lunes, 20 de diciembre de 2021

Presentación de la novela "VILLA HERBANIA"

https://editorialcirculorojo.com/Villa-Herbania/




PRESENTACIÓN VILLA HERBANIA

 

Queridos compañeros de Tintero, os presento mi novela “Villa Herbania”

Me resulta muy embarazoso hablar de mi en primera persona, pero sí que os quiero decir que ha sido un trabajo de varios años. Lo que empezó como pequeños relatos conformaron con esfuerzo, imaginación y también gozo, esta novela.

Me hace muchísima ilusión que la podáis leer, os facilito la página de la editorial, y también la podéis conseguir por Amazon, Casa del Libro y otras librerías

Y los que queráis leerlo por ebbok y en  Kindle

https://www.amazon.es/dp/B09PFNXBFV/ref=sr_1_1?crid=37TTT7P4QS2G4&keywords=9788411282352&qid=1640864104&sprefix=9788411282352%2Caps%2C152&sr=8-1

En la Web de la editorial tenéis un apartado para comprar y otra pestaña  que os lleva directamente a Amazon. Pronto lo tendréis en la versión ebook para Kindle con las erratas corregidas y dedicatoria y epílogo incluido.

Por otro lado, se ha venido abajo la presentación física en mi localidad, por el tema Covid. 

Fe de erratas (las más importantes)

1.- - Página 40   párrafo 2   Línea 2 y 3

Donde dice: "Del tingo al tanto"

Debe decir: "Del tingo al tango"

2.- Página 46     Párrafo 9     Línea 1

Donde dice: “en mitad de la noche en vueltos en sudor frío”

Debe decir: “en mitad de la noche envueltos en sudor frío”

3.- Página 85     Párrafo  8  Línea 5

Donde dice: "no recuerdo el hombre del pescador"

Debe decir: "no recuerdo el nombre del pescador"

 4.- Página 97     párrafo 4     línea 6

Donde dice:  “desocuparías la casa del capital”

Debe decir: “desocuparías la casa de la capital”

 5.-  Página 142   Párrafo 8  Línea 6

Donde dice al salir de aposento con gran preisa

Debe decir: "al salir del aposento con gran priesa"

6.- Página 169    Párrafo 6     Línea 1

Donde dice: “señaló el volante de la moto”

Debe decir: “señaló el manillar de la moto”

 7.- Página 170     Párrafo último   Línea 8

Igualmente, donde dice: “Chano al volante

Debe decir: “Chano al manillar”


 También hay errores de mayúsculas después del signo de punto y coma, y alguna errata más que se me habrá pasado. Espero que también sepáis ver las virtudes de la novela, y sobre todo, que disfrutéis con ella.

Pero lo más importante, estoy muy, pero que muy feliz con mi libro de papel. Me encantaría compartirlo con vosotros, compañeros de letras.

Un fortísimo abrazo. Comparto el epílogo obviado por aquí:

 Os adjunto el epílogo

 EPÍLOGO


Con esta novela he querido rendir un homenaje a la gente de mi tierra canaria, especialmente a mi madre y a las generaciones anteriores a la mía que tanto sacrificaron para que pudiéramos tener un futuro esperanzador.  Espero haberlo conseguido, si es así, no solo me sentiría satisfecha, sino inmensamente feliz.

     Ansío, sobre todo, que las aventuras que cuento os lleguen directas al  corazón, o a cualquier órgano sensorial donde aniden los sentimientos; y que os remueva o conmueva a través de los personajes variopintos, y a veces contradictorios, que compartirán con vosotros sus universos particulares.

     Es mi segundo trabajo con la editorial Círculo Rojo. Agradezco inmensamente el generoso prólogo del escritor Oscar Fábrega, la ayuda y guía de mi editora y correctora Raquel Martínez y Raquel Berenguel, y la ardua labor de corrección, edición y maquetación del estupendo equipo de la editorial.

     Algunos de los episodios los he publicado, con algunas variantes   a modo de relatos cortos en mi/vuestro  blog https://alzapalabra.blogspot.com/    Os invito a pasaros por él, así como por  la magnífica web “El Tintero de Oro”    https://concursoeltinterodeoro.blogspot.com/  capitaneada por el amigo David Rubio, en la que participo  desde hace unos años, y dónde tanto he aprendido de los compañeros.

