entrada de la cocina. Sobre sus cabezas pendía un helecho gigante, parecía una espada frondosa de Damocles que en cualquier momento aplastaría a las dos Lolas. La madre, al terminar de comer, subió las escaleras esquivando las calabazas secas que adornaban los escalones, un peldaño sí, un peldaño no; colgada de un clavo una ristra seca de pimientos, y de otro clavo, un collar de ajos. El verde de la pared y el naranja de las calabazas alegraban el comedor dándole un aire festivo y un tanto caduco, hasta el san Pancracio de una estantería con su vaso de perejil como ofrenda, parecía estar felizmente dispuesto a premiar los billetes de lotería que le encomendaban.
Loulita tomaba café echando un vistazo de vez en cuando a nuestra mesa por si necesitábamos algo. Sacó un sobre de su bolsillo gigante y leyó su contenido muy seria inclinada sobre el papel.
— Seguro que es una carta de su marido muerto en la guerra —comenté.
— ¿Pero qué guerra ni qué niños muertos, si aquí no hay guerras? No inventes, anda..., y además, ¿cómo va a recibir cartas del finado?, los muertos no escriben... le voy a decir que quite las puñeteras rancheras, me duele la cabeza.
— No, déjalo, igual se ofende, y la pobre está triste ¿no lo ves?
— No se puede estar triste con esas piernas que Dios le ha dado.
Del luto de la falda asomaba la insolencia de un muslo joven y por un momento sentí celos de Loulita. Enseguida irrumpieron en el comedor dos niñas con uniforme escolar de mano de su padre.
— Mira, ahí tienes al fallecido —señaló mi marido con sorna.
El difunto besó a la viuda quien apartó la cara esgrimiendo en el aire lo que por lo visto era una cuenta impagada.
Mi marido pidió más vino y un postre casero endulzado con "guarapo", el jugo de la palmera canaria. Dejó una buena propina sobre el platillo de la mesa y alabó la comida.
—Todo muy rico, sin embargo, tengo dos observaciones que hacer: no me gustan las rancheras, y usted, Loulita, no tiene piernas de viuda.
De la boca de una de las niñas escapó la risa porque lo recitó con el tono solemne que presta el vino a la voz, de manera algo teatral, de pie, una mano en el pecho y la otra extendida. Yo sabía que lo hacía para hacerme sonreír porque esa mañana los delfines y calderones habían bailado delante de nuestros ojos, y sobre todo porque, por un día al menos, olvidamos nuestras diferencias, lo realista y serio que es él, la soñadora que habita en mí.
Por un momento creí que estaba leyendo un capítulo de "El Jarama" de Sanchez Ferlosio. La misma prosa limpia y el ambiente de un domingo; pero con tu toque tan personal.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho Isabel.
Un beso muy grande y felicidades
Buenos días Ana, me encanta "tropezarme" contigo a estas horas los domingos.
ResponderEliminarMira que no he leído a Sanchez Ferlosio, ni siquiera su Jarama.
Gracias Anita.
Aplaudo, una vez más, tu estupendo estilo narrativo. Me has hecho vivir cada una de las secuencias relatadas con tanta frescura y naturalidad. Debido a ello, al principio pensé que se trataba de un relato biográfico, una especie de reseña viajera. Me hiciste sentir ganas de estar ahí, frente al mar y oliendo el agua salada, y las sardinas asadas, y saboreando el vino afrutado y frío, jeje
ResponderEliminarLuego, con el diálogo con "tu marido", la cosa ya cambió y me puse las gafas de leer ficción. ¿Me he equivocado?
Sea como fuere, me ha parecido un relato magnífico.
Un abrazo.
Pues como casi todos mis cuentos, un poco de verdad y un mucho de mentira. Me inspiré en un viaje a La Gomera, la foto es del lugar en que comimos, aunque no se llama "Casa Loulita"
ResponderEliminarMuchísimas gracias Josep. Un abrazo de los grandes (sin rancheras)
Me gusta eso de "un poco de verdad y un poco de mentira", Tara, porque representa la esencia de tus relatos. Al leerlos me da la sensación de estar ante una historia que ha sido inventada solo a medias, como es el caso.
