sábado, 5 de octubre de 2024

El camino y otras zarandajas

 

   


  


                                                        

La bajada hasta la costa desde la carretera principal  era un camino de tierra apisonada bordeada de tomateros por donde pocas veces circulaban coches,  menos aún la guagua municipal. En ese terreno los muchachos jugaban al futbol con suficiente  antelación para interrumpir el partido si algún vehículo, carreta, burro y hasta rebaños de cabras bajaban por el camino; el desnivel permitía vislumbrar con tiempo para  apartarse entre juramentos y mecagoendiós. 

   Los niños y niñas mezclados en la arena de la playa practicábamos “el  clavo”; un juego de mañas con un clavo grande de unos veinte centímetros  que consistía  en hincarlo sin que la cabeza tocara la arena. Unos pocos adiestrados conseguían hacer un “zapatero”, o sea, todas las artes de un tirón…, desde la  mano,  el codo, los hombros, la cabeza… cada tirada con nombre propio: “la tirolina”, “la  pajarita”, “los cuernos”…

   En las atardecidas, los chicos y chicas que ya no éramos tan niños, casi rozando la frontera de la adolescencia,  o que aparentábamos más, sobre todo las muchachas si nos crecían los pechos a los once o doce, o a las catorce,  jugábamos al pillapilla, a la botella, a decir verdades con la paga de un beso entre los limoneros,  mangos y aguacateros de las fincas de la zona. Allí, bajo uno de esos aromáticos árboles frutales le solté  un “Zuéltame el braso” al muchachillo   de ojos azules y  flequillo tieso, intercambiando la zeta por la ese de lo nerviosa que estaba en  aquel juego mezclado de géneros, (lo llamábamos de otra manera).  Era la primera vez que un chico me sujetaba el brazo,  una excusa para rozarnos la piel, las manos o puede que los senos inexistentes aún. Él se burló  de mi torpeza repitiendo el “zuéltame  el braso”  de  la niña  vergonzosa de  diez años que  no tenía ni una sola falta de ortografía.

   Por imposición paterna me pasé aquel  aburrido  verano haciendo dictados, aritmética, divisiones de varias cifras, historia de aquellla nuestra España única, católica y apostólica  regida con mano firme por un enano prepotente e impotente pese al brazo incorrupto de santa Teresa que obraba milagros salvo en las partes íntima del salvador de nuestra patria. Eso contaban años más tardes.

     Tuvimos que trasladarnos a la capital, un acontecimiento importante el examen de ingreso al bachiller. Conseguí puntuar  ¡un diez y matrícula de honor!  La frase con la que me la gané  era la siguiente: ¡Vaya con el caballo bayo que saltó la valla!, que hay que ser muy hijos de su madre para torcer tanto las elles, las y griegas, las uves y las bes. Yo estaba que no me lo creía.

   Cuando empecé el  bachiller me presentó el mismísimo director como una niña ejemplar lo que me ganó de inmediato  la antipatía de toda la clase, y decidí desde el primer segundo que no quería ser la empollona oficial, así que suspendía aposta aunque me mordiera los labios y cerrara los puños al cometer tropelías con la ortografía, las zetas, las eses y otras zarandajas.  Con el resultado de  la primera evaluación, el señor director convocó a mi progenitor, y aunque en los ojos grises de mi padre vi el brillo apagado de la decepción, estaba decidida a forma parte de la troupe aunque el grupo estuviera compuesto de imbéciles integrales. Es más fácil estar  dentro de un conjunto homologado que siendo la tangente variable fuera de la órbita establecida. Lo pensaba con otras palabras, claro.