     Este libro es fruto de años de trabajo, escrito no solo a base de sudor, papel y tinta, sino de un material más volátil cómo lo son la intuición y la fantasía, y en ocasiones, la parálisis debido a la fuga de las volátiles musas.

     Estimados lectores, desde estas páginas que estáis por leer, os doy las gracias y un cariñoso abrazo.

 

                                                                                           Isabel Caballero

 

 

 




 

 


miércoles, 15 de diciembre de 2021

El viejo coronel

 

                                 Dibujo de un niño escolar de La Palma sobre el volcán de Cumbre Vieja



                                        Participo en Tintero de Oro con un relato fuera de concurso 

                                                           

                                                                   EL VIEJO CORONEL

  

—¿Y cómo es que no ha venido vuestro padre? —preguntó  el abuelo a mis dos hijos, mientras metía en el carro de la compra cinco o seis bolsas de harina.

—Recuerda que Jaime y yo nos separamos hace años —contesté en voz baja.

—¿Ah sí…?

Demasiada harina, papá.

—Hay que abastecerse de alimentos no perecederos, agua, y pilas y velas por si acaso…

—¿Por si acaso qué, abu? —preguntó Dani

—Por si hay una guerra, o por si estalla el volcán.

—¡Vamos a moriiiiir! —bromeó Pablo con voz tétrica asustando a su hermano pequeño.

Más tarde, rescató del sótano su antiguo equipo de radioaficionado. Los niños se entusiasmaron con él.

—¡Aquí Radio Nacional emitiendo el parte de guerra!

—Ahora yo. ¡Aquí Pablo emitiendo!

—¡Yo ahora, yo, yo! ¡Aquí Dani mintiendo desde la casa del abu!

—No se dice mintiendo, atontao.

     —Atontao   tú.

    —Radio España informando sobre la familia González —continuó el abuelo —. Tanto la madre como los hijos se encuentran a salvo. El padre de los chicos puede ponerse en contacto con ellos llamando al  922…

     —Papá, no digas nuestro teléfono.

    Caí en la cuenta de que solo era un simulacro en un transmisor obsoleto.

    Los chicos se fueron a dormir, tan cansados, que ni sintieron los temblores de tierra.

     —Así llevamos varias semanas, hija. Mejor os hubierais quedado en Madrid.

     —Te echábamos de menos, papá, y cómo no hay quien te saque de la isla, no nos quedó otra que venir.

   Durante el desayuno, el abuelo contó la erupción del Teneguía del 71 Me asombraba que no recordara lo que había hecho hacía un rato, y sin embargo, rememorara con precisión la explosión de décadas atrás.

    —En cualquier momento esto reventará, y si lo hace por esta zona, Dios nos coja confesados.

   —¿Qué tal si el abuelo os enseña su tocadiscos? —pregunté para cambiar de conversación.

    —¡Que viejo es este cacharro! —exclamó Pablo. Los niños nunca habían visto discos de vinilo.

—Más viejo soy yo.

—¿Cuántos años tienes, abu?

—¡Uf!, la tira.

—¡Qué canción más rara!

—Música árabe para animar a las tropas marroquíes que luchan valientemente junto a nuestro general Franco.

—¿Tiene trompa ese general? —preguntó Dani.

—¿Cómo va a tener trompa, pringao?

Pringao  tú.

—¡Papá!, procura no hacer apología del franquismo.

—¡Qué roja me has salido, hija!

     Más tarde, montamos el árbol de navidad. El abuelo no quiso encender las luces por si   el enemigo  nos bombardeaba.

—Tranquilos, el sótano será nuestra salvación, tenemos alimentos suficientes para sobrevivir.

—Comida para un millón de años por lo menos.  Y un montón de turrones y mazapanes —añadió Dani.

Pablo se llevó el índice a la sien, un gesto  harto elocuente para describir que el abuelo había perdido un tornillo.

De repente, se escuchó una tremenda detonación. Al asomarnos al patio vimos una enorme columna de humo brotar  por Cumbre Vieja.

—¡Hay que largarse de aquí de IN-ME-DIA-TO! —ordenó el abuelo.

Cuando la guardia civil alertó a los vecinos para que desalojaran las viviendas, ya estábamos en el coche llevando con nosotros lo más perentorio.

Nos acogieron en “El Fuerte” atendido por la Cruz Roja.

—Papá, desde que el aeropuerto vuelva a estar operativo regresamos a Madrid. Tú también te vienes —decidí.