ResponderEliminarNo sabía yo que había que tener unas piernas determinadas para ser viuda. Pues mira, nunca te acostarás sin saber algo más.
Un besazo de domingo.
Ayayayyy... me ha dado la risa con lo de las piernas de viuda Sofía.
EliminarPues sí, de eso se trata, de inventar un poco y de utilizar las experiencias reales de la vida en las proporciones que uno o una determine.
¿A ti no te pasa que ves a una persona o una situación y la metes en un cuento?, claro que hay que saber verlas, que si no te pasan desapercibidas.
Un beso muy grande Sofía que dure toda la semana.
Hola Tara te ha quedado un fantástico relato, fresco, de esos que mientras los lees vas viendo a los protagonistas y te imaginas todo lo que nos vas contando, he escuchado hasta los platos, olido el aroma de la garbanzada, las voces y hasta las rancheras entre tus líneas.
ResponderEliminarUn beso
Qué bueno que lo supiste ver, oler, escuchar y sentir Conxita. Muchísimas gracias. Besos y suerte en el concurso con "Las palabras que viven", una buena aportación.
EliminarFantástico. Qué bien contado el ambiente, los olores, las sensaciones... Me ha gustado muchísimo.
ResponderEliminarMuchas gracias Marta. ¡Anda qué tú no te quedas atrás ambientando un cementerio mexicano!, acabo de leer tu relato de "Un invitado inesperado" que me encantó compañera.
ResponderEliminarHasta pronto.
Qué bueno Isabel, me has descrito el ambiente de un guachinche canario. Estuvimos en Tenerife y me sacaste el recuerdo, y hasta ese olor de los garbanzos. Ayyayai, que a ese marío le faltó cantarle un sorondongo a las señoras en esa mesita con hule de cuadros y cogerle el culo prieto a su mujer jaja por imaginación que no quede. Un beso
ResponderEliminarMe parto contigo Emerencia, sorondongo te voy a cantar yo a ti. Por La Gomera que pertenece a la provincia de Santa Cruz de Tenerife se dice guachinche, por aquí, en Gran Canaria, decimos bochinche... y hasta cuando se "desvirtúa" la lengua tiene su razón de ser, bochinche que viene de "buche" o llenar el buche.
EliminarMuchos besos compañera.
Tranquila tarde de domingo, una popular Casa de Comidas, dos Lolas (madre e hija) regentando el local y una pareja complementaria, con modos de ver la vida muy distintos, pero de vez en cuando, olvidándose de sus diferencias... Y una trama costumbrista, donde destacan las descripciones, que nos ayudan, como lectores, a descubrir como su autora ve la vida desde la optica positiva, que le propicia tan buen sentido de humor y sin olvidarse se soñar, que para eso es escritora.
ResponderEliminarTe mando un beso, Tara, y feliz semana.
Muchas gracias Estrella, eso es, la capacidad de soñar nunca hay que perderla.
EliminarBesos.
Es un relato precioso, Tara.
ResponderEliminarTranquilo relajado y con aroma a amor y comprensión del bonito, de aquel que se adquiere con años, y con mucha paciencia, :) Hasta que al final, las diferencias se funden y de vez en cuando hasta se intercambian.
Un beso, y feliz inicio de semana.
Imaginé una pareja que, pese a sus diferencias, que haberlas haylas, disfrutan de los momentos que la vida les brinda.
EliminarGracias Irene, un besazo y hasta pronto.
Holaaa
ResponderEliminarLo primero, acabo de descubrir nuevas especies de la fauna marina que ni siquiera sabía que existieran, ja ja. Nunca te acostarás...