   Sí. Me gustaba mucho, pero mucho, el  muchachillo del flequillo tieso y ojos azules. Tiempo más tarde, en aquel ya menos pueblo donde hasta había una pequeña iglesia donde el  chico adorado se casó con su novia, escuché las campanas de boda.  Mientras se casaban,  yo ojeaba y hojeaba las viñetas  y admiraba al increíble Quino y su Mafalda. Pensaba a quien se parecería mi amor platónico e inalcanzable… ¿a Felipe…?, ¿el despistado y soñador quijote siempre enamorado de una quimera?... ¿a Manolito… el gallego comerciante de…?, puede que algo de él tuviera, al menos el padre del recién esposado, dueño de un cafetal que mezclaba los granos de café con garbanzos tostados,   pero él quizás fuera más  Miguelito tan seguro de sí mismo y de su belleza perfecta;  puede que sí, o puede que no, puede que fuera la suma y resta de tantos personajes ficticios que pasaban  por mis ojitos de lectora y consumidora de comics. Puede que mi inexperiencia necesitara referentes de papel, dibujo y letras. Puede que…

   Y muchos años más tarde, muchos más, después de tantos amores interruptus, tantas jodiendas, desacuerdos, placeres, sabores, dolores y alegrías, tanto de todo, tanto tanto… ese chico se apoya ahora en mi brazo. Lo  sostengo con firmeza convencida de que saldremos adelante. Incluso sonrío. Acabamos de salir del neumólogo y del tac que diagnostica unas pequeñas sombras amenazantes en su pulmón derecho. Una  espada de Damocles sobre el futuro incierto. Lo sujeto  y el me sostiene a mí con su flequillo ya blanco, su espalda algo encorvada aunque haga esfuerzos para mantener el tipo, porque no hay nada que nos tumbe, los años solo son números,  nos tumba otras tropelías, otros sinsabores, así que mi braso con ese y su corazón con Zeta mayúscula, sus manos en las mías conforman una historia, un camino recorrido  y por recorrer con las letras del abecedario precisas, o sin ellas.  Es lo que hay.

                                                                900 PALABRAS

miércoles, 12 de junio de 2024

Rata de archivador


 



      

                                            RATA DE ARCHIVADOR 

   Dada mi condición de historiadora  me destinaron a la ciudad autónoma de Melilla a  rescatar, ordenar, y finalmente digitalizar, los buques españoles  que operaban en la franja marítima entre España y Marruecos. Era mi primer trabajo no teórico y carecía de  experiencia.

   Con una mochila llena de expectativas, ilusión  y algo de miedo, me embarqué desde Málaga. Al parecer,  me adelanté varias   semanas  a la ejecución de dicha Ley  de Puertos del Estado que facultaba al Gobierno para la constitución del  personal civil. Todos  mis compañeros actuales, por llamarlos de alguna manera,  eran  militares de diversos grados. No colaboraron en hacerme partícipe de los diversos trabajos de mi área de historiadora, no sé si por ser mujer, joven, inexperta o simplemente porque les jodía desprenderse de lo que hasta ahora había sido sus dominios.  Me advirtieron que no me pagarían el tiempo anticipado

   –Ya que me he adelantado por error, estaría agradecida, señor comandante, le ruego  que  me permita… —comenté  subiéndole la graduación —para ir poniéndome al tanto de…

     Me cedieron el archivo. Un  sótano lúgubre pletórico de libros y legajos. Comencé por el que encontré más antiguo, 1888, un tomo escrito a plumilla de la construcción e historia registral, incluso hundimientos o desguaces de los diversos buques mercantes.

     Lo cierto es que tenía  poca pasta hasta que me pagaran, supongo que por orgullo e independencia me avergonzaba pedir ayuda  a mis padres.

  Descubrí un pequeño baño con ducha y un catre en el cuarto contiguo. Sin pedir permiso a la Autoridad, compré algo de productos de limpieza, y con mi saco de dormir me las apañé. Al no haber vigilancia por la tarde noche aprovechaba para echarle un vistazo a las normativas y al funcionamiento de las oficinas gracias al juego de llaves que encontré para salir a comer y tomar el aire.  