En el cuartel, mi padre se ofreció a ayudar en lo que fuese. Sus dotes de mando revelaban al antiguo militar. Se organizaron caravanas para ir a buscar al pueblo las pertenencias de los vecinos ante de que la lava devorara las casas. La suya fue la última en la que entró, recogió los regalos de sus nietos, la condecoración de la Cruz Laureada de San Fernando y su uniforme. Dada las circunstancias le permitieron vestir con él.  Los militares con los que convivíamos se cuadraban ante el  coronel retirado  como si aún siguiese en activo. Pensé que era una concesión a un anciano con la chaveta ida.

Mis hijos se hicieron amigos de otros niños refugiados y, bajo el mando del abuelo, ayudaban en lo que podían. El abu “les ordenó”, cuidar  y dar de comer a  los perros y gatos  perdidos o sin dueños.

En pocos días, el pueblo desapareció bajo el torrente de lava: los hogares, la escuela, la iglesia y comercios, las plataneras y hasta el cementerio.

Asistimos a la misa castrense del gallo con recogimiento, y aunque mis hijos no sabían ninguna oración, inclinaron sus cabezas uniendo las manos  en una comunal esperanza de que el dragón dejara de vomitar fuego y cenizas. Hasta para una descreída como yo, la navidad tuvo sentido al sentir casi como propio el sufrimiento de quienes han perdido hasta los recuerdos.

     Al día siguiente tomamos el avión de regreso a Madrid. No hubo manera de convencer al abuelo.  El resto de las vacaciones los chicos  las pasarían  con su padre.

     —Ahora no puedo irme, hija, me necesitan. Con la ayuda que nos presten, si los políticos cumplen lo que han prometido,  y con el dinero de los seguros y de las   indemnizaciones, tenemos en proyecto  edificar una casa amplia en la otra punta de la isla a salvo del volcán.

     —¿Tenemos… ?

     —Por ahora somos diez.

    No me extrañaría nada que lo nombraran Capitán General de la inusitada futura comuna.

—Adiós, Abu —. Dani se despidió a punto de lágrima.

—¡A sus órdenes, mi coronel! —Pablo se cuadró llevándose, en un saludo marcial, el índice y el dedo medio de su mano derecha hasta la sien.

 

 



                                  900 palabras

 

 

                                                                    


jueves, 18 de noviembre de 2021

EL CHUPACABRAS

 










Con dos te veo

  Con cinco te encanto

La sangre te bebo

El corazón te parto

 

 

A petición de la mujer del cabrero, la santera hizo un amarre con aceite de pardela, un cacho de la placenta seca del último parto del  hijo del matrimonio, y un puñado de  pelos de la alimaña enredado  sobre el lomo de una de las cabras.

—Entierra el atado en el corral, y no olvides decir el rezado que te enseñé durante siete días seguidos.

—¿Cuánto se le debe, Señá Lugina?

—Ya me pagarás la voluntad cuando se muera el animal y tus cabras queden salvas.

Justo a la semana, el cabrero, yendo con sus cabras por el monte cayó por un barranco. Solo y sin auxilio, murió desangrado de sus múltiples heridas.

 


domingo, 3 de octubre de 2021

CO2

 





                                                             CO2

 

     Hace tanto que están entre nosotros que la memoria se difumina, salvo el recuerdo de aquel fatídico día en el que infinidad de naves oscurecieron el cielo haciendo saltar todas las alarmas. ¿Cómo olvidar aquel domingo de octubre del  2021?

     Podaba el seto de separación con el jardín colindante, mi vecino hacía lo mismo por su lado mientras charlábamos sobre la liga.

     —¿Qué tal si vemos el partido en mi casa?, estaremos tranquilos, Carmen y los niños saldrán esta tarde.

     —De acuerdo —contestó —. Me toca llevar las birras.

     Estaba a punto de recordarle que le había prestado el taladro desde hacía varias semanas, cuándo, de pronto, el jardín se ensombreció.

     —¡Vaya!, parece que tendremos un buen chaparrón.

     Miré hacia arriba y vi el cielo plagado de enormes esferas. Intenté dar un grito de alarma a mis dos hijos; jugaban en la piscina ajenos a lo que estaba ocurriendo por encima de nuestras cabezas. De mi garganta no salió ningún sonido. Quienes logramos sobrevivir supimos, años más tardes, que ningún tipo de armas afectaba a los objetos volantes inmunes a cualquier ataque.