Lo otro, que me encantan estas historias que no llegan a ninguna parte, porque no no hay destino, tan solo disfrutar del camino. Como se disfruta comiendo en una tasca del lugar, dejando que todos los sentidos se sacien: el gusto, la vista, el olfato... Sobre todo cuando uno está con buena compañía. E inventando, lo que tanto nos gusta a los que escribimos, que fabricamos nuevas vidas hasta a nuestros compañeros de asiento en el autobús.
Precioso lienzo el tuyo, donde todos los sentidos tienen algo que disfrutar.
Un besoooo
Es que hay historias que no necesitan trama al estilo clásico con inicio, nudo y desenlace. He contado un momento de disfrute, sencillo y plácido, que los placeres de la vida no siempre tienen por qué ser apoteósicos, digo yo.
EliminarQue me gusta mucho de los muchos que vengas a leerme amigo Isidoro, que lo sepas.
Besoooooooooo con más oes que las tuyas, ¡ea!
Me diste ganas de almorzar en Casa Lola, después de ver la ruta migratoria desde quién sabe qué isla Canaria, con el vinito en Porrón (tan en desuso hoy día, antes en todas las mesas familiares incluyendo la mía). De lo mejor, Capitana.
ResponderEliminarel Grumete
¡Ehhh grumete! Cuánto tiempo sin saber de tus travesías.
Eliminar¿Todo bien por esos mares y lares?
Brindo por ti Jean Loup. A la votre santé mon ami!
Bonito relato. Yo, personalmente, prefiero ese tipo de historias que son como impresiones o fogonazos. Sobre todo porque admiten relecturas, no como el relato que basa su mayor efecto en el final. Creo que al marido se le subió tanto vino y el guarapo le dio la puntilla para no poder aguantarse un piropo, jaja.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Gerardo. Coincido contigo en que, generalmente, también prefiero los relatos que no se basen en el efecto final, claro que como no soy experta en policiales y tengo poca capacidad deductiva soy incapaz del factor sorpresa final, admiro a quienes sí que lo saben hacer, pero no es mi tipo de lectura preferida.
EliminarY siii, el vinillo envalentonó al marido, por lo visto.
Un abrazo y gracias por tu comentario Gerardo.
Si tuviera que destacar una de tus muchas cualidades para la narración son tus ojos de escritora. Esa capacidad de observar la realidad, sacar la esencia y trasladarla al papel. Si tuviera que destacar otra sería tu capacidad para alimentar los sentidos a través de la lectura, vemos, olemos, gustamos, escuchamos... En este relato nos muestras una escena en la que nos presentas, con la simple anécdota de la fabulación sobre la viuda cómo son ambos personajes de ese matrimonio. Y siempre regalas ese toque de humor delicioso que en este relato son las piernas de la viuda. Un detalle fantástico. Como siempre un gusto leerte, Isabel. Un abrazo!!
ResponderEliminarPues...me he quedado sin palabras David, muchas gracias compañero. Coincido contigo que para escribir hay primero que observar, y yo soy muy "mirona" de situaciones.
EliminarUn abrazo gigante XXLL
Las piernas de viuda de Loulita, ¿quieres creer? que es la imagen más clara que me ha quedado del relato, sin, por supuesto, descartar a los zifios, ¡qué palabra!, tuve que buscar el significado, porque como sabes mi curiosidad no me dejaba seguir con el cuento. Y me he dejado llevar por el vino, el que aparece en la historia y el que acabo de beber en la cena, que me ha puesto de maravillas para disfrutar de la lectura, ¡qué digo!, del encanto con el cual nos llevas con tu imaginación que se derrama en letras, que es como un guiso en el que colocas todo lo que pasa en la vida y en los sueños, y lo sirves en esta mesa para que todos lo disfrutemos, que la vida es corta y merece ser vivida y pensada de la mejor manera posible, con sus pequeñas o grandes calamidades o la magia de las ilusiones que nos muestras para que disfrutemos del arte de vivir mejor.