  Lo peor de la primera noche fue la rata que asomaba  al oler la comida que traía de fuera. Al principio se mostraba cautelosa. En un par de días y con paciencia, dejamos de tener miedo la una de la otra. Sus ojos eran de color miel.  A la semana empezaron a crecer mis uñas de pies y manos tanto como las suyas.  La soledad hacía que hablara en voz alta con ella.  Parecía entenderme. No sé si fue debido a que la alimentaba bien que cada vez me parecía más grande. A la luz de la única bombilla del aseo, en  el espejo medio resquebrajado del lavabo descubrí que mi melena se estaba volviendo de un rubio ceniciento. Falta de luz solar,  supuse.

  Las llaves debieron de cambiarla de lugar, al no encontrarlas,  comíamos los desperdicios que los militares dejaban en sus papeleras: la mitad de un sándwich, las cortezas de una pizza…. Repartíamos todos los tesoros comestibles que encontrábamos.  Me enseñó que mezclando las sobras con el papel, bien salivado y masticado de las añejas hojas de los libros registrales saciábamos  algo el hambre.

  Hablé con ella, o con él, desconocía su género. Le expliqué que los tomos ni se tocaban, que dependía de mi futuro trabajo. Pasó de mi cómo de la mierda.

  Perdí la noción del tiempo. Dormíamos juntos, y para entonces ya descubrí que era todo un macho repetidor, siempre sabía cuándo  me encontraba en las mismas condiciones sensitivas que él.

  Cierto día se escuchó mucho jaleo y al mediodía una especie de celebración. Por la noche la rata y  yo descubrimos que era la despedida de los militares cediendo sus funciones a los funcionarios civiles. Nos pusimos a tope de comida y sobras, y el resto lo arrastramos  al sótano a buen recaudo. Tendríamos comida para cierto tiempo.

  La rata parecía preguntarme vibrando sus  bigotes  tan largos ya cómo los míos, si no me iba a presentar a mis nuevos compañeros. Yo había engordado tanto que parte de la ropa se había rajado.

  A las siete de la mañana las limpiadoras hicieron su trabajo en las oficinas y también en el sótano. Nos escondimos como pudimos. Mi macho y yo ya éramos casi del mismo tamaño. Escuchamos conversaciones gracias a meternos, yo arrastrarme, por los tubos de ventilación verificando que el cambio de poder se había producido. Alguien preguntó por la historiadora. Alguien contestó que había desaparecido a partir del primer día. Alguien habló con la policía y con mi familia. Mi móvil ya no funcionaba. Estaba tan inflada que comprendí que estaba preñadA. 

   Hasta el nacimiento de las criaturas me  divertía escribiendo  historias  inventadas en las últimas hojas de los tomos  registrales, “Los bereberes atacaron a la tripulación que valientemente se defendió…” la rata escupía sobre las letras recién trazadas,  arañaba con sus garras para envejecer la tinta y el escrito.

  Una mañana  un nuevo historiador  exigió que los libros, para preservarlos de la humedad, los subieran a las oficinas para digitalizar lo que se pudiera. Escondimos a nuestras crías para no dar la alarma y le enseñamos que el silencio era nuestra mejor arma.

   Al historiador  "Honoris Causa", lo volvieron a premiar al cabo de unos años por los datos extraordinarios que encontraron en algunos de los libracos, (los que yo había escrito como pude con mis garras de rata).

   Algunas de las muchas crías que tuvimos emigraron a otras latitudes una vez crecidas, pues no era cuestión de que nos descubrieran y nos exterminaran,  dado el hito  histórico y sorprendente  que habíamos logrado en  horario nocturno.


                         900 palabras

                       Isabel Caballero 

jueves, 8 de febrero de 2024

CORAZÓN PARTIDO

 

                                                               



                                                                      CORAZÓN PARTIDO



No era costumbre que las mayoría de las mujeres embarazadas del medio rural, antes del alumbramiento    acudieran al hospital de Ratlam, Centro India. Para  Kan y Sohait fue toda  una sorpresa cuando ella dio a luz a una criatura con dos cabezas, dos corazones, y solo dos brazos y dos piernas. Al parecer, no compartían ningún otro órgano vital. Esta anomalía de los gemelos siameses unidos por un torso era conocida   en el ámbito médico como  parapagus dicefálico, que  en la mayor parte de los casos  terminaba en mortinato. Tras el milagro de haber nacido vivos, y a  pesar del alto riesgo, el equipo médico aconsejó  la opción de sacrificar al más débil  de ambos. El matrimonio se negó. ¿Quiénes eran ellos, pobres mortales, para oponerse al designio de los dioses?

   Los afligidos padres volvieron a su aldea, donde “la criatura”, como todos la llamaban,  fue todo un acontecimiento. Como no hay mal que por bien no venga, cobraban la voluntad a los curiosos de la aldea y alrededores que quisieran contemplar el macabro espectáculo de la deformidad. Incluso acudían desde lejanos lugares.

   Una de las cabezas era mayor que la otra, ojos casi ciegos cubiertos por una nube gris, dos enormes agujeros por fosas nasales y una boca de labio leporino tan  voraz que vaciaba, en menos que canta un gallo, la teta de su madre  dando cabezazos a la pequeña cabeza de su hermano desplazándola para vaciar la otra mama.

   El pequeño  jibarizado, en contraste con el mayor,   tenía un bello rostro, ojos negros y almendrados, equilibrado y armonioso todos sus diminutos  rasgos.  A medida que pasaban los meses, el pequeño iba disminuyendo cada vez más, ni siquiera luchaba por la leche de su madre. Incluso se apartaba para que el gigante devorara su ración. Con los años la cabecita solo era una pequeña miniatura hermosa y sonriente, amable con sus padres, vecinos y visitantes.  Ni una sola queja salía de sus bien formados labios, ni una lágrima de sus ojos almendrados. A medida que se desvanecía, algo de su belleza y bondad parecía contagiarse al hermano.  Se disolvió   la nube gris que le velaban los ojos,  compartía la comida con su ya casi inexistente hermano, se volvió generoso demasiado tarde. ¡Ósmosis o milagro!, ¡quién sabe!

    Con los años, cuando la cabecita del gemelo menor desapareció, quedando solo el vestigio de una verruga en el cuello del hermano  sobreviviente, este lloró arrepentido por su inicial egoísmo.

   Una sola cabeza con dos corazones de  sentimientos encontrados,  con dudas, desconcierto,  incertidumbres, aciertos, errores, amores y odios, cometiendo actos valerosos y atropellos. Era feliz a ratos, y desgraciado en ocasiones.

   El gigante no era un David ni un Goliath. Tenía el corazón dividido.  El resto de su vida  navegó entre  el  desasosiego y la esperanza, como cualquiera de nosotros, frágiles  seres humanos imperfectos.

 

sábado, 7 de octubre de 2023

El horizonte del agua

 









Ya rebosan las presas, ya corre el agua por los barrancos. Los más jóvenes pregonan el recorrido líquido y la buena nueva se propaga de boca en boca. Serpentea el agua por los cerros. Suben los impacientes al monte en mulas, a caballo, unos cuántos en camionetas, la mayoría, a pie. Cuentan que llega brava, arrastra el puente de palos ahogando alguna cabra y al burro ciego que mueve el molino de gofio, el pobre no vio venir la barranquera.

La gente a una se asoma al valle, desde el treinta y seis que no llovía.

En el Ayuntamiento se reúnen de madrugada los de siempre. El pueblo espera en la calle hasta que por fin se ordena que abran los silos, se reparte el grano, acaba la restricción del "por si acaso".

Mi madre dice que si don Antonio ronda cerca me meta enseguida en la casa. Ahora no sé si habla del asno ahogado o de otros asuntos, que no la entiendo. Farfulla sobre el crujir de la vida, solo afecta a los de siempre, egoístas negadores del pan del pobre, siempre gira en el mismo sentido la noria, acontecida perenne.

—¿Qué dice usted, madre…?

—Nada, hija, cosas mías.

Resopla el agua, bufa, entra por fin en el valle ¡Bendita sea! ¡Ya llega! Anega orillas.

La banda municipal estrena pasodoble a ritmo de voladores y papagüevos. Don Felipe el boticario, como es peninsular, los llama gigantes y cabezudos, que raro suena de esa manera; aquí, en la isla,  le ponemos el nombre que nos da la gana. El cura dice que llovió gracias a sus novenas y rogativas, y el republicano Manuel, abarloado de izquierdas y carne de preso le dedica una rima en décimas, de primer verso “mecagoendios”.

Ya es de noche y aún llueve, pero al pueblo no le importa mojarse. El ron y el agua se hermanan por una vez. Envuelve el aire un sahumerio de calamares secos, no hay nadie como un costero preparando salazón y jareas.

Los ingleses del valle también acuden a la plaza, ahí está el hijo del que trajo la maquinaria de cavar pozos y el inventor de los ladrillos huecos y del Mister rico de la casa grande todos saben que se trae las libras esterlinas dentro de las ruedas de los camiones con el beneplácito de la autoridad, la autoridad es que es muy generosa si quiere serlo.

La concejala de festejos y barullos sube taconeando la tarima y dice…

—¿Qué dice,  padre, que no la entiendo…?

—Ná, m´hija, lo de todos los años.

Miro a un niño que parece un sol vestido de canario, más guapo no puede ser, pantalón y chaleco negro, el fajín encarnado, seguro que lo termina perdiendo.  Se baja de un salto de la carreta y le da una palmada al lomo del buey que lleva la ofrenda a la virgen. Apenas siente el gigante las manos del chiquillo que le palmotea diciéndole ¡muy bien, muy bien! como si fuera su perro. No se altera el sereno animal,  rumia pensamientos ajeno  al jaleo de la fiesta. Envidio su serena actitud, nada consigue sobresaltar su manso ensueño. Miro al buey y me veo reflejada en sus pupilas.

Miro al borracho del pueblo, se han cogido cariño la melopea y él, llevan juntos desde la amanecida.

Miro al músico soplador de micrófonos… probando, probando, un, dos,  un dos, y miro a la pareja que  baila siempre pegadito aunque toque suelta; se quieren mucho.

Así, por las buenas, porque lo dice él y punto,  el patrón baila conmigo  sin poner el pañuelo de la cortesía entre su mano y la mía porque no soy una señorita, solo la hija de uno de sus aparceros, ni se acuerda de su nombre.

—Esta noche te vienes conmigo niña, que hay trabajo para ti en mi casa.

—Es que mi madre me necesita, don Antonio…

No me atrevo a respirar, me duele el pecho. La voz se me quiebra. Mis viejos están sentados  en el banco de piedra de la plaza agarraditos de las manos, no se atreven a oponerse al mandado del amo.  La mantilla blanca de las fiestas sombrea la cara de mi madre. Mi padre agacha el gesto, tan doblado como cuando siembra las papas del dueño.

Por la mañana, el amo mete  en el bolsillo de mi delantal unos dineros para que mi madre me compre agua de rosas y ropa decente, no quiere que vaya a su cama con los interiores hechos de sacos de azúcar.

Remonto el camino de mi casa, antes me lavo en el agua casi helada de la poza refractada de palmeras y restriego la mala noche de mis muslos. No siento el frío. La puerta de María se cierra a mi paso y el marido de Antoñita me mira de otra manera, cuelga una colilla de sus flácidos labios.

Veo los pinos, los almendros en flor, la vereda aromada de brezos que bordea el camino de subida a mi casa. Bajo la reciente lluvia brillan los papayos, mangos y aguacateros, parecen joyas.




                                                                  


martes, 5 de septiembre de 2023

EL NEGRO

 

 





                                                                             EL NEGRO

Lo trajo el mar desnudo a la puerta de mi casa costera. Le di agua, comida y cobijo. Chapurreaba  nuestro idioma y me contó que fue el único superviviente del viaje maldito. La franja que separa Canarias de África es un cementerio marino. Tenía un cuerpo perfecto tallado en ébano. No pude evitar, ni quise, echarle un vistazo a su miembro viril donde grabado en rojo destacaban las letras PDMDESEO, quiero recordar. Pensé que era un tatuaje tribal.

—Soy escritora..., o eso intento —le conté señalando los folios en blanco.

—Yo soy… era, contador de cuentos en mi aldea.

Desde entonces, viajamos de la cama al escritorio, donde crecen las historias;  y del escritorio a la cama, donde crece la pasión.PÍDEME UN DESEO… Y LO VERÁS POR ESCRITO grabado en rojo y negro stendhaliano sobre  la sublime  erección de su pluma de oro.

Los efectos secundarios de la letra pequeña son evidentes.


domingo, 7 de mayo de 2023

Cosas que pasan

 


                       Susto-sobresalto-angustia-alivio-vergüenza-desconcierto-asombro-sorna-resignación




En la última rotonda antes de la parada final, un coche como el de mi madre se ha estampado contra ella. Una mujer  está tendida en la acera rodeada de personas.

—¡Mamá, mamá! — grito angustiada desde la guagua.

Todo los pasajeros a una exclamaron: ¡Pare guaguero!

—¡Qué Dios te ampare! —dijo alguien.

Corro con el corazón a mil hacia mi pobre madre atendida por un socorrista. Me mareo. Arenas movedizas.

¡Anda!... si no es mi madre, aunque se parece.  Siento alivio y también remordimientos por la accidentada. Intento explicar   el equívoco, pero me da vergüenza.


—Es que creí que…

—Tranquila, no te preocupes.

Se escucha la sirena de la ambulancia, la guardia civil y el tercio de caballería. Me incorporo   mareada aún intentando  escapar sin que nadie se entere. Desde que la metan en la ambulancia, me piro, pensé. Suben a la mujer en una camilla y yo con ella pues no me suelta la mano. Cierran la puerta  y arrancan.

—Esta mujer no es mi madre —le digo al socorrista. Le cuento todo, abre muchos los ojos.

—Me quiero bajar

—Ahora no podemos parar.

La  señora tiene un bulto en la frente y ojos desconcertados. No me suelta la mano.

—¡Pobrecita! ¿Y su familia ya lo sabe?

—Creíamos que su familia eras tú —replicaron con cierta sorna.

El socorrista le pregunta el nombre. No contesta, solo me mira a mí.

—¿Cómo se llama? —le pregunto.

—Soy mamá.

—¡Vaya por Dios! —suspiro resignada acariciando la mano de mi madre postiza.

 


                                                                                                                             250 palabras

jueves, 6 de abril de 2023

Carta de Sancho a Teresa

                                 



 


 





Teresa mía, has de saber que mujer de un rey ya eres, este mesmo que te escribe, aunque sea mi señor Quijote quien empuñe la pluma pues de letras ando escaso como bien sabes.Te envío un paño verde de varias varas para que le sirva de saya a nuestra hija,  que será princesa,  y a ti, esposa, uno de púrpura  pues ya eres señora reina  de la ínsula de San Borondón, la misma de  la que contaban  los navegantes que la habían avistado aunque las autoridades eclesiásticas y las otras dictaminaran que  no existía, que eran quimeras de molleras huecas e vacías  como la que le han achacado a mi señor don Quijote, y que llamaban:

La aprositus

La inaccesible

La velada

La encubierta

La non trubada

     Y otros muchos motes más que me dicta mi dueño, ya ves que de ilusorio nada,  puesto que soy rey, mucho mejor  que la merced de gobernador como prometióme mi señor Quijote cuando accedí a ser su escudero y nos fuimos por esos mundos de Dios a enmendar entuertos y a pasar fatigas.

     Ordenaré  construir un castillo con torretas, almenas  y cañones para guardalla  de piratas, corsarios e invasores  y un ejército he de tener para defendella, pues ya endescubierta sus virtudes será ambicionada por muchos, pues son sus aguas pletóricas de peces,  por sus montes saltan cabras tan gordas como terneras, son sus bosques frondosos y sus árboles repletos de frutos, ni tres de mis vasallos juntos abarcarían sus perímetros perfumados.

     Desto no le digas a naide,  Teresa.  Ya daré aviso de cuando has de venir y todo esté dispuesto como corresponde a mi dinidá y a la tuya. Ora que eres reina tienes que cuidarte de no erutar ni regoldar, que regüeldos y erutaciones no son propios de la nobleza, menos aún de la realeza,  ni mascar a dos carrillos, ni has de arrascarte  las greñas ni despiojarte en público.  No cuentes  nada desto ni al cura  ni al boticario ni al barbero,  pregoneros de tres al cuarto, no seáse que se enteren en la corte y envíen soldados a conquistar nuestra ínsula de San Borondón  en nombre del Rey  de las Españas  de Felipe II “el piadoso”.

 

 


     Esposa mía, continúo esta misiva semanas  después de donde la dejé para avisarte que en la ínsula, además de las dulzuras que te conté,  existen grandes canes como dragones, con los mesmos ojos de mi faz los he visto, y en sus mares hay grifos con aletas de pez, cíclopes acuáticos y serpientes marinas y en  sus bosques  ninfas y seres diminutos que hay que mirar de lado o poner la vista nublada como cuando miras al horizonte y no ves nada sumido en pensamientos, entonces es cuando aparecen y desaparecen con la misma rapidez.  También he avistado con mayor claridad a los  habitantes salvajes que hemos de cristianar  y sacarlos de las brumas de la idolatría, y hasta brujas haylas que por aqueste lugar llaman harimaguadas, de  piel más clara que los turcos y moros dafrica. No son hadas ni fantasmas ni espíritus pues tienen los muslos prietos y no están descarnadas,  son más de carnes que de huesos. Descarnados sí son los aparecidos en mi lecho, que no me apercibo si son malos sueños o los antepasados de los aborígenes llamados guanches, que momificaban y enterraban en sus cuevas con grandes piedras taponando las entradas mortuorias como hicieron con nuestro señor Jesucristo, y que como él, resucitaron,  no para ascender a los cielos, sino para perturbar mi sosiego. También se me asoman por las noches, por obra de un hechizo o alguna pócima que puede que tomara sin apercibirme,  unas hermosas  doncellas, hadas si no fuere porque visten  pieles de carnero y que afirman  ser las verdadera y últimas princesas canarias  hijas de reyes que por acá nombraban  guanartemes. Pellizcanme los mofletes,   bailan sobre mi abultada panza,  jalan de los ralos pelos que me quedan no dándome sosiego en toda la noche. Mi señor Quijote dice que es por culpa del mucho yantar y holgar, que son malas digestiones, aconséjame que ayune, que de buenas cenas están las tumbas llenas, pero me barrunto,  Teresa mía, de que sirve ser rey entonces si tengo que cerrar el jocico y no catar ningún manjar.

     Te cuento también,   esposa, que asta ora no he visto ni un solo ducado de los prometidos, menos aún maravedíes para construir la fortaleza, armar al ejército y dar de comer a mis vasallos, y si este devenir continúa me he de despojar de  la corona y tornar a servir de escudero de mi señor, o  mejor volvernos ambos a nuestras casas, él a su hacienda  como el hidalgo Alonso Quijano que es, y yo, al campo,  como el humilde  labrador de antaño, que esto de ser rey de ínfulas más que de ínsulas, no es quehacer serio, pues  oficio que no da de comer a su dueño no vale dos habas”.

     Que Dios te guarde, mi bien. A ti y a nuestra amada hija.

     Tu marido, el Rey Sancho I de San Borondón, a veinte de julio del año del Señor de mil seiscientos catorce.

          


                            857 palabras



Dedicado a mi señor padre que fue, y digo fue porque ya no está con nosotros, degustador de las andanzas  del Quijote, y en más de una ocasión oíle desternillarse por mol de alguna aventura o chascarrillo sobre todo de Sancho. Yo era muy joven y pensé que a mi padre se le había ído la mollera como a don Alonso Quijano, pero no, solo tenía sentido del humor y agora lo comprendo. Va por ti, querido papá, y por tus enseñanzas.