     De lo que sucedió después solo guardo imágenes inconexas: cientos de ciudadanos salimos obedientes a la calle, autómatas alineados por sexo respondiendo a una consigna. Los niños con sus madres. En silencio, como todos, nos dirigimos hacia una explanada en las afueras del pueblo dónde confluían oleadas de personas desde diversas direcciones, todas ellas ordenadamente catalogadas. Una vez allí nos separamos formando nuevas filas. No fui consciente de nada más hasta encontrarnos en una amplia sala  de luz artificial.

     Al despertar del extraño letargo me pregunté angustiado dónde y cómo estarían mi mujer y mis hijos. Lloré de temor e incertidumbre hasta el agotamiento. Otros también lo hicieron. Alguien del grupo abrió una puerta que a su vez daba a otro receptáculo de forma circular exacto a los otros seis anexos.  En el medio de ellos, un espacio heptagonal al aire libre. Al mirar a lo alto vimos que las esféricas naves seguían copando el cielo. Miedo es una palabra escasa para definir el terror.   

    ¡Ha pasado tanto tiempo! Salvo los intervalos para comer, descansar, asearnos y hacer ejercicio, el resto de las horas escribíamos…, escribimos. ¿Con qué propósito?, aún lo desconocía. De los siete compañeros originales solo quedo yo. Escritores nuevos se han ido alternando en nuestras asépticas guaridas, algunos tan jóvenes que carecían de memoria de la vida anterior, con escasas vivencias que aportar a la creatividad literaria. Más valdría que hubieran captado a cien chimpancés aporreando al azar un teclado.

     Un poeta versado en varias expresiones artísticas fue rotando entre grupos de pintores y músicos hasta llegar, hace unos meses, a nuestro módulo. Contó que somos una granja de respiradores humanos.

     —Aunque parezca una locura tenéis que creerme. El intercambio de oxígeno efectuado en los alvéolos pulmonares es el alimento de estos seres.

     —¿Simple dióxido de carbono…?, y ¿por qué el nuestro es distinto al del resto de la humanidad? —pregunté asombrado.

     —Son gourmets, sibaritas a la búsqueda de la excelencia del  CO2 con una alta apetencia del dióxido expelido por  escritores en cualquiera de sus registros: novelistas, dramaturgos, ensayistas,  poetas… Aprecian nuestras exhalaciones por encima de cualquier otra manifestación artística. Nos obligan a crear para degustar lo que espiramos mientras lo hagamos en clave creativa. Lo denominan “proceso de sublimación”.

     —Todos somos varones. ¿Dónde están ellas?, ¿y los niños? —pregunté con vaga esperanza de encontrar a mi familia.

     —¿Niños?, solo he visto adultos. Desconozco dónde los tienen, imagino que adiestrándolos  para el reemplazo. La despensa del futuro en el caso de que manifiesten alguna tendencia artística. Del resto supongo que se habrán deshecho de ellos.

     Al notar mi tristeza añadió que existía la posibilidad de que tuvieran en cuenta los genes.

     —Si se trasmite el color de ojos, puede que la sensibilidad artística, además de cultivarla, tengan un componente genético.

     —¿Has visto a las mujeres…? —volví a preguntar.

     —Las hembras tienen otra esencia diferente a la nuestra, de mayor calidad sensitiva.  ¿No te han permitido cruzarte con ellas?, pretenden perpetuar la especie  por el método natural para no desvirtuarla.  Al parecer, las relaciones emotivas, si quieres puedes llamarlo amor, interfieren en el proceso respiratorio alterando los resultados finales al unirse ambos dióxidos. Hablando en términos de degustación, no hacen buen maridaje, salvo para los cruces reglamentados —ironizó con cierta amargura.

     —¿Es cierto que has logrado ver a esos… seres?, dime…, ¿cómo son?

     —Tan similares a los humanos que no distinguirías la diferencia, excepto  porque no se comunican con nosotros. ¿Acaso tú hablarías con un solomillo o con una lechuga?  

     Negué con la cabeza.

     —Cada vez somos menos los humanos con espíritu creativo, simples herramientas al servicio de dioses comensales. Cuando los glotones acaben con nosotros habrán agotado su alimento esencial, entonces se marcharán a la búsqueda del dorado en otros planetas en condiciones similares.

    Cuando pienso en la muerte, en mi muerte, una descarga artificial de serotonina, el summum soma de la dicha, me insufla el deseo de escribir sobre mundos felices, tramas edulcoradas de sublimados finales. Sin el chute de endorfinas nada me mueve a escribir, ni siquiera como desahogo existencialista.  Dada mi baja productividad, imagino que “ellos” evaluarán mi existencia.  Pronto dejaré de espirar dióxido exquisito de alta calidad. Mi respiración sabrá a bazofia, tendrán que buscarse otro menú más sabroso.

          Se acerca el final, espero no confundir deseo con certeza.

                                                              

 

                                                                Isabel Caballero

                                                                



miércoles, 8 de septiembre de 2021

                                                     PORTERO DE NOCHE




    


Pequeña reseña de la película "PORTERO DE NOCHE".-Película italiana estrenada en 1974. Su directora Liliana Cavani contó con dos excelentes y acertados actores británicos. Dirk Bogard y Charlotte Rampling.  

Año 1957, Lucía Artherton (Charlotte Rampling) es una mujer judía casada con un director de orquesta al que acompaña en su gira por Austria. Al llegar a Viena se alojan en un fastuoso  hotel. En una de sus entradas y salidas del hotel la protagonista se topa con Maximilian Theo Adorfer (Dirk     Bogarde), un ex comandante de las SS que ahora trabaja como portero del establecimiento. A Lucía de pronto le vienen a la mente los horribles acontecimientos que  dieron lugar en el campo de     concentración en el que estuvo recluida durante la Segunda Guerra Mundial. El nazi la utilizó para satisfacer sus deseos sexuales cuando tan sólo era una adolescente. La traumática experiencia desembocará en una relación sadomasoquista donde el amor y el odio dominaran toda la trama.

La cinta no dejó indiferente al público de los setenta, siendo considerada película X en muchos países europeos.




PORTERO DE NOCHE

 

    Ni siquiera me miró. ¿Quién iba a fijarse en un anodino portero de noche del Gran Hotel Köning Von Ungaam? Me limitaba a dar un cortés: “buenas noches, señora. Buenas noches,  señor”. Ella y su esposo, prestigioso director de orquesta, se alojaban en él durante  sus  conciertos en Viena.

  Siempre me gustaron los ojos verdes de Lucía engarzados en su cara tan pálida cómo un blanco nenúfar; su cuerpo andrógeno de adolescente; su rapada cabeza inclinada en mi entrepierna. Nunca había conocido a nadie que disfrutara tanto de una felación.

  En mi noche libre adquirí una entrada para el concierto en el Teatro de la Ópera. Los dioses quisieron sentarme justo detrás de Lucía. Desde mi asiento contemplé parte de su perfil. Un rizo rebelde se liberó del brillante pasador que le sujetaba el cabello. Dejé caer al suelo la hojilla del programa para tener la excusa de exhalar mi aliento sobre su cuello. Se giró hacia mí.  Durante unos segundos eternos nos miramos. Sus ojos se agrandaron al reconocerme. «Max», pronunciaron sus labios sin emitir sonido alguno.

   He dejado de ser portero de noche, ahora soy cliente del hotel. Desde la ventana de mi habitación contemplo la catedral de San Esteban, las torres apuntan al cielo con sus agujas afiladas; la del lado sur, la más alta de las cuatro, parece un dedo acusador.

   Me enfundo el uniforme de comandante de la SS incluida las botas militares con las que someto, una vez más, a mi amada perra judía.



                                 Isabel Caballero
 
                               250 palabras

martes, 1 de junio de 2021

Dominique nique nique...

 

                                                                 Cuadro de una monja, de Diego Velázquez



                                                                    DOMINIQUE NIQUE NIQUE...

 

Lo que peor llevaba del uniforme eran los horribles zapatos de cuero; tenían dos pequeños botones esféricos difíciles de meter dentro de unos ojales muy estrechos…, me recordaban a lo que las monjas contaban sobre un camello y el ojo de una aguja. Cuando por fin conseguía abrocharlos, solía ser tan tarde, que apenas daba tiempo a lavarme y peinarme antes de que la madre Teresa revisara que SU grupo de internas estuviésemos im-po-lu-tas. Le gustaba esa palabra.   Mi cabeza repetía las dos últimas sílabas cambiándole el sentido: pu-ta-pu-ta-reputa. Una pequeña revancha mental contra la inquisitiva madre Teresa.

—Tú, García, ¿qué estás farfullando? —se dirigió a mi, nunca nos llamaba por los nombres de pila.

—Estaba rezando, madre.

—Ahora rezarás en misa, ¡andando!

El padre siempre insistía: «rasca, rasca, hija mía, seguro que algún pecadillo más encontrarás». Ya confesa, respiré. Si la palmara en ese mismo instante, iría directa al cielo sin parada intermedia. 

Después de la misa matutina, salíamos de la capilla entonando la canción del colegio:

Dominique,  nique, nique

Vaaa cantando amooor

Y lo alegre de su canto

Solamente habla de Dios

De la paalaabra de Dioooos

 

A las ocho y media nos colocábamos en fila en el patio central. Poco a poco iban entrando  las externas; aunque vestíamos  el mismo uniforme gris, parecían más alegres, diferentes a nosotras,  como si el mundo exterior fuera otro planeta.

En el colegio también vivían  “las recogidas”. Se  distinguían del resto por usar   mandil  y  pañuelo de color negro como si fueran viudas.  Eran niñas de caridad.  A cambio tenían   que hacer tareas domésticas, como servirnos  la comida a  nosotras,  las de pago. Nos tenían  prohibido confraternizar  con ellas.

—Madre Teresa, ¿qué significa confa… confra… ternizar?

—Vosotras procurad no darles excesivas confianzas.

—Confraternizar viene de fraterno, y fraterno de hermano —se chivó   al oído mi listísima  amiga Olga.

—Madre —levanté la mano — ,si todas somos hijas de Dios, ¿las niñas de caridad son nuestras hermanas?

—¡García, no digas tonterías! —me reprendió la madre Teresa.

Las recogidas ocupaban asientos al final de las aulas  y al fondo, en  los oficios religiosos.  A veces no asistían   si había  tareas pendientes, o  si se celebraba algún acontecimiento, tenían que barrer y  encerar  suelos, pulir las  barandillas de madera, frotar muebles y  limpiar los  cristales de toooodas las ventanas.

Sí, Olga Macías era mi mejor amiga, aunque las demás la despreciaran por ser tan oscura. Me gustaba  escuchar sus historias del exótico lugar de donde venía.

—Algún día, los españoles se irán de Guinea. Mi tío dice que no falta mucho.

Y si a tu tío  lo hacen Rey, seguro que toda tu familia    vivirá   en un palacio de marfil.

Será presidente,  mucho mejor que ser Rey, y  se construirán  escuelas por todos lados, desde Fernando Poo a Río Muni, en la isla de Annobón, en la de Corisco,  en las de Elobey Grande y hasta en  la de Elobey Chico. Habrá  Universidades en Malabo, Bata… y tendremos maestros, doctores, ingenieros, astronautas…

Imaginé un lugar lleno de escuelas pegadas las unas a las otras. No entendía tanto  entusiasmo  por los colegios. Yo estaba deseando que llegara las vacaciones de verano para salir del internado.

—¿Todos en Guinea son como tú?

—¿Negros?, la mayoría. Yo  soy   mulata fernandina.  Los blancos no distinguen las diferencias   entre los Fang,    de origen Bantú,  y los bisios, y los nadowes… hasta hay algunos pigmeos, que son muy pequeños, del tamaño de un niño.

—¿Y sois todos cristianos?

—Muchos sí que lo somos, depende.

Cuando al tío de Olga lo nombraron presidente   de Guinea Ecuatorial, se convirtió en una niña  muy, pero que muy importante. A nadie parecía importarle su color. Las monjas hicieron una merienda especial para festejar el acontecimiento,  no faltó de nada, todo por cortesía del primer presidente de Guinea.

En el curso siguiente  cambió la cosa. El presidente ya no era tan amigo de España ni enviaba regalos al colegio. Las transferencias de Olga llegaba con  retraso y  las monjas dejaron de tratarla   con cortesía.  Cuando el dinero dejó de mandarse, la priora ordenó mudarla  al cuarto de las niñas recogidas.

—Madre Teresa, déjeme irme con ella —le rogué entre lágrimas.

—¡García, a callar! Pronto  volverá  con los suyos. Rezaremos por ella y por todos los impíos ateos de su país.

Si hubiera podido, si existiera la magia,  habría convertido a la monja en una cucaracha, la habría pisado con los zapatos de ojales tan estrechos  que casi no entraban  los botones;  la aplastaría  con toda la potencia de mi rabia. No pensaba confesarme por el odio que sentí por ella en ese momento. Recé   para que ocurriera un milagro. Cualquier milagro. 

La madre Teresa estornudó tres veces, y entonces   vi que  un alargado moco  colgaba de su puntiaguda nariz balanceándose  al mismo ritmo que su dedo mandón.

¡Vaya!, ¡tengo poderes! —pensé asombrada.

—¡Tú, García!, ¿de qué diantres te ríes?

No podía tomármela en serio con esa babosa verde saliendo de su napia. Nunca más volvería a temerla. Esa era mi super arma secreta, saber que la monja no era de acero inoxidable, sino de gelatina,  tan enana por dentro  como por fuera.

Cuando los familiares de Olga vinieron a recogerla,  sin importarme el  castigo,    salí de la prietas filas   marciales  para darle un abrazo del que nos costó  separarnos. De fondo sonaban las dulces   voces de las alumnas entonando el himno del internado:

Dominique, nique, nique…

 

                                                    
                                                                

                                                                          Isabel Caballero

                                                                             900 palabras

viernes, 7 de mayo de 2021

El extraño caso del hombre con antrogafefobia

 





                                                 El extraño caso del  hombre con antrogafefobia



Don Jacinto padecía  de alergia primaveral. Además  de tener aversión a las flores, sufría cierta  ansiedad, pues tenía merecida  fama de gafe.

Sus compañeros intentaron  animarle.

—Ahora, ya jubilado,  podrás dedicarte al arreglo de   bonsáis.

—Quita, quita, ¡se me está agravando la puñetera antrofobia! —respondió.

Al término  del ágape tomó aire dispuesto a soltar el  discurso memorizado. Cuando iba a pronunciar sus primeras palabras, los pétalos de flores del centro de mesa se desprendieron de sus corolas, levitaron unos segundos para asombro de todos y fueron a parar a la cara del disertador. Una margarita colgaba de su bigote y de los escasos pelos de su cabeza, rosas y jazmines.

A la espera de que estudiaran su extraño caso no salía de casa dada su mala suerte.  Asomado a la ventana para tomar el  fresco, una  maceta de geranios  cayó  desde la terraza del ático sobre su cráneo matándolo al instante.

Desde los parques y jardines; desde los puestos de flores; desde las macetas de  balcones y ventanas…, volaban toda clase de flores hasta cubrir por completo el coche funerario. Más bien parecía una alegre romería que un cortejo fúnebre.

En el cementerio,  las coronas procedentes de otras tumbas  se estrellaban   contra el nicho de don Jacinto. Las autoridades, alarmadas,  decidieron exhumar e incinerar el cuerpo, esparciendo después  sus cenizas en altamar.

Algunos  navegantes cuentan sobre el misterioso avistamiento de  un cada vez más    creciente círculo de colores flotando entre las olas. El olor a flores nadie lo puede explicar.




                                                                              250 palabras

                                                                             Isabel Caballero




lunes, 5 de abril de 2021

Sobre Palmira

 





SOBRE PALMIRA

 

 

Hay episodios de mi infancia y adolescencia  de los que  nadie más que yo sabe como los viví y sentí.  Si los contara Palmira,  diría que fui  una mala hija a la que tuvo que enviar  a un internado por rebelde. El colegio fue una bendición comparado con la casa familiar.  Mi padre, como siempre, guardaba silencio acatando las decisiones de su taxativa esposa.  Un marido servicial casado en régimen de separación de bienes  con una mujer rica y autoritaria en la misma proporción. Desde su fallecimiento, un infarto fulminante,   no había vuelto a pisar la casa. Nunca le guardé rencor, solo piedad; comprendo que Palmira aplasta a cualquiera que tenga  bajo su yugo. ¡Ojalá hubiera tenido cojones para imponerse a ella!

El albacea   me escribió   avisando del  estado terminal de Palmira.  No quería   que la llamara mamá o madre. Imposible  imaginarla enferma,  desvalida o  a punto de….

  «¡Justo a tiempo!», pensé sin ningún remordimiento, al fin y al cabo hacía muchos años que no sabía nada de ella. Estaba desesperada, me encontraba en la más absoluta   miseria, el casero reclamándome meses de alquiler y  la editorial rechazando borradores por infumables. Lo más probable es que me haya desheredado, aunque no puede privarme de “la legítima”.  ¡Jódete, Palmira!, exclamé en voz alta.

Tomé el primer avión que pude. Regresé con la  sensación de fracaso, de no estar  nunca a la altura: una escritora frustrada.

—Señora, su hija acaba de llegar.

Entré en su enorme dormitorio en semipenumbra. Las brasas casi extinguidas  de la chimenea prestaban una leve luz rojiza  a la estancia.   La lámpara de la mesilla de noche enfocándole las manos que sostenía un rosario. El anillo de rubíes, del que nunca se desprendía,  una sangrienta herida en el dedo índice. Su cara permaneció en la sombra hasta que la enfermera encendió varias luces.

—Siéntate aquí —dijo en voz muy baja añadiendo un por favor, hija,  y unas ligeras palmadas sobre el cobertor.

Me sorprendió su fragilidad,  el  diminuto cuerpo   perdido en la enorme  cama de columnas retorcidas de madera labrada.  Siempre me pareció un trono imponente  en vez de un lecho apacible donde descansar.

—¿Cómo estás?

—Eso debería preguntártelo yo a ti, Palmira.

—Llámame mamá. Ya ves, me estoy muriendo.

No supe que contestar. Ella y yo nunca tuvimos comunicación. Creí que la odiaba todavía por su indiferencia hacia mi, los desprecios, los abusos, la falta total de amor maternal, pero… ¿cómo detestar a una anciana moribunda?

—Te he hecho llamar  para pedirte perdón. Por lo que más quieras, hija, perdóname  —repitió.

Pensé que tendría miedo de su inminente muerte  y querría redimirse ante el Dios  redentor en el que, al parecer,  tanto creía.

—Todo este tiempo he pensado  en lo que te hice sufrir. Quise llamarte muchas veces. Siento profundamente todo el dolor que te he causado.

—No hables más, Palm… mamá, que te fatigas.

—Ya sabes que todo lo que tengo es tuyo —dijo quitándose el valioso anillo que centelleaba en su dedo, poniéndolo en el mío con cierta dificultad.

—Palmira, no es necesario que…

—Te han preparado tu dormitorio de cuando eras…, de cuando vivías con nosotros. Mañana hablaremos con más calma,  estoy muy cansada.

Me ofreció su frente. No tuve otra que darle un ligero beso  en ella. Salí del dormitorio casi de puntillas pensando que quizás era hora de perdonar los agravios. Sentí algo de conmiseración por ella y también por mí misma.

Sobre las ocho de la mañana tocaron en mi puerta;  la doncella de mi madre entró sin pedir permiso.

—Señorita, le he subido el desayuno. Le recuerdo que a las once  es el funeral  de la señora, que en paz descanse.

—¿Qué dice usted?

No me contestó. Dejó la bandeja sobre una mesilla y salió. Tomé solo el café, me vestí lo más rápido que pude  y bajé al salón donde me esperaban dos hombres. Se presentaron como el albacea y el secretario de mi madre.

—Supongo —dijo el secretario—, que ha traído usted vestuario  para la ocasión. Si no es así le conseguiremos algo más adecuado para el servicio religioso.

—¿Mi madre falleció anoche?, ¿cómo es que no me despertaron?

—Doña Palmira expiró unas horas antes de su llegada, ya vio usted su cuerpo yacente. Siento que no llegara a tiempo para...

—Pero si yo estuve con...

El albacea advirtió que cualquier objeto  propiedad de la difunta, debía quedar  bajo su  tutela y custodia hasta la lectura del testamento, incluyendo el anillo de rubíes. Hasta ese momento no me había dado cuenta de que aún lo tenía en mi dedo. Lo deposité en la palma de su mano, no me costó desprenderme de él. Nunca me gustó.

Desde entonces ha pasado mucho tiempo  y una batalla judicial perdida. Su cohorte  de abogados de prestigio demostraron mi incapacidad mental.  La posible solución legal para poder  disponer algún día del patrimonio, si superara mi patología,  fue aceptar internarme en un psiquiátrico. Cada seis meses un  comité médico elegido por el albacea  evalúa  mis facultades mentales. Sospecho de todos aunque ya no tengo energías,  ni manera  de demostrarlo.

Cada vez divago  más y ya no escribo.

La última salida a escena de Palmira  fue   magistral. Espero que escuche mis entusiastas aplausos por su  implacable actuación “post mortem”   mientras su alma perversa se pudre en los infiernos.

 

 


                                             Isabel Caballero