ResponderEliminarPor un día al menos, como tú dices.
Es verdad Ariel, la vida es muuy corta, hay que sacarle el jugo siempre que podamos ¿o no? pues eso.
EliminarGracias mi amigo por todo lo bonito queme dices.
Qué agradable relato Tara, te deja con una sonrisa en el rostro. Oye, pero es que hay algunas piernas, que uno puede pensar lo que piensa el marido, cómo concebir la tristeza con aquel regalo, jajajaaja.
ResponderEliminarY claro que dan ganas de estar ahí, riendo y tomando vino, pues qué más.
Abrazos
Casi todos los "chicos" habeis opinado lo mismo sobre las piernas de la viudita de marras jeje.
ResponderEliminarGracias Gildardo, me gusta que hayas pasado un buen rato. ¡Salud!
David me dejó sin comentario, Isabel, qué rico, qué bueno, qué oloroso, qué todo todo, jajaja. Me encanta leerte porque me haces sentir precisamente lo que se siente en la escena. Y eso me gusta, señora escritora. Muchos besos, y que sepas que esos delfines antes se pasearon por mi costa, eso es lo bueno de que compartamos océano ;)
ResponderEliminarBesos y abrazos de plastilina para salvar la distancia marítima que nos separa :)
sí sí...todos los adjetivos buenos de parte de David me los he llevado yo, lo voy a contratar como asesor de campaña jeje...no, en serio, es un compañero generoso y tengo la impresión de que disfruta leyéndonos.
EliminarBueno...compartidora del atlántico, muchos besos y abrazos de eso que unen a pesar de la distancia.
Gracias Eva.
Creo que alguna vez te comenté que tienes la habilidad de retratar escenas y personas como si fuese una cámara cinematográfica la que estuviese inmortalizando la escena para luego trasladarla al papel. Si algo se puede decir de este relato es que es tremendamente gráfico y visual, tanto en el retrato del entorno como de los personajes. Uno se queda prendado de Loulita con sólo cuatro pinceladas que le das, ¿es viuda de verdad o el besucón es su marido? porque mira que me voy para Canarias a conocerla! Un saludo Isabel.
ResponderEliminarSi es que pueden más dos piernas que dos carretas...¡Ahh! ¿qué no es así?
EliminarQue no es viuda, que todo está en la cabeza de Juanita la fantástica, quien lo cuenta.
Bueno Jorge, muchas gracias compañero.
Bicos
Nada más empezar no he podido resistirme a tu relato, Tara, pienso en los cachalotes, en los delfines y en los calderones, alguna vez los vi varados para siempre en la playa. Pero todo el relato está lleno de encanto, aderezado con el llanto de las rancheras y con el misterio de Loulita que nos remite a la otra, esa mujer que va vestida de negro y que deja entrever la belleza de sus piernas, una casada de luto a la que no se le ha muerto nadie, al menos el marido descarta que sea por él.
ResponderEliminarUn abrazo.
Una casada de luto... parece el título de una novela.
ResponderEliminarGracias Francisco, te tengo muy abandonado ultimamente, para leerte hay que poner atención máxima, de poesía no se comentar (solo disfrutar) y con la música me pasa lo mismo. No se me ocurre nada que sumar (salvo leerte) a tus genuinas aportaciones.
No es una excusa compañero, es la verdad.
Me encanta el texto, su sencillez y frescura. Representar algún momento de la vida diaria sin trucos ni artificios ni adornos innecesarios, lo que al final termina sumando ese extra sobre lo ordinario. Ya me imagino que las piernas de Loulita causarían por igual suspiros y envidia, lo mismo que la parejita protagonista con sus diferencias reconciliables o no sacadas a relucir a lo largo de la comida y la amena conversación. ¡Genial!
ResponderEliminarEs un relato ligero y cotidiano, como bien has sabido apreciar. Qué bueno que te gustó Fritzy, graciasssssssss